Revista Insólito

Enrique Gil y Carrasco, el injusto olvido de un gran romántico

Publicado el 15 enero 2020 por Monpalentina @FFroi
La valoración de este gran escritor, siempre insuficiente, experimenta un auge paulatino en las últimas décadas, y es precisamente porque el lector se encuentra con un poeta distinto en la línea intimista de Bécquer, y esto le hace permanecer, como a él, al margen de las modas literarias. Hay que recordar que los románticos se presentaban con ademanes desafiantes, incitando a los jóvenes a una revuelta que incluía el rechazo de todas las convencionales normas del Clasicismo. El romanticismo de nuestro autor no coincide totalmente con esa postura radical, y aunque siempre antepuso a todo y a todos el sentimiento subjetivo y la imaginación, manifestó también, sin embargo, una gran aversión hacia las posturas teatrales y afectadas, manteniendo frente a la rebeldía violenta dominante, un tono de queja resignada. 
AUTORES DE NUESTRA HISTORIA | Beatriz Quintana Jato

Enrique Gil y Carrasco, el injusto olvido de un gran romántico
Enrique Gil y Carrasco nació en Villafranca del Bierzo el 15 de julio de 1815, en la apacible y poética Calle del Agua. Su tierra fue el objeto perenne de su añoranza cuando estuvo lejos, en concreto Villafranca, con su plácida calma y su belleza, dejó en él un poso de dulzura que nunca perdió; Ponferrada, el viejo señorío de los Templarios, impactó profundamente al joven cuando contempló por primera vez las ruinas evocadoras de la gran fortaleza de la Orden. A los 21 años, en Madrid, acabó la carrera de Leyes e hizo amistad con Espronceda, Zorrilla, Rivas y Larra.
Un poema suyo titulado “Niebla” fue seleccionado para figurar en el álbum ofrecido a la reina Mª Cristina cuando ésta visitó el Liceo en 1838. Su carrera parecía imparable, cuando en 1839 sufrió un grave ataque de hemoptisis que le obligó a regresar al Bierzo para reponerse.
En 1844 apareció publicada su novela “El señor de Bembibre”, y González Bravo, entonces presidente del Gobierno, lo nombró secretario de Legación en Berlín, con la misión de preparar el camino para que Isabel II fuera reconocida por el gobierno alemán. Enrique Gil realizó su cometido con gran brillantez e hizo pronto grandes amigos, gracias a los cuales un ejemplar de su novela fue presentada al rey Federico Guillermo IV, que se interesó tanto por ella, que pidió mapas del Bierzo para poder seguir la lectura detalladamente, y concedió a su autor la Gran Medalla de Oro de Prusia.
Sin embargo, el duro clima de Berlín fue mortal para su tuberculosis; obtuvo permiso para ir a Niza en busca de un clima mejor, pero ya no pudo emprender el viaje: murió el 22 de febrero de 1846 en Berlín. La prensa española apenas se hizo eco del suceso, pues las noticias llegaban con mucho retraso desde Europa, y por los mismos días en que aquí se publicaban los éxitos diplomáticos del poeta, éste agonizaba lejos...
En cuanto a su obra lírica, Enrique Gil pertenece al “romanticismo nórdico”, caracterizado por una poesía intimista, soñadora, subjetiva, sentimental y cargada de nostalgia. Según afirma Ricardo Gullón, pertenece al grupo de grandes melancólicos, cuyos más ilustres representantes españoles son Bécquer y Rosalía de Castro. Sus temas son los mismos que inspiraron a todos los románticos: La naturaleza, la soledad, el pasado... Sin embargo el tema de la libertad, que tan ardorosamente defendió su amigo Espronceda, no le conmueve de la misma forma; se ha dicho que su poesía transmite consuelo y paz más que ardor y apasionamiento. Tampoco el amor como tema literario le provocó las desgarradas páginas de otros poetas: no parece haber sufrido grandes frustraciones, porque a pesar de idealizar a la mujer, no aspiró a poseer el ideal, como le ocurrió, por ejemplo, a Bécquer.
