Cada vez me aficiono más a la finísima ironía de Enrique Vila-Matas, a sus citas, opiniones y diarios. Desde hace unos años, casi siempre tengo entre las manos algún libro del autor barcelonés. Sobre todo porque me divierto mucho, muchísimo, con su pluma inteligente. Sé que tiene una legión de fieles —entre los que no me importa incluirme de manera entusiasta—, así como un reducto de personas que no lo soportan, ya que les desagrada que hable de sí mismo. Pero, para mí, es una auténtica virtud la órbita del conocimiento propio en el que incide, pues es bien difícil escribir libros y libros sobre la propia vida, una vida que se desarrolla en el territorio libre de la literatura, donde se inventa, se esconde, se aproxima a sus afines, nos confía sus impresiones de lector, nos seduce en suma a quienes los libros nos parecen las calles y las plazas más idóneas para el desarrollo de nuestra cotidianidad.Nadie puede negar que este autor ama a la literatura por encima de todo. Por ello, me parece loable que la convierta en la protagonista exclusiva de su obra, en el territorio y en el tiempo de sus excursiones por las letras. La sustancia literaria es la columna vertebral de estos libros suyos que tanto me seducen, como Dietario voluble, que acabo de terminar o los anteriores que leí con fruición hace poco: Perder teorías y El mal de Montano. Enrique Vila-Matas es muy serio en su falta de seriedad aparente. La prueba es cuando confiesa que «en realidad tener que transmitir algo a la posteridad es un problema, un grandísimo problema y un coñazo». No pretende seducir a cualquiera, sino desarrollar su vida en los lugares a los que lo ha llevado su enfermedad por la literatura, esta enfermedad que apresa a tantos y que nos lleva a ser otros. «Escribir es hacerse pasar por otro» indica en El mal de Montano. Pero no se engaña e ironiza contra un mal endémico en nuestros días: «todo el mundo, exactamente todo el mundo, se siente capaz de escribir una novela sin haber aprendido nunca ni siquiera los instrumentos más rudimentarios del oficio, y sucede también que el vertiginosos aumento de estos escribientes ha terminado por perjudicar gravemente a los lectores, sumidos hoy en día en una notable confusión. Sabe que «los españoles son de esa clase de gente que se cree que por repetir una y otra vez la misma cosa al final acaba siendo verdad». Porque no desconoce al auténtico escritor y experimenta en carne propia que «quien escribe con sentido del riesgo anda sobre un hilo y además de andar sobre él tiene que tejerse un hilo propio bajo sus pies». Es lúcido como pocos: «puedo decir tranquilamente que, entre la vida y los libros, me quedo con estos, que me ayudan a entenderla. La literatura me ha permitido siempre comprender la vida. Pero precisamente por eso me deja fuera de ella». Se conoce muy bien y no ignora lo que quiere: «fui construyéndome un estilo literario inconformista y excéntrico: un estilo vanguardista al principio y que con el tiempo se ha ido serenando. Un estilo contra el tedio familiar, el de la casa de mis padres, pero también contra el tedio aplastante del país en el que me había tocado nacer. Un estilo a la contra y un intento siempre de decir cosas distintas, con humor a ser posible, para romper con la falta de ironía del monólogo anticuado y único del patriarca». Y mantiene su nave bien sujeta, técnico en aguante y perito en soportar las tormentas exteriores: «Y continuar. No he hecho nada más en la vida que continuar. Terminaba un libro y empezaba otro, siempre continuando. Perderlo todo menos la soledad. Y tener aplomo y dignidad y no llorar, justificarme ante la muerte con una obra bien hecha».Cómo no sentirme hermanada en pensamiento con un ser que indica que «sin la literatura, la vida no tiene sentido», un ser que no se engaña ni considera que su apetencia sea la más recomendable, pues muy bien ha experimentado la paradoja de la literatura: «Precisamente porque la literatura nos permite comprender la vida, nos deja fuera de ella». Me siento reflejada cuando indica: «Busco el recogimiento, porque suele ser más interesante la literatura que la vida. No sé si es paradójico, pero me gusta muchísimo la vida porque, digan lo que digan, se parece a una gran novela».Creo que ha quedado clara mi admiración por Enrique Vila-Matas y sé que él se sonreiría con un escrito como el presente, por eso del «lujo de las citas, de las líneas ajenas que incluimos en nuestros propios textos» y porque «escribimos siempre después de otros». Como señala en Perder teorías: «La literatura es la creación más valiosa de la humanidad en su intento por entenderse a sí misma».Con él y con Pierre Michon refrendo que «me niego a convertir el milagro en profesión, el talento en carrera literaria. La literatura no es un oficio, es una enfermedad; uno no escribe para ganar dinero o caer bien a la gente, sino porque intenta curarse, porque está infectado, porque lo ha ganado la tristeza». Gracias, maestro.
Cada vez me aficiono más a la finísima ironía de Enrique Vila-Matas, a sus citas, opiniones y diarios. Desde hace unos años, casi siempre tengo entre las manos algún libro del autor barcelonés. Sobre todo porque me divierto mucho, muchísimo, con su pluma inteligente. Sé que tiene una legión de fieles —entre los que no me importa incluirme de manera entusiasta—, así como un reducto de personas que no lo soportan, ya que les desagrada que hable de sí mismo. Pero, para mí, es una auténtica virtud la órbita del conocimiento propio en el que incide, pues es bien difícil escribir libros y libros sobre la propia vida, una vida que se desarrolla en el territorio libre de la literatura, donde se inventa, se esconde, se aproxima a sus afines, nos confía sus impresiones de lector, nos seduce en suma a quienes los libros nos parecen las calles y las plazas más idóneas para el desarrollo de nuestra cotidianidad.Nadie puede negar que este autor ama a la literatura por encima de todo. Por ello, me parece loable que la convierta en la protagonista exclusiva de su obra, en el territorio y en el tiempo de sus excursiones por las letras. La sustancia literaria es la columna vertebral de estos libros suyos que tanto me seducen, como Dietario voluble, que acabo de terminar o los anteriores que leí con fruición hace poco: Perder teorías y El mal de Montano. Enrique Vila-Matas es muy serio en su falta de seriedad aparente. La prueba es cuando confiesa que «en realidad tener que transmitir algo a la posteridad es un problema, un grandísimo problema y un coñazo». No pretende seducir a cualquiera, sino desarrollar su vida en los lugares a los que lo ha llevado su enfermedad por la literatura, esta enfermedad que apresa a tantos y que nos lleva a ser otros. «Escribir es hacerse pasar por otro» indica en El mal de Montano. Pero no se engaña e ironiza contