Sin mayores rodeos. Como bien me ha hecho notar alguno de los habituales no todo el mundo está absorbido por la bestia social y puede darse la peregrina (y muy hipotética) circunstancia de que algo de lo que pongo por allí tenga su interés. Entre fotos, música y demás cosas insustanciales también aparece la idea de una serie de microreseñas, un diario cinematográfico que será mensualmente recopilado aquí y que quizás pueda servir para despertar la curiosidad hacia alguna película o, por el contario, para prevenir sobre consumos tóxicos. Este mes solo una muestra que abarca desde el 18 al 31:
Planes siniestros de un pérfido Conde húngaro dispuesto a seguir vengando la muerte de un antepasado, adorador del mal, en el México contemporáneo para este título perteneciente a la edad de oro del horror mexicano. Mezcla de extravagancia y clasicismo en el tratamiento del mito fusiona ideas geniales -la música usada para dominar voluntades, el vampirismo como religión ocultista- y aciertos escenográficos –el órgano fabricado en fémures y calaveras humanas, la guarida subterránea de la secta- con risibles actuaciones de fotonovela y melodramatismo de folletín. Conserva cierto encanto ingenuo propio de la época y las condiciones, aunque desde luego Guillermo Murray, debutante aquí en el cine mexicano, no es el gran Germán Robles, ni Mauricio Garcés es Clark Gable, aunque se le parezca.
Poderoso western telúrico-aventurero que pasa por ser una de las películas más olvidadas de su director. El paisaje es valorado como un elemento determinante logrando composiciones impresionantes que no entorpecen una narración purísima, con una atención al detalle privativa del cine americano clásico. Perfecto equilibrio de emoción, humor, dramatismo, humanidad y hasta sorprendente erotismo. Gable, en su plenitud madura encarna a uno de esos hombres legendarios que son posibles solo en el western, consiguiendo que, además salten chispas en sus enfrentamientos a una Jane Russell marimacho, arrogante y malhablada, y aun así, o precisamente por ello, arrebatadora.
Primera aventura de los diletantes y detectives circunstanciales Nick y Nora Charles adaptando a Dashiell Hammet. Un combinado irresistible de comedia sofisticada y whodunit de ritmo endiablado y diálogos chispeantes/maliciosos. El éxito fue tal que convirtió a los insuperables William Powell y Mirna Loy (y el perro Asta) en inseparable pareja prolongando así su relación llena de encanto alcohólico y complicidad. Cine champán directamente desde el glorioso primer quinquenio de los 30, uno de los más frescos y libres de la historia del Hollywood clásico.
Delicioso peplum fantamitológico que supone el primer acercamiento de Cottafavi a al universo de Hércules, aquí enfrentado a una complicadísima red de intrigas palaciegas, traiciones y romances malditos instigados en parte por el destino, en parte por el tirano de cara cortada al cual encarna un genial Broderick Crawford. Ingenua, suntuosa e imaginativa, un tanto sosa en cuanto a bellezas femeninas y con un héroe interpretado por el lustroso italoamericano Mark Forest que carece tanto de la dignidad regia de Steve Reeves como de la bonhomía del futuro Reg Park, quien recogería el mano a partir de la no menos divertida “La conquista de la Atlántida”.
Absorbente thriller coreano sobre la inconclusa investigación acerca de unos crímenes sexuales cometidos en un área rural durante la segunda mitad de la década de los 80. Equilibra admirablemente toda suerte de registros, de la sátira sociohistórica al puro suspense de género, pasando por el drama obsesivo o el estupor humorístico, en un conjunto de armoniosa sobriedad formal y peculiar ritmo interno. Magníficamente interpretado además, confirma la pujanza (comercial) y la vitalidad (artística) de cine del país durante los 2000.
Una, en principio, rutinaria historia de matón traicionado por su jefe convertida en una estilizada amalgama de romanticismo y coreografías sangrientas, entre la ñoñería empalagosa y la abstracción hiperviolenta. Excesiva a todas luces aunque tamizada por su enigmático final. En realidad carece de personalidad propia, tomándola de referentes tanto asiáticos, el heroic bloodshed hongkonés, las cintas de gángsters de Johnnie To, el yakuza-eiga de Takashi Ishii, como occidentales, la obsesiva nocturnidad y el empleo de los espacios de Michael Mann o las escenas humorísticas a lo Tarantino (especialmente molestas y alargadas aquí) compartiendo el nexo común de ciertas reminiscencias al polar. Así y todo tiene interés, está excepcionalmente bien rodada (sus escenas de acción dejan las correspondientes del cine norteamericano coetáneo a su triste altura) y su protagonista, Lee Byung-hun, se revela como un válido “bello tenebroso”.
Aventurero vocacional y exagente secreto, Sugar Colt tendrá que volver a coger las armas para ayudar al recate de un batallón nordista secuestrado, para lo cual se disfrazará de un más bien zarrapastroso médico. Especie de cruce entre el spionistico y el spaghetti-western que vendría resultar una cosa así como un Jim West all’italiana. Rasgos humorísticos, apreciable primera mitad y presencia de una Soledad Miranda pre-Jesús Franco pero ya irresistible. Al simiesco galán de segunda fila Hunt Powers lo secunda una gloriosa galería de característicos nacionales, entre los que se cuentan Víctor Israel, Luis Barboo, Manuel Muñiz “Pajarito”, José Canalejas o el asturiano Frank Braña y el film en conjunto tiene cierta gracia.
Un aventurero americano se ve obligado a liberar a unos convictos y secuestrar a un para de adinerados turistas para conseguir atravesar la mitad de la selva hondureña y así ayudar al legítimo presidente. Mediocre producción de aventuras exóticas debida a la RKO, perjudicada por un guión paupérrimo y formulario y unas actuaciones en exceso acartonadas. Ni la torva presencia de Jack Elam, ni el brillante technicolor, ni ciertas implicaciones eróticas levantan un invento donde el talento plástico de su gran director y su habitual capacidad para sublimar materiales de derribo tampoco dan demasiadas señales de vida.
Muy sólida película sobre la relación entre un delirante actor y su asistente personal que mantienen una terminal representación del Rey Lear bajo la Inglaterra bombardeada de la 2ª GM y que se inspira en la experiencias de su autor, Ronald Harwood, como “vestidor” del legendario tespiano Sir Donald Wolfit (para los amantes del horror british el truculento protagonista de La sangre del vampiro, dirigida por Henry Cass en 1955). Sobria realización de un Peter Yates demostrando servir para bastante más que orquestar persecuciones, notable reconstrucción de época, gran reparto de secundarios (incluido otro mito fantaterrorífico como Michael Gough) y formidables interpretaciones de Tom Courtenay y, especialmente, de un Albert Finney escalofriante.