Enero, por Sara Gallardo

Publicado el 26 abril 2020 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Enero, de Sara Gallardo

Editorial Malastierras. 107 páginas. 1ª edición de 1958; esta de 2019.
Hablé con los editores de Malastierras cuando apareció hace unas semanas su edición de Eisejuaz (1971), la novela más reputada de la escritora argentina Sara Gallardo (Buenos Aires, 1931-1988). Quedé con ellos en que me enviarían Enero (1958), la primera novela de la autora, y también Eisejuaz, para que pudiera leerlas seguidas y reseñarlas. Hasta que la nueva editorial madrileña Malastierras no ha publicado los libros de Gallardo en España yo no había oído hablar de ella y siempre me alegran estos rescates de escritores latinoamericanos que nunca llegaron a atravesar el Atlántico. Sara Gallardo, que murió hace ya más de treinta años, ha sido reivindicada últimamente por escritores argentinos de la talla de Selva Almada, Samanta Schweblin, Ricardo Piglia o Pedro Mairal.
Enero es la primera novela de Sara Gallardo. Se publicó cuando ella tenía veintisiete años y la escribió con veinticinco. Pese a la juventud de su autora, la propuesta es de una gran madurez narrativa. La protagonista de Enero es Nefer, una chica de dieciséis años que vive en un pueblo del interior de Argentina. Sus padres trabajan en la casa de una familia adinerada y ella ya ha comenzado también a trabajar para ellos, realizando tareas del hogar. Nefer se siente atraída por un gaucho apodado «el Negro». Un día de fiesta se arregla con la idea de que se fije en ella. Sin embargo, la joven se sentirá despechada cuando vea al Negro bailando con otra. Sus desgracias no van a acabar aquí: Nicolás, otro trabajador del campo, está borracho ese día, y se abalanzará sobre ella para violarla. La escena es elusiva, poética y brutal: «La toma por un brazo y las espinas del monte se incrustan en su espalda. El hombre tiene bigotes y olor a vino, hace calor, las ramas de los árboles son un mundo, el Negro está con Delia, el hombre suda, hace calor, me ahogo, ah Negro, Negro, qué me has hecho, mirá mi vestido, era para vos. Durante meses esperé este día para invitarte…» (página 17).
Nefer se quedará embarazada y el tema principal de la novela será su angustia ante la perspectiva de que los demás lo descubran. Nefer no se siente víctima, sino culpable, y ésta es una de las más terribles ideas contenidas en Enero. Sara Gallardo da voz aquí a una persona que no tiene voz, que sabe que cuando se descubra lo que le ha ocurrido va a ser juzgada negativamente más que comprendida. Si bien Enero está escrito en tercera persona, la narradora también cede la voz, de vez en cuando, al discurso interior de su protagonista. Diría que una de las influencias más importantes de esta novela son los dramas sureños de William Faulkner. No he leído aún Luz de agosto, pero sé que trata de una chica embarazada que busca al padre de su hijo. Es posible que Gallardo se haya visto influida por esta novela y que, incluso, le haya hecho un homenaje en el título. Aunque a un español enero le lleve a pensar en la época más fría del año, para un argentino enero es la época más calurosa, es el centro de su verano; es su posible «agosto faulkneriano». En este sentido, son numerosas las descripciones ambientales que aluden a ese calor asfixiante. Por su influencia faulkneriana para crear un drama rural en la pampa argentina y la juventud de su autora, Enero me ha hecho pensar en la colección de relatos Hombre en la orilla de Miguel Briante, libro que se publicó en la Argentina de 1968, cuando el autor tenía veinticuatro años. Podríamos hablar de dos casos paralelos de jóvenes prodigios argentinos.
El lenguaje de Enero es preciso y muy afilado. Abundan las contundentes descripciones ambientales con motivos campestres: «El perro lame sus pies y agita con la cola la manta que la envuelve: lentamente, como un tren que pasara lejano, suena el largo gemido del molino trabado que la brisa inquieta, y los grillos con las ranitas transforman el aire en una inmensa vibración» (pág. 47). Este tipo de párrafos también me han recordado a los poemas del chileno Jorge Teillier. En estas descripciones de un mundo campestre no hay ninguna idealización; así, por ejemplo, la brutalidad hacia los animales está muy presente en estas páginas: «No hace mucho que un vecino les envenenó un perro y ellos se vengaron castrando todos los de él» (pág. 29).
Nefer se aventura a acercarse hasta la casa de una curandera que sabe que realiza abortos, pero el miedo a las habladurías hará que no pueda comunicarle sus intenciones y que el problema continúe. Tal vez Dios sea la respuesta. Tal vez si Nefer le reza se produzca un milagro y cese el embarazo y la vergüenza. «Nefer no cree que Juan llegue a tocar muy bien pero lo envidia, solo en su cuarto, empeñado en su ocupación. Ella quisiera poder aislarse de la madre hosca, de Alcira indiferente, de la radio, de todo, y encerrarse con los ojos cerrados a pensar en el Negro que sonríe, en el Negro que saluda, que monta a caballo, que desmonta y fuma achicando los ojos, pero el dormitorio rodeado de lluvia la entristece» (pág. 74). Desde luego, Nefer no es una mujer que pueda aspirar a tener una habitación propia. Sin ir más lejos, cuando al fin se decide a informar a su madre de que está embarazada, la primera reacción de ésta es abofetearle, dejándole claro que, como la propia Nefer había supuesto, lo que debe sentir es vergüenza y culpa por sus faltas. Nefer, como en otros momentos de la novela, deseará estar muerta. Al final, la madre de Nefer pondrá la solución en manos de la patrona de la casa. No quiero contar el final (de hecho, creo que ya he contado demasiado del argumento), pero el lector acabará el libro con una sensación brutal de injusticia e impotencia.
Ahora mismo sigue en Argentina el debate sobre el derecho a abortar de las mujeres, y en este contexto Enero de Sara Gallardo es una novela absolutamente moderna y pertinente, y es fácil entender por qué tantas autoras (aunque también autores) la están reivindicando con tanta fuerza. No me gustaría transmitir la idea equivocada de que esta novela es valiosa porque se ajusta a un tema político de actualidad (que también), sino que es valiosa porque es gran literatura, porque da voz a los que no tienen voz y su lenguaje seco, poético y contundente vehiculiza de forma muy eficaz el drama narrado. Lo digo de nuevo, es una suerte para el ecosistema literario español que aparezcan editoriales pequeñas como Malastierras, editoriales aguerridas que amplían las fronteras de la literatura escrita en español, propiciando el encuentro entre ambos lados del Atlántico.