La próxima semana empezaré mis vacaciones. Unos cuantos días de descanso frente al mar en la Costa del Sol con unos cuantos amigos por ver, unos cuantos libros por leer y mucho tiempo para dedicarle a la familia. Mi última sesión de la temporada será el martes en Sevilla (¡cómo no!). Y la víspera, el lunes, celebraremos el día de Santiago, patrón de España.
Sin duda recordaré cómo las pasadas navidades, con mi hijo Alvaro de 9 años, recorrimos a pié los últimos 115 kms del Camino de Santiago para ganar el Jubileo. Muchos al principio pensaron que era una locura caminar tanto con un niño tan pequeño, pero sin saltarnos un sólo kilómetro, entre el frío y la lluvia, llegamos a abrazar al Apóstol.
Dos monjes regresaban a su convento a pié una tarde. Uno de ellos era ciego, y su compañero lo guiaba.
- No temas amigo -dijo el monje guía- ahora tenemos que atravesar el bosque en el que viven, según las leyendas, monstruos y brujas, pero yo abro bien los ojos y te protegeré contra todos los peligros. Cógete de mi brazo y avancemos sin miedo.
Los monjes se internaron en el bosque, y cuando estaban en lo más profundo, entre medio de la espesura, apareció una vieja bruja horrible y desdentada. Era la espantosa Dama de los Bosques: inmensa, con una nariz monstruosa, unos ojos inyectados en sangre en los que parecían girar ruedas de fuego. Su lengua rojo escarlata le colgaba hasta el pecho y sus cabellos grises y sucios flotaban al viento. Sus largos brazos de esqueleto terminados en garras se agitaban amenazantes y sus pies peludos golpeaban el suelo con rabia.
El monje guía, aterrado, empezó a temblar.
- ¿Qué te ocurre hermano? - preguntó el monje ciego- Ya no oigo tu voz y siento que tiemblas junto a mí. ¡Háblame, te lo ruego!.
El guía, paralizado de terror no podía emitir ningún sonido. Mientras, la Dama de los Bosques seguía avanzando hacia ellos amenazándoles con sus garras aceradas y una sonrisa espantosa.
- Noto que no estás bien -insistió el monje ciego- y no entiendo por qué, pero deja que te sostenga y te guíe yo ahora. Apóyate en mí.
Con paso firme el ciego arrastró a su compañero en dirección a la bruja, a la que él no veía. El monstruo, estupefacto al ver cómo dos monjes avanzaban directamente hacia él, indiferentes a su aspecto aterrador, los fulminó con su mirada y aumentó sus gestos amenazantes. Todo fue en vano. Conducidos con mano firme por el ciego, los dos monjes seguían avanzando. Cuando prácticamente estaban a punto de chocarse con la bruja, esta, contrariada y vencida, se desvaneció en el aire y desapareció.
¿Cuántas veces decidimos tirar la toalla demasiado pronto por miedo a obstáculos que sin duda seríamos capaces de superar con un poco de esfuerzo?. ¿Cuántas veces nos dejamos llevar por los miedos irracionales que otros nos infunden sin pensar que quizá nosotros somos capaces de superarlos?.