Encuentro Familias Milán 2012

Por Alvaromenendez
Entre los días 30 de mayo y 3 de junio de 2012 tendrá lugar en la ciudad italiana de Milán el VII Encuentro Mundial de las Familias. El pasado 1 de diciembre de 2011 lo recordaba Benedicto XVI en su discurso a los participantes en Plenaria del Consejo Pontificio para la Familia, pronunciado en la Sala Clementina. Es clave para la nueva evangelización el impulso misionero de la unidad familiar y, por tanto, que esta realidad, núcleo básico de toda sociedad civil, sea defendida y promovida desde todos los ámbitos: educativo, civil, político y religioso, por señalar simplemente los polos más destacados de la sociedad. En ese sentido, el Papa decía en el mencionado discurso (la negrita es mía):
«La familia fundada en el sacramento del matrimonio es actuación particular de la Iglesia, comunidad salvada y salvadora, evangelizada y evangelizadora. Al igual que la Iglesia está llamada a acoger, irradiar y manifestar en el mundo el amor y la presencia de Cristo. La acogida y la transmisión del amor divino se realizan en la entrega recíproca de los cónyuges, en la procreación generosa y responsable, en el cuidado y en la educación de los hijos, en el trabajo y en las relaciones sociales, en la atención a los más necesitados, en la participación en las actividades eclesiales, en el compromiso social. La familia cristiana, en la medida en la que, a través de un camino de conversión permanente sostenido por la gracia de Dios, es capaz de vivir el amor como comunión y servicio, como don recíproco y apertura a todos, refleja en el mundo el esplendor de Cristo y la belleza de la Trinidad divina. San Agustín tiene una célebre frase: «immo vero vides Trinitatem, si caritatem vides», «tú ves la Trinidad, si ves la caridad» (De Trinitate, VIII, 8). La familia es uno de los lugares fundamentales en los que se vive y se educa en el amor, en la caridad».
Son palabras para aprender de memoria, sinceramente. Una red nuclear de familias sanas y comprometidas con el mensaje evangélico será el germen que ilumine las estructuras humanas que configuran toda una sociedad. Si pensamos en el ejemplo de las redes sociales de internet, pronto nos percataremos, como por analogía, de hasta qué punto las relaciones humanas se expanden y se tocan en múltiples y muy diversos puntos formando un entramado que apenas era concebible en los primeros instantes de su gestación. Con la red familiar dentro de la sociedad sucede igual. La Iglesia tiene en ella un eficaz instrumento de testimonio, muchas veces silencioso y sin palabras, muchas otras con el anuncio explícito del Evangelio. En una sociedad en crisis económica, por ejemplo, no toda la culpa la tienen los mercados financieros ni los índices bursátiles. También la crisis ha sido un cáncer que lo ha tenido fácil en una sociedad globalizada en la que las mismas familias habían asumido más gasto del que debieran haberse permitido, solicitando créditos de manera desenfrenada. Si hubiese sucedido de otro modo, es decir, si las propias familias hubiesen autocontrolado el impulso consumista que zarandea al hombre de hoy, a buen seguro que la crisis no se habría manifestado en el grado en el que hoy estamos viendo. Es lo que advertía monseñor Angelo Scola el pasado 7 de diciembre de 2011, fiesta de san Ambrosio, en el discurso que dirigió a la ciudad de Milán. La crisis económica del presente ha venido precedida por ciertos demonios interiores de una índole más interna, más invisible y escondida: el auge de un modo de vida positivista, la absurda identificación de la felicidad con la posesión de riqueza, el afán de poseer y el olvido del bien común... Todos ellos son patrones propios de una pérdida del sentido real de la existencia y su significado, así como de los valores y las virtudes con las que ha de gobernarse el ser humano.
Frente a todo ello, la familia cristiana ha de guiarse por principios de reflexión y criterios de juicio firmes, cuyas directivas de acción sean las del Evangelio y las de la Doctrina Social de la Iglesia. Solamente así la unidad familiar será un elemento de cohesión en la sociedad en la que está inserta, trabajando en favor de la misma y sembrando valores permanentes que todo hombre, creyente o no, puede aceptar libremente. De otro modo sucederá al revés, es decir, se producirá la secularización de la familia y la pérdida de su identidad. Los mayores conflictos entre padres e hijos se dan cuando falta la educación en la virtud y en el respeto, en la obediencia y en el amor al trabajo bien hecho. Muchos profesores podrían dar testimonio de hasta qué punto a ellos les imposible transmitir a un joven aquello que, durante años, debería haber recibido en su propia casa.