El día de hoy se me hace raro porque me induce a la tardanza en lo que haga. Me he levantado más tarde de lo habitual y casi he desayunado cuando, en otras ocasiones, habría empezado a quedar con amigos para el aperitivo previo del almuerzo. Siento una soñolencia pegajosa después de un almuerzo por obligación horaria que me impide levantarme del sofá para ir al cine. La tarde se hace eterna puesto que la oscuridad no acompaña mi tendencia hacia el pijama y el refugio hogareño, como era costumbre. Y todo por culpa del enésimo cambio horario que nos hizo adelantar anoche una hora en el reloj. Cambios automáticos para los cronómetros, pero cada vez más dificultosos para cualquier organismo vivo que está condicionado por su propio reloj interno, ajustado genéticamente a los períodos naturales de luz y oscuridad. Sin ninguna excusa para tantos trastornos, los gobiernos siguen por inercia obligando a unos cambios horarios que ni a los relojeros convencen. Y no saben cómo remediarlo sin alterar las rutinas de los ciudadanos y las molestias del cuerpo. ¡Ojalá sea mañana!