En función de la respuesta que se dé a esta cuestión, se producirá el grado de participación que el próximo domingo consiga estas enésimas elecciones generales. Porque motivos para la abstención no faltan ni razones para la desafección política. Y ese descontento, que se detecta en las encuestas, representa el mayor peligro que se cierne esta vez sobre las urnas por parte de unos votantes que parecen hartos de cumplir con su derecho al voto, sin que los elegidos asuman su deber de actuar en consecuencia. Conjurar tal peligro debiera ser la prioridad de los partidos en liza, pero, por las estrategias que desarrollan y los mensajes propagandísticos que emiten, no parece que estén dispuestos a hacerlo. Por el contrario, nuevamente se dedican a cuestionar posibles alianzas entre ellos y anteponer antagonismos que harán muy difícil cualquier pacto que sea necesario con un resultado que mantenga la fragmentación del Parlamento. ¿Qué hacer entonces, insistir con otras elecciones hasta provocar la anomia total en la sociedad?
El desarrollo de esta campaña parece apuntar a esa dirección si tras las elecciones sus líderes no entran en razón y atienden al interés general. La “izquierda” acusa al probable ganador, en minoría, de estos comicios, al partido socialista, de preferir un pacto con la derecha. Y la derecha, a su vez, advierte del peligro de que intente, en realidad, un gobierno “frankestein” formado por una coalición de las izquierdas que incluya a nacionalistas e independentistas. Y todos reinciden, así, en su incapacidad para asumir un resultado que no satisfaga sus expectativas particulares, sin importarles la estabilidad gubernamental ni el futuro del país, en una coyuntura nacional e internacional especialmente delicada.
Con todo, la única salida es votar, volver a votar para que unos pocos no decidan en nombre de todos, por demostrar mayor civismo democrático que los propios elegidos y no hacer dejación de una responsabilidad que la democracia pone en nuestras manos. A pesar de las frustraciones y los desengaños, las urnas nos permiten condicionar a nuestros gobernantes para que actúen conforme nuestra voluntad, aunque se empecinen en no hacerlo. No usar el voto e ignorar este sistema, que no es perfecto pero es el mejor para expresar nuestra decisión soberana, sería facilitar que los desaprensivos maliciosos, emboscados en los populismos de todo pelaje, suplanten nuestra voluntad y opinen por nosotros. No cabe en democracia el pesimismo porque tenemos capacidad de combatirlo ejerciendo el derecho a votar con criterio y objetividad a los más idóneos para representarnos. Las veces que haga falta, aunque sean las enésimas elecciones en las que participamos.