Una mole de 2,5 metros de altura acaba de asomar por las arenas de la necrópolis de Saqqara. Una misión franco-suiza ha hallado el mayor fragmento de un obelisco del reino antiguo descubierto hasta ahora en Egipto. Un monumento con más de 4.000 años de antigüedad que recuerda la pasión egipcia por los obeliscos.
La pieza -localizada durante la expedición arqueológica de la universidad de Ginebra, que estudia la zona desde 1963- pertenece a la reina consorte Ankhesenpepi II, esposa de los faraones Pepi I y Merenra y madre de Pepi II (2278-2184 a.C.), que accedió al trono con tan solo seis años. El obelisco está tallado en granito rojo y, según el director de la misión, Philippe Collombert, llegó a medir entre cinco y seis metros.
La pieza recuperada fue localizada en la zona oriental de la pirámide de Ankhesenpepi II, una construcción emplazada en el cementerio real de Saqqara -a unos 25 kilómetros al sur de la meseta de Giza- que fue descubierta y excavada en 1998. El lugar dedicado al descanso eterno de la regente albergaba los primeros ejemplos de Textos de las Pirámides -una guía para la vida en el Más Allá- encontrados en la pirámide de una reina.
A juicio del secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades, Mustafa al Waziri, la ubicación indica que el obelisco fue retirado de su posición inicial en el acceso al templo funerario levantado en el complejo de la reina. “Las reinas de la VI dinastía tenían dos pequeños obeliscos en la entrada de su templo funerario pero el hallado estaba lejos del acceso”, agrega el arqueólogo.
En una de sus caras aparece un cartucho con jeroglíficos relativo al rey Pepi II y lo que parece ser el inicio del de su madre. La inscripción, sin embargo, se halla incompleta. Los expertos sostienen que el fragmento extraviado podría contener la mención a Ankhesenpepi II. Una prueba de la importancia de la reina y su estatus en la corte de la VI dinastía durante la que sus máximos representantes edificaron, sin excepción, sus pirámides en la árida geografía de Saqqara.
Ankhesenpepi II llegó a reinar durante la infancia de su vástago pero no alcanzó la notoriedad de Hatshepsut, la mujer que fue faraón. El examen del monumento, no obstante, ha comenzado a arrojar detalles. Una pequeña deformación detectada en la parte superior del obelisco indicaría que estaba cubierto con placas de metal -tal vez cobre u oro- para que brillara con los rayos del sol reforzando las conexiones solares del monolito.
En busca de más restos
El hallazgo es solo el principio de la aventura. Los miembros de la expedición buscan ahora los restos que faltan del obelisco. Una tarea ardua porque la necrópolis fue usada como cantera durante el reino nuevo y el período tardío.
El descubrimiento añade un nuevo obelisco a la lista de conocidos hasta la fecha. “Los obeliscos son estupendos embajadores de Egipto“, suele proclamar el mediático y controvertido egiptólogo Zahi Hawas, ex ministro de Antigüedades egipcio. Junto a las miles de piezas expuestas en museos de todo el planeta, los obeliscos son el elemento arquitectónico preferido.
Roma se lleva la palma: en sus calles se exhiben hasta 13 ejemplares. Uno de ellos, erigido en la plaza de San Pedro, fue incluso sometido a un exorcismo por orden del papa Sixto V. En el siglo XIX, Mohamed Ali -el padre del Egipto moderno- trató de ganarse el favor de las cancillerías europeas regalando obeliscos.
Los franceses eligieron uno de los dos obeliscos que flanqueaban el acceso al templo de Luxor y, tras una azaroso viaje por mar, el 25 de octubre de 1836 unos 200.000 parisinos contemplaron su llegada a la Place de la Concorde. Luego -empujados por las estrecheces económicas del país árabe- se sumaron Londres y Nueva York.
Vía | elmundo