Enero cruel

Por Esther
      Las batallas que libro no son tan dolorosas como las heridas que cruzan el alma y deciden quedarse conmigo, atadas a las debilidades que parecen barrer todo vestigio de luz, de virtudes. Vivo hoy un enero frío, de carreteras muertas y paisajes abstractos, de gestos que me sacan de quicio, de un calor que congela los sentimientos y me mira a los ojos para burlarse de mi lado más profundo. Soy una loca soñadora que convive con la indiferencia de un mundo que ya no cree en las cartas de amor y que obliga hipotecar sueños, a firmar contratos de soledad. ¿Qué sucederá cuando pasen los años y me mire al espejo preguntándome dónde quedaron las ansías de vivir, los proyectos que el invierno me impidió cumplir? No estoy dispuesta a renunciar a nada, quiero vivirlo todo sin que duelan las dudas, sin que me corte el hielo del porvenir. La corona hoy ya no parece tan segura porque no hay noticias de la reina de las letras, ni de esos sabios que van quedando marginados y olvidados, en un lugar del palacio llamado anonimato. Hoy triunfan otros valores, los conocimientos por los suelos, la superficialidad en su máximo apogeo, el infierno más negro de los inviernos. Esquivo como puedo las mentiras que se apiadan de mí, las ironías de los que hace tiempo dejaron de creer en sí mismos, las palabras tremendistas que me alejan de todo lo que anhelo ser y me coloco sin preámbulos en ese camino, de nuevo en el punto de partida pero con las ideas firmes sobre el agua helada. No quiero quedarme en el invierno de este enero, en un enero tan tentador como cruel, que pretende ser un abrigo de mortal abrazo, una claudicación perpetua. He de hacer la maleta, guardaré las letras que me redimen, los excesos que me dan la vida, la valentía que sabrá gestionar mis miedos. Equivocada o no, hoy creo ciegamente en un sol que seduce a la mismísima nieve, soberana en las montañas más altas, inmaculada y letal en el alma. Intentarlo siempre. Aunque vuelva otra nevada, aunque sienta que este enero me mata. La sociedad está aterida de frío, hipnotizada, le cuelgan las fuerzas, esta estación la desarma. En estos tiempos difíciles que tratan de explicarlo todo y no justifica nada yo sigo buscando mi sitio, tratando de no perderme, buscándome cuando eso pasa. Entre el fuego del invierno y las rosas que sobreviven estoicamente a las gélidas heladas. En un enero bello, artificialmente iluminado, cautivador… un enero cruel.