El Roto, hoy en El País
El reto de Artur Mas y de su gobierno no es fácil. Más allá de conseguir la financiación necesaria para que Catalunya no entre en barrena o, lo que parece más importante, que no lo parezca, el president que más ha hecho por enseñarnos las miserias de los recortes, y cómo no se deben hacer las cosas a tenor de los resultados, tiene ante sí el reto de convencer a una masa crítica de catalanes que exigen la independencia de que, en realidad, lo que quieren es el pacto fiscal. Nada tiene una cosa que ver con la otra para quien no maneja las cuentas públicas, y ahí reside el peligro. Enarbolando la bandera de la independencia, despertando a la bestia dormida, Mas ha conseguido un apoyo popular histórico con una gestión ultraliberal que está empobreciendo al pueblo y abocando a la quiebra a las pequeñas y medianas empresas, ésas que había que proteger en tiempos de bonanza (cuando se protegían ellas solas) por ser motor de la economía y fuente de creación de empleo. La buena gestión se demuestra en tiempos de recursos escasos y no cuando el dinero corre a espuertas y todos se benefician. Ahora, bajo presión, Mas necesita dinero, pero no quiere controles externos que fiscalicen adónde va a parar cuando lo tenga. No quiere testigos. Pero tampoco es el único. Y, como todos, seguirá recortando donde más duele: para que se note, para incendiar a la masa y que ésta vea en la separación de España la solución a todos los males cuando en realidad el mal ya está dentro.
Es un juego peligroso éste de llenar el depósito de gasolina mientras se aguanta una mecha encendida en la otra mano para que el coche continúe unos cuantos kilómetros más, hasta las próximas elecciones. Escuchaba a un profesor de Esade hace un tiempo decir que los catalanes no querrían la independencia hasta que no tuvieran la certeza de que iba a suponer una ventaja económica. El pueblo llano tiene un sentido práctico que abruma. Y en eso están. A CiU le gusta conducir y, para seguir quemando rueda, no va a tener más remedio que ir apagando la mecha antes de que le explote el asunto en la cara, que eso no da ni pizca de confianza a los mercados. Será interesante ver la representación.
En la reunión de ayer con Mariano Rajoy, Artur Mas se encontró con un “muro de contención”. Muy previsible, de ahí que me cause estupor el estupor que ha causado la ¿noticia? Era de esperar. Lo extraño es que los asesores de Rajoy callen al presidente del Gobierno que en Catalunya se está formando un tsunami y los muros de contención no sirven en estos casos. La Constitución, definitivamente, está desfasada. El Título I: De los derechos y deberes fundamentales o el artículo 47 (“Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada”) son utopía, quimera. Tampoco los asesores de Artur Mas parecen informarle con detalle de los peligros de ligar fuego y gasolina en un ambiente seco, de malestar social, y acelerar cuando el carburante está por las nubes, el precio a pagar cuando se descubra el truco puede ser demasiado alto y los bomberos escasean con tanto recorte.