Enemigos privados

Publicado el 13 febrero 2016 por Jesuscortes
Significativamente larga y densa - cien minutos bien comprimidos - la primera película de Jacques Becker rara vez se ha contado entre sus obras maestras. "Dernier atout" quizá hubiese podido ser vista como un perfecto ejemplo de asimilación de modelos americanos para un nuevo impulso dentro del cine francés, como sucedería con tantas otras obras a finales de la siguiente década, pero en 1942, en medio de una guerra, con Francia ocupada y otro cine "necesario" presidiendo las carteleras, lo tenía todo en contra. El cine de Becker está, desde este mismo debut y en buena medida, fuera del tiempo. Diez años antes o diez después, su pasión por rodar probablemente hubiese aflorado en un ramillete muy similar de películas, con un interludio en color tal vez más amplio - fueron sólo dos obras, también poco valoradas, como le sucede a las más "irreales" de cuantas hizo -, un cine incontaminado por las modas que atravesó o adelantándose a varias de ellas, aferrado a unas constantes (la lealtad, el deseo de alcanzar los sueños, la mirada siempre más allá de las circunstancias cotidianas) universales y un estilo dinámico y entusiasta por estrechos y cortos que fuesen los espacios, una serie de elementos que hubiesen arraigado ya en el cine mudo sin mayores abstracciones. De los films de Jean Renoir con los que se formó, Becker aprende más que toma, lo cual explica una fluidez y un atrevimiento impropios ya para un primer film y su muy escasa querencia por reproducir o recrear, por hacer "modelismo", ni siquiera cuando impresionaba situaciones fácilmente asimilables a - sobre todo - "La nuit du carrefour" o "Les bas-fonds" de entre los films en que asistió al maestro, películas que tuvieron más influencia en casi cualquier otro contemporáneo que en Becker... y precisamente el mismo Renoir, "desprendido" a cada nuevo paso de su propio legado y sus confesas influencias, tan buen conocedor del pasado como para no repetir ni el suyo propio.

Jacques Becker, ensimismado

Con ciertos ecos del Barranca de "-only angels have wings" de Howard Hawks - un referente para él mucho antes de convertirse en un amigo y en este caso no sólo por ese film: a lo largo de la película, temas y rimas de, al menos, "Scarface", "Barbary coast" y "Ceiling zero", aparecen aquí y allá; por no hablar de los momentos en que prefigura "The big sleep" -, esta imaginaria localización, centro o sudamericana, permite ver al Becker más jovial y divertido, en ese ínterin en que el cine de gángsters se empezaba a estilizar hasta convertirse en cine negro.
Como el joven Nicholas Ray que a la vuelta de unos pocos años plantará la cámara delante del conflicto entre inexpertos absolutos y veteranos enfilando el amargo final, Becker conmovedoramente tampoco "se decide" entre los brillantes inspectores que juegan a cobrarse su primera gran pieza y los malhechores, para los que todo es muy serio.
Desde luego que lo es para la chica (Mireille Balin), enamorada del inteligente Clarence (Raymond Rouleau, que un par de años después acaparará el protagonismo de "Falbalas") y para su hermano y viejo camarada del forajido asesinado, un Pierre Renoir con poco tiempo ya, al que no juzga ni caricaturiza. Estimaba Becker demasiado la dignidad para permitírselo y de alguna manera así ayuda a continuar un bonito retrato iniciado por Jean Renoir en el 34, cuando empleó a su hermano mayor para "hacer un aparte" en el mito flaubertiano de "Madame Bovary".
Es una fluidez griffithiana, tan cómoda entre esos dos tonos, alegre y grave, la que envuelve las imágenes, tan diáfana que me temo ha costado advertir cuanto tiene de majestuoso el estilo de Becker, integrador de la puesta en escena con sus encadenados desde o hacia el fondo del plano, su habilidad para mostrar cómo miran sus personajes, la entidad que es capaz de conferirles con los diálogos sin necesitar que acudan a frases memorables.
Un elemento muy palpable de celebración total tiene "Dernier atout", como tendrán unos diecisiete o dieciocho años después los primeros films de los críticos de Cahiers, un júbilo por escribir, rodar, montar, pulir y hacer funcionar un sueño, con lo que resulta lógico que lo mejor del film esté en una media hora final absolutamente magnífica, que además recopila y aclara lo esencial acaecido antes.
Muy poco tardará por cierto Becker en despejar otra duda, la de su "escapismo", más o menos disimuladamente deslizada cuando se estrenó el film: "Goupi mains rouges" se plantaba en 1943 directamente en la frontera con Alemania y prolongaba un aspecto entre sarcástico y brutal de una vida rural que ya había sido atravesada, además de por la guerra, por "La règle du jeu".