En uno de los Salmos más citados pero mal entendidos del rey David, dice: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmos 23:4).
No creo que David estaba pidiendo a Dios que elimine este mal; él pedía ser empujado hacia la batalla, obligado a enfrentar al enemigo de frente. ¡Estaba listo para ir a la guerra contra Satanás, no para esconderse de él!
Cuando el apóstol Pablo estaba inspirando a sus hermanos en la fe a recordar su propósito como cristianos y su recompensa en el cielo, les dijo: “Alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:18). En efecto, él estaba diciendo: “Empújense unos a otros hacia adelante en nuestra batalla contra el maligno”.
Y cuando Jesús prometió a Sus discípulos que el Consolador vendría después de Su muerte, fue un anuncio de guerra. El Espíritu Santo los inspiraría y les daría poder para estar al frente de la batalla espiritual. Esta es una dimensión del Espíritu de Dios que es muy real pero muy poco comprendida y acogida.
Si quieres ver el Espíritu de Dios obrando en plena gloria en la tierra, haz un viaje a las líneas del frente de batalla, donde la guerra entre el bien y el mal, la batalla por las almas humanas, se combate con intensidad. Si quieres sentir la ira de Satanás, sólo pasa algo de tiempo en su campo conversando con la gente que él mantiene en esclavitud y hablándoles acerca de Jesús. Míralo levantar su fea cabeza para intentar intimidarte y burlarse de ti.
Nada hace enojar más ni pone más nervioso a Satanás que alguien del pueblo de Dios lleve la linterna de la gracia a la oscuridad húmeda de su mazmorra. Ahí es cuando él lucha más duro y cuando vemos al Espíritu Santo brillar más poderosamente.
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