Desde su juventud, José Martí libró una batalla silenciosa contra un cuerpo frágil. La tuberculosis, diagnosticada desde temprana edad, lo acompañó como una sombra: tos convulsa, fiebres intermitentes y una fatiga que amenazaba con postrarlo. En el siglo XIX, esta enfermedad era una sentencia de muerte lenta, pero Martí desafió el pronóstico. No se resignó a la convalecencia; en cambio, convirtió el sufrimiento en un motor para pensar, escribir y soñar con una Cuba libre. Su pluma, afilada como un arma, trazó versos y ensayos que mezclaban el dolor físico con la esperanza colectiva.
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