Tengo que reconocer que cuando uno ha visitado ya unas cuantas bodegas, ver los depósitos de acero con sus camisas de frío, las prensas, la sala de barricas, las embotelladoras, pues cómo que ya no hace tanta ilusión ni impresiona tanto. Desde hace un tiempo prefiero visitar los viñedos, hablar con viticultores y enólogos, probar los vinos en distintas etapas de elaboración, e intentar absorber todos esos conocimientos. Pero esto no quita para que me sorprendiera que la visita a Algueira fuera una visita...sin visitar la bodega.
En Algueira han hecho, aparte de por la calidad y personalidad de sus vinos, una apuesta fuerte por el enoturismo. Así, cuando se es un visitante más, se puede encontrar uno formando parte de un gran grupo de 10 ó 12 personas, sentadas en una sala escuchando las explicaciones de Fernando, y catando varios de sus vinos sin apenas tiempo de hablar con detalle sobre ellos.
Algo menos de 20 Ha de viñedo, localizado en laderas imposibles de los cañones del Sil, en socalcos que ha llevado más de 3 años tener preparados y dispuestos para recibir las vides, con una orientación magnífica que les permite recibir la luz del sol durante todo el día, y sobre esos maravillosos y pobres suelos pizarrosos de estas tierras. Trabajo totalmente manual en las viñas, como no puede ser de otra manera en las tierras de la viticultura heroica, tratamientos exclusivamente con azufre y cobre, respeto por los ciclos naturales, y uso estricto de levaduras indígenas del viñedo, hacen que los vinos que se elaboran en Algueira tengan la personalidad que tienen y estén alcanzando los reconocimientos recibidos.
Fernando decidió apostar en su día, aparte de por las más conocidas Mencía y Godello, por volver a trabajar y poner en valor a otras castas más olvidadas, como Alvarello, Merenzao, Caíño o Brancellao. Además, entre las uvas blancas, trabajan con Loureiro, Albariño y Treixadura. Con toda esta paleta, pintan unos 12 cuadros, entre vinos jóvenes y con crianza, monovarietales y ensamblajes, blancos y tintos.
Una vez acabadas las charlas y las catas, pasamos al restaurante (si, el regalo incluía una comida en el restaurante de la bodega), donde no puedo dejar de destacar un espectacular jarrete de ternera al vino tinto con castaña pilonga, tiernísimo, jugoso, delicioso, y con el acompañamiento de las castañas, fantástico.
Intentamos tras la comida mantener otra charla aparte con Fernando y Ana, pero la enorme cantidad de visitas que reciben y lo atareados que están, no lo permitió. Esperamos poder volver a visitarlos, en petit comité, para poder tener una charla más distendida, y si es posible, probar los vinos que realmente nos apetecía probar, Brancellao, Merenzao, Pizarra...
La jornada no acabó aquí. Aún íbamos a tener más sensaciones y descubrimientos, pero lo dejaremos para otro día.