Revista Sexo
Existe una enfermedad llamada tiento o enfermedad del difunto que es provocada por el alma de una persona recién fallecida. Esta enfermedad, también conocida como cáncer del muerto o aire del difunto, parte de la creencia de que la cercanía con una persona fallecida, ya sea sea en un velatorio o en el cementerio, convierte a las personas que han estado cerca en potenciales agentes transmisores de una serie de males difícilmente tratables.
En la región colombiana de Boyacá, situada a más de 3000 metros de altitud, se trata de prevenir el contagio de la enfermedad manteniendo lejos de las personas fallecidas a los bebés y a las mujeres embarazadas o que están menstruando, puesto que corren el riesgo de contraer la enfermedad volverse infértiles o de que el bebé que están esperando muera. No se conoce remedio una vez contraída la enfermedad, por eso los habitantes de esta región hacen especial hincapié en tomar todas las medidas de prevención posibles. Las posibilidades de supervivencia una vez contraída la enfermedad, son mínimas, y aquellos bebés que logran salir adelante son considerados como predestinados a hacer algo extraordinario en su vida.
Nairo Quintana, ciclista colombiano del equipo Movistar, contrajo la enfermedad del difunto. La causa, un vecino, quien hacía poco tiempo había perdido a un familiar, acudió a comprar a la tienda de frutas y verduras de la familia Quintana y, en un descuido, tocó a la madre de Nairo cuando faltaban pocos días para que diera a luz. Cuando Nairo Quintana nació, enfermó. Pasó los primeros meses de su vida acosado por diarreas, sin ninguna luz de vida en sus ojos y envuelto en un olor nauseabundo que recordaba continuamente el alma atormentada del muerto. De nada servían los remedios y preparados que los médicos y curanderos de la zona se afanaban en preparar para recobrar la salud de Nairo y aliviar así el sufrimiento de su familia.
Durante los primeros meses Nairo estuvo cubierto de polvos de hojas y cortezas secas, fue bañado en aguas regadas con infinidad de plantas, le aplicaron cataplasmas de diferentes composiciones. Incluso fue protagonista de varios rituales que tenían como propósito liberarle del alma del muerto a través de ofrendas de diverso tipo que pretendían contentar al penitente. Nada ponía remedio a la enfermedad de Nairo y nadie era capaz de evitar que el primogénito de los Quintana pasara cada día manchado por las heces y la sangre que brotaban de su diminuto y debilitado cuerpo cada vez que reunía las fuerzas necesarias como para ser capaz de toser.
No fue hasta que Eloísa, la mamá de Nairo, hizo caso de los consejos de María ,una mujer poseedora de los amplios conocimientos de las virtudes y aportes de las plantas de los montes colombianos que le legaron a ella y, antes que a ella a su madre y la madre de su madre sus antepasados chibcha. María, que en aquellos tiempos había vuelto a su tierra natal movida por el miedo a la situación de violencia permanente en la que se vivía en la ciudad de Bogotá entre las fuerzas del orden y los miembros del Cárteles de droga. Una infusión, a la que María se refirió como Combitá: elaborada con las raíces de nueve árboles distintos, una pieza de arracacha o zanahoria blanca y u puñado de la tierra natal de Nairo. Curiosamente, el pueblo natal del pequeño Nairo y de la infusión que María tenían el mismo nombre lo cual llamó la atención de Eloísa pero no despertó su curiosidad.
A los pocos días de comenzar a tomar la Combitá siguiendo las instrucciones que María le dio a la familia antes de partir, la mejoría de Nairo se hizo evidente. Los sangradas y la diarrea cesaron, el sufrimiento y el dolor se alejaron del hogar de los Quintana por la misma senda por la que María se marchó el día que abandonó la vereda de La Concepción. Pasado el tiempo era frecuente ver corretear a los cinco hijos de los Quintana por los prados y los pastos del monte de El Moral. Allí Nairo se divertía y jugueteaba sin cesar con sus hermanas Layda y Esperanza.
No todo fue felicidad a partir de entonces en la vida de Nairo, sino que, como cualquiera que tiene la osadía de nacer en una región como Boyacá, más aún, en pueblecito como la Vereda de La Concepción, es el sacrificio y el esfuerzo por llegar al siguiente día el que trazan la existencia. Los papás de Nairo siempre quisieron darles a sus hijos la educación de la que ellos no pudieron disfrutar. Querían brindarles a sus hijos la posibilidad de disfrutar de un abanico mayor de oportunidades que el trabajo en el campo y el cuidado del ganado. Para ello llevaban a sus hijos a la escuela de Acarabuco, a 18 kilómetros de su casa. Sin embargo, llegó un momento en el que la familia Quintana no podía asumir el coste en transporte que les suponía que todos sus hijos acudieran a la escuela. Tomaron entonces una decisión que cambiaría para siempre la vida de Nairo.
El papá de Nairo, Guillermo, reparó la vieja bicicleta que utilizaba para ir a vigilar el ganado y se la entregó para que, cada día, puediese acudir a la escuela. Nairo aprendió a montar en bicicleta a pasos acelerados para poder recorrer a diario 18 kilómetros de ida y otros 18 kilómetros de vuelta a 3000 metros de altitud y hacer frente a unas pendietes con un desnivel medio del 8%. Además, tenía que hacerlo por unas carreteras completamente embarradas y a la mínima atención que el resto de vehículos prestaban a ese chico que trataba, a golpe de pedal, de sortear las empinadas curvas con 20kg de hierro entre las piernas. Cinco años más tarde, Nairo se llevó la victoria, con apenas 20 años, en el Tour del Porvenir, la carrera por etapas más prestigiosa para ciclistas menores de 25 años en la que habían escrito su nombre corredores como Miguel Induráin, Greg Lemond, Dennis Menchov o Laurent Fignon.
Nairo Quintana supo que valía para el ciclismo cuando, muchos días, al volver de la escuela era capaz de aguantar el ritmo de ciclistas mejor equipados que con sus trajes de lycra, sus cascos, sus bicicletas de carbono, entrenaban por la subida amino que él tenía que seguir hasta llegar a su casa. Su padre, harto de escuchar a su hijo día tras día decidió comprarle una bicicleta mejor con la que pudiera competir y batirse con otros corredores. Apenas transcurrió tiempo Nairo en demostrar que poseía algo especial, una capacidad innata para el ciclismo. No es algo que deba sorprender puesto que, como ya se sabe desde hace siglos, quienes son capaces de sobrevivir al tentado del difunto están llamados a ser seres excepcionales. María ya sabía, como más tarde descubrió Eloísa , antes de ver a Nairo subir las montañas de los Alpes y los Pirineos en el Tour de Francia que éste lleva consigo a Combitá: “la fuerza de la cumbre”.