Existe una enfermedad llamada tiento o enfermedad del difunto que es provocada por el alma de una persona recién fallecida. Esta enfermedad, también conocida como cáncer del muerto o aire del difunto, parte de la creencia de que la cercanía con una persona fallecida, ya sea sea en un velatorio o en el cementerio, convierte a las personas que han estado cerca en potenciales agentes transmisores de una serie de males difícilmente tratables.
Nairo Quintana, ciclista colombiano del equipo Movistar, contrajo la enfermedad del difunto. La causa, un vecino, quien hacía poco tiempo había perdido a un familiar, acudió a comprar a la tienda de frutas y verduras de la familia Quintana y, en un descuido, tocó a la madre de Nairo cuando faltaban pocos días para que diera a luz. Cuando Nairo Quintana nació, enfermó. Pasó los primeros meses de su vida acosado por diarreas, sin ninguna luz de vida en sus ojos y envuelto en un olor nauseabundo que recordaba continuamente el alma atormentada del muerto. De nada servían los remedios y preparados que los médicos y curanderos de la zona se afanaban en preparar para recobrar la salud de Nairo y aliviar así el sufrimiento de su familia.
Durante los primeros meses Nairo estuvo cubierto de polvos de hojas y cortezas secas, fue bañado en aguas regadas con infinidad de plantas, le aplicaron cataplasmas de diferentes composiciones. Incluso fue protagonista de varios rituales que tenían como propósito liberarle del alma del muerto a través de ofrendas de diverso tipo que pretendían contentar al penitente. Nada ponía remedio a la enfermedad de Nairo y nadie era capaz de evitar que el primogénito de los Quintana pasara cada día manchado por las heces y la sangre que brotaban de su diminuto y debilitado cuerpo cada vez que reunía las fuerzas necesarias como para ser capaz de toser.
A los pocos días de comenzar a tomar la Combitá siguiendo las instrucciones que María le dio a la familia antes de partir, la mejoría de Nairo se hizo evidente. Los sangradas y la diarrea cesaron, el sufrimiento y el dolor se alejaron del hogar de los Quintana por la misma senda por la que María se marchó el día que abandonó la vereda de La Concepción. Pasado el tiempo era frecuente ver corretear a los cinco hijos de los Quintana por los prados y los pastos del monte de El Moral. Allí Nairo se divertía y jugueteaba sin cesar con sus hermanas Layda y Esperanza.
No todo fue felicidad a partir de entonces en la vida de Nairo, sino que, como cualquiera que tiene la osadía de nacer en una región como Boyacá, más aún, en pueblecito como la Vereda de La Concepción, es el sacrificio y el esfuerzo por llegar al siguiente día el que trazan la existencia. Los papás de Nairo siempre quisieron darles a sus hijos la educación de la que ellos no pudieron disfrutar. Querían brindarles a sus hijos la posibilidad de disfrutar de un abanico mayor de oportunidades que el trabajo en el campo y el cuidado del ganado. Para ello llevaban a sus hijos a la escuela de Acarabuco, a 18 kilómetros de su casa. Sin embargo, llegó un momento en el que la familia Quintana no podía asumir el coste en transporte que les suponía que todos sus hijos acudieran a la escuela. Tomaron entonces una decisión que cambiaría para siempre la vida de Nairo.
Nairo Quintana supo que valía para el ciclismo cuando, muchos días, al volver de la escuela era capaz de aguantar el ritmo de ciclistas mejor equipados que con sus trajes de lycra, sus cascos, sus bicicletas de carbono, entrenaban por la subida amino que él tenía que seguir hasta llegar a su casa. Su padre, harto de escuchar a su hijo día tras día decidió comprarle una bicicleta mejor con la que pudiera competir y batirse con otros corredores. Apenas transcurrió tiempo Nairo en demostrar que poseía algo especial, una capacidad innata para el ciclismo. No es algo que deba sorprender puesto que, como ya se sabe desde hace siglos, quienes son capaces de sobrevivir al tentado del difunto están llamados a ser seres excepcionales. María ya sabía, como más tarde descubrió Eloísa , antes de ver a Nairo subir las montañas de los Alpes y los Pirineos en el Tour de Francia que éste lleva consigo a Combitá: “la fuerza de la cumbre”.