En este fútbol que tanto nos gusta, la gloria se suele repartir utilizando el filtro de los títulos, no siempre justo. Así lo reflejan los libros de historia deportiva o las nuevas wikipedias de la falsa edad moderna, la que estamos viviendo. Sin embargo, esta regla no funciona del mismo modo con el hincha. Él sí que recuerda las sensaciones y las asimila de un modo natural en sentimientos. El aficionado es más de amores que de bodas; más de fogonazos que de relaciones consentidas. En definitiva, más de la fugaz Holanda de Cruyff que de la Alemania de las tres últimas décadas del siglo XX. Pero el envoltorio más protocolario, profesional y, en verdad odioso, de este deporte establece como base y premisa de su ideario una simple palabra. Victoria.
A estas alturas del texto, se hace más necesario que nunca un "pero" para reconciliarme con el fútbol. Mi enfado con él podría resultar tan inconsistente como el de Homer Simpson con su televisión. Y es que este juego aporta de un modo frecuente (y parece que cálculado automáticamente por una fuerza superior) suficientes razones para creer en su dignidad, su justicia y su naturaleza más deportiva que empresarial. Cuando estos motivos aparecen, todos nos ponemos de acuerdo. O deberíamos. Surgen las excepciones que justifican cualquier regla. A veces vienen basadas en el envidiado talento y en otras ocasiones fundamentadas en el trabajo puro y en la determinación, junto a otras cualidades nada brillantes ante el espejo de los palacios futbolísticos. Y entre todas ellas, se desborda una característica que otorga todo tipo de ventajas en la vida a cambio de un concentrado sacrificio. Es difícil asociar la palabra aprendizaje con un futbolista de élite. Tanta artificialidad, discurso vacío, fanatismo irascible y polémica absurda han provocado agujeros negros en la reputación de este deporte. Pero la existencia de personas como Peter Shilton hace ver que quizá se trate de un prejuicio equivocado.
Peter Leslie Shilton es un portero inglés y esto es lo peor que se puede decir de él. Es un tipo con el que han convivido hasta tres líneas familiares. Un abuelo pudo verle debutar escuchando embobado el Revolver de The Beatles. Un padre, a su vez, disfrutó su rectitud (tan admirada en los porteros de los ochenta) y plenitud deportiva mientras The Jam le hacía vibrar. Y un hijo reconoció su alicaída figura con los himnos de Oasis y la colorida explosión del brit-pop. Sus 30 años en el fútbol son uno de sus datos más conocidos, así como las 125 internacionalidades con Inglaterra y los 1390 partidos jugados durante toda su carrera. Hasta aquí la intervención de los números, que ayuda a mitificar al hombre nacido en Leicester.
Las peculiaridades de Shilton comienzan con su posición en el campo. Sí, es portero. Y sí, es inglés. Olvidémonos por un momento de Calamity James, Robert Seaman, Paul Robinson y demás proscritos. Hace muchos años, existía un nutrido arsenal de buenos porteros en las islas. El histórico Gordon Banks aconsejó al entrenador del Leicester que subiera a Shilton al primer equipo a mediados de los sesenta. Resulta curioso que la meteórica evolución de Peter obligara al club a vender a Banks tres temporadas después. La longevidad del portero hizo que jugara hasta en once clubes hasta su retiro en Leyton en 1997. En Inglaterra y entre los aficionados internacionales con más memoria, Shilton será recordado por ser el portero de aquel mítico Nottingham Forest de finales de los setenta. El dorsal "1" del club que pasó en tres temporadas de militar en la First Division a conquistar dos Copas de Europa. El portero de Brian Clough, que se dice pronto. Sembró muchísimo orgullo Shilton en su estancia en Nottingham.
No sucedió del mismo modo cuando actuó como guardameta de la selección inglesa, donde vivió épocas ciertamente oscuras. El fracaso colectivo sobrevino a Inglaterra durante varios turnos de competición. Las consecuencias personales para Shilton vinieron en sus últimos años como seleccionado. Se convirtió en el damnificado por la mano de Dios y en la víctima del gol del siglo en aquel recordado Mexico´86. Cuatro años más tarde, completó su mejor actuación en una Copa del Mundo y llevó a los pross al cuarto puesto en Italia. La deuda del fútbol de selecciones hacia Shilton quedaba medianamente saldada.
Por un momento, dejemos de lado a Shilton y hablemos de Peter. Decía Séneca que "el joven debe aprender y el viejo aprovechar lo aprendido". Para aquellos puristas de los métodos, resulta una sorpresa grata el comprobar cómo afrontaba Peter su relación con el fútbol, su profesión. Su pensamiento era instruirse continuamente, entrenar más y mejor. Llegar siempre más lejos que el resto. Respetar la ortodoxia del juego y la jerarquía y galones de los superiores. Peter comprendió su carrera deportiva como una licenciatura práctica. Se le conocía como el portero de los brazos largos; con el tiempo se supo que de niño se colgaba todos los días en una barra de gimnasia y quedaba suspendido. Años después, el guardameta confirmó la leyenda, aunque confesó que se había exagerado en parte. Su primer aprobado lo obtuvo ya en el patio del colegio.
Pensándolo bien, el aspecto de Peter Shilton es el de un alumno universitario correcto. Entraría en el cuadro de aquel adolescente encasillado fácilmente en el arquetipo de empollón impopular. Shilton ha mostrado siempre una estética y realizado unas declaraciones propias de un trabajador pero contrarias a un revolucionario. Y es que Peter personifica el respeto a los códigos de este deporte que en Inglaterra se consideran como si de tablas sagradas se trataran. Esa idea del fútbol como cadena industrial la ha explicado el portero en más de una charla (luego hablaremos de su speech). Para él, "el progresivo aumento de la influencia de los futbolistas obliga al entrenador a ganarse su respeto constantemente, porque a menudo es el eslabón más débil. Cuando jugaba en el Nottingham Forest, Brian Clough se duchaba antes que el resto y se secaba sobre mi ropa. Yo tenía que esperar a que terminara y secar todo lo que había mojado. Hacía reír a todo el vestuario menos a mí. Luego me dijo que lo hacía porque me había convertido en la estrella del equipo y debía mantenerme con los pies en el suelo".
El tópico sobre la locura transitoria de los porteros se ha derribado en los últimos años. La cordura y la capacidad de liderazgo se suelen asociar a la posición más dada a la longevidad futbolística. Peter Shilton es un claro ejemplo. Lo destacable de su carácter, más allá de la predisposición al trabajo duro y constante, es su capacidad para ilusionarse durante tanto tiempo. Parece que Shilton buscaba sus motivaciones en aquellos aspectos que enriquecen más la sabiduría y bienestar interiores que la proyección mediática hacia el exterior. Un ejemplo. Peter declara que jamás jugó en un grande porque "para mí lo importante era estar a las órdenes de buenos entrenadores. Bobby Robson era un gran preparador, igual que Alf Ramsey, un excepcional entrenador de jugadores y personas. Brian Clough era ambas cosas". Siguiendo la misma línea, el portero se mostraba orgulloso de la participación de Inglaterra en la Copa del Mundo de Italia´90, pero no especialmente del cuarto puesto: "Volvimos a Inglaterra con el premio al equipo más deportivo en una época marcada por el hooliganismo de los nuestros. Es para sentirse muy satisfecho".
Ese acatamiento honorable al fútbol más básico, esa honestidad tan inofensiva como digna, se plasma en la actitud de Shilton hacia la jugada que marcó su carrera. Sobre la mano de Dios de Diego Maradona, Shilton siente esto:
"Incluso Gary Lineker dijo un día que hubiera hecho lo mismo y en Inglaterra se le considera un santo. Henry lo hizo contra Irlanda. Un portero que saca el balón de dentro de la portería cuando ha cruzado la línea también está haciendo trampa. Lo único que me molestó es que Maradona nunca se disculpara. Al final de los partidos, si se ha hecho algo mal nos pedimos perdón entre los futbolistas. Lo hablamos. Él nunca lo hizo, lo celebró. Su acción fue un acto reflejo, pero su reacción desde ese momento no fue la correcta. Es el mejor jugador contra el que he jugado, pero no le daría la mano si nos encontráramos."
Guste o no, resulta de alabar que el buenismo de Shilton sea el que haya marcado buena parte de las pautas de su carrera en un mundo en el que el dinero y la imagen al resto en forma de posición social sean los estándares habituales. No se libró Peter, que emergió más potente después de importantes devaneos con el mundo del juego tras su retirada. Ya se sabe, aquello de conocer el fondo para llegar mejor al tejado. El caso es que el ciclo didáctico de Peter Shilton se viene completando durante estos últimos años. El alumno se disfraza de profesor y explica ahora su aprendizaje; lo hace dando charlas motivacionales a toda clase de grupos. En su página web, se detalla lo "divertido y fascinante" de los discursos de Peter. Se le define como uno de los "after dinner speakers" más populares de Europa y se emplaza a posibles interesados a requerir sus servicios si buscan "presentaciones personalizadas para maximizar resultados, conseguir objetivos corporativos, entender las presiones del mundo laboral y todo ello aderezado de entusiasmo y del humor inglés más fino".
Parece que el destino laboral ha respetado a Shilton del mismo modo en que él intentó respetar su profesión durante más de treinta años. La vida le ha regalado un aspecto aún más tosco pero su sonrisa hace ver que el portero, al fin, se ha relajado. Incluso participó en la versión inglesa de Mira quien baila en 2010 con controvertidos resultados. Personalmente, me gusta ver profesionales del fútbol ganándose la vida con el verbo tras su retirada, y no me refiero a gritones encerrados en cuatro paredes fantaseando rumores sobre el agente de moda. Aunque la clase haya terminado para él, Peter Shilton nunca dejará de aprender. Solo cabe esperar que la vida le siga premiando por aquello en lo que cree. El fútbol no puede negar la gloria a alguien que lo ama tanto.
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