La influencia de su poesía en autores posteriores es innegable aunque ha sido poco estudiada. Carolina Coronado, Espronceda en algunas páginas de “El Diablo Mundo”, e incluso el mismísimo Bécquer es posible que se hayan dejado influenciar por el berciano. Como crítico literario, manifestó Enrique Gil su desacuerdo con el romanticismo amargo y desolado en varias ocasiones. Escribió sobre Espronceda, Zorrilla, y también hizo un estudio sobre los cuentos de Hoffman, en que hacía una importante defensa de la sensibilidad e imaginación del autor alemán. También escribió artículos costumbristas (“Los Maragatos”, “El pastor trashumante”, “El segador”, etc). En ellos, no contempla la realidad como algo pintoresco, sino como poeta, y hace un esfuerzo por informar al lector sobre León y sus costumbres, con fieles descripciones sobre su vida y sus gentes y, por supuesto, sobre su paisaje.
Sin embargo, la obra por la que ha pasado a la posteridad es “El Señor de Bembibre”, novela histórica que ha sido valorada por los críticos como la mejor novela histórica compuesta en nuestra lengua durante la época romántica. El escenario de la obra es la región del Bierzo, de la que encontramos brillantes descripciones, y el tema fundamental es una triste historia de amor que se cruza con la disolución de la Orden Templaria en España, que conllevaba la destrucción de unos valores por los cuales luchaba precisamente el protagonista.
Según afirma Azorín, en las páginas de este libro nace por primera vez en España, el paisaje en el arte literario (“El Bierzo lo ha pintado Enrique Gil y Carrasco”), afirma rotundo, y en su opinión no parece que el propósito del autor haya sido tejer una fábula novelesca, sino tomar motivo de ella para ir presentando paisajes y paisajes de la bella tierra del Bierzo.
Efectivamente, al autor le preocupaba más que la documentación erudita o histórica, la documentación del escenario. “Comenzó por estudiar el Bierzo y amarlo. El transcurso de los siglos había depositado en aquella comarca un tesoro de poesía en las ruinas de construcciones del Temple. El poeta no tuvo más que desenterrarlo, dar vida de nuevo a aquel mundo muerto, y poblar aquel escenario histórico que tantas veces había contemplado en su infancia desde el puerto del Manzanal o desde las cumbres de las Médulas...”
Y es que a pesar de que la acción de la novela se desarrolla en el siglo XIV, la naturaleza permanece invariable, sin embargo, a lo largo de los siglos con sus arboledas, sus umbrías y sus lagos tranquilos... Se han apreciado semejanzas entre esta obra, y el tema de “The bride of Lammermoor, de Walter Scott, que en aquellos días era popularizado por la ópera de Donizetti. Enrique Gil se basó para su novela en lo ocurrido a la Orden del Temple en Francia y Aragón, trasladando los acontecimientos a tierras de León, y presentando una triste historia de amor que sufrirá las consecuencias de aquellos trágicos sucesos. Sin embargo, los críticos apenas le prestaron atención, pues en aquellos años el interés por la novela histórica empezaba a ser sustituido por el costumbrismo. Incluso el manuscrito de la novela quedó confiado, cuando el autor  viajó a Berlín, a un editor sin escrúpulos que no dudó en borrar algunas de las páginas más brillantes del libro para ganarse el favor de la censura. Meses después, recibió el autor dos ejemplares de su novela, y leyó con gran pesar aquellas páginas que en realidad no eran las suyas. La depresión en que se hundió como consecuencia de esta afrenta, fue sin duda uno de los elementos que contribuyeron al agravamiento de su enfermedad (“tísico de ausencias, corroído por lo peor de las tuberculosis, se abandonó a su propia muerte”).
Imagen: 
Más de 100 años, Licencia de arte con fin didáctico. Retoques de Escarlati
Enrique Gil y Carrasco, el injusto olvido de un gran romántico
Sección para "Curiosón" de Beatriz Quintana Jato.

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