¡Ay, hombre de poca fe! Cuando escribí esta reseña hace años no esperaba que el talento de Card pudiera, en modo alguno, continuar la saga de una forma coherente. Y sin embargo, lo hizo. Ender like a zombie, publicada dos años después, fue denostada por algunos y ensalzada por otros, pero hay que reconocer que incluía una ingeniosa manera de revivir al personaje.
Tras resucitar a Ender, Card continuó con la saga hasta el punto de lograr que esta superara en número de volúmenes a la famosa vigesimología del Gargajo, que Iain M. Banks iniciara en Pensad en Flemas. Aunque Ender like a zombie no superó los éxitos precedentes, su continuación sí llegaría a convertirse en un éxito indiscutible. Calificado por la crítica como "el cross-over más brutal de todos los tiempos", la novela Ender of Dune es, aún hoy, el mayor superventas que haya dado la ciencia ficción. Las 56 páginas conocidas como "el monólogo del arrepentimiento", en las que el protagonista se lamenta de sus actos (arrasar cinco mundos en pleno colocón de especia), han sido señaladas por Harold Bloom como "una de las cimas de la literatura norteamericana contemporánea". Sin más, les dejo con la reseña de lo que en su día pareció ser el fin de Ender.
Aunque sin alcanzar las cotas del increíble nº 2, y tras el interesantísimo nº 3 (recuerden, aquellos apócrifos -culminación en clave gore de la mítica serie de Dune- encontrados por Brian Herbert en el frigorífico del chalet de su padre), la ya nada humilde Ediciones Torcal vuelve a descolocar al mundo editorial español con la publicación en nuestro país de la última novela de Orson Scott Card, obra que, además de suponer el cierre definitivo a la universal saga de Ender, viene precedida por la enorme consideración que ha despertado entre críticos y lectores norteamericanos.
Ender el suicida se mueve sutilmente entre la tragedia y la melancolía, entre el homenaje y el desvarío, buscando (y consiguiendo) despertar en el lector un desajuste emocional que alcanza su clímax en la última página. Card, maestro de maestros en el arte conductista, arrastra al espectador de este salvaje ejercicio de
Más contento con su última trilogía que con la tetralogía anterior, Card apuesta por el continuismo, se lanza a tumba abierta y decide cargarse el mito que él mismo engendró. Y por la vía dura. La novela utiliza con pericia jasmás vista la técnica del flashback y nos muestra a un Ender anciano, prisionero en el penal de un remoto mundo, revisando los distintos episodios de su vida para tomar una trascendente decisión. Desde el principio, la visión descarnada de las primeras páginas evidencia que las maldiciones que el escritor Rafael Marín dijo haberle escuchado proferir hacia Ender en la entrevista que el gaditano le hizo en su casa no eran una invención; el odio que el autor ha desarrollado con el tiempo hacia su personaje más famoso se hace aquí patente.
Card, actuando como un padre envidioso de su hijo, como moderno Abraham, procede a poner en ridículo públicamente a su creación, desarrollando punto por punto los escabrosos detalles de la infancia de Ender. La tardía edad a la que dejó de mojar la cama, las vomitonas ante sus compañeras de colegio cuando se ponía nervioso, su escaso amor al agua o las continuas agresiones psicológicas para con sus hermanos van detallándose sin compasión, una por una, hasta llegar a la época de la Escuela de Batalla. Bean, que se reivindica, al igual que en La sombra de Ender, como una figura colosal, fue desplazado del destino que le pertenecía por los sucios manejos de Ender, un ser envidioso y obsesivo al que sus compañeros acabarían denominando "Ponzoña" Wiggin.
La segunda parte del libro, en la que nos reencontramos con un Ender ya maduro y dado a la bebida, es, si cabe, aún más oscura y fangosa. La acción se sitúa en los años perdidos, en Lusitania. Escenas como aquella en la que retoza con los cerdis, revolcándose en la cochinera, o esa otra en la que en plena curda comete la atrocidad de comerse un filote de insector zángano, o la Coca Cola que derrama aposta sobre el teclado de Jane son de una crudeza ineludible, de grado tal que provoca en la mente de cualquier lector una insoportabilidad como no sufría desde la lectura de las novelas de Heinlein.
En la tercera y última parte del libro, sin embargo, saltamos sin explicación previa al Ender más conocido, muy alejado del loser presentado en las dos anteriores partes. Confeccionada como un crossover, algo poco habitual en el género, esta parte coloca a nuestro protagonista frente a frente con el Miurón, figura central de El fin de Hyperión, de Dan Simmons (Ediciones Torcal, nº 1), en un inconfundible homenaje a la novela que más ha marcado a Card en los últimos años, Richard Sharpe and the battle of Fuentes de Oñoro, del británico Bernard Cornwell. La acción se desborda y el libro comienza a escupir sangre ininterrumpidamente durante más de un tercio de su longitud. Cuando el enfrentamiento final está a punto de entrar en su mejor capítulo, a falta de dos páginas para la conclusión de la novela, esta tercera parte concluye abruptamente. Ender logra jauntear hasta las espaldas del monstruo metálico, incapacitado éste para entrar en fase, y, en lo que en principio parece ser un error de imprenta, la última línea se interrumpe para no seguir.
Con el tufillo de posible tomadura de pelo flotando en el ambiente, tras 1.255 desconcertantes páginas, la apoteosis. Mientras uno llega a la conclusión de que no hay Dios que case eso, y menos en página y media, el breve epílogo, de belleza inenarrable, clava una puñalada traumatizante al lector de la que no logra curarse en meses. Historia de la literatura desde el momento de salir al mercado, nunca jamás se había visto tal condensación de emociones en tan pocas líneas. No voy a desvelar qué medida toma el protagonista en última instancia, utilizando una cuerda y una silla (ya saben que soy enemigo declarado de adelantar nada de un libro), pero no sólo hace que todo cuadre, sino que además lo logra con coherencia.
Sin duda, Card lo ha conseguido de nuevo. Ender el suicida representa el primer mito literario del siglo XXI.
Reseña publicada anteriormente en Biliópolis, crítica sin red.
* El diseño de cubierta es propiedad de Antonio Rivas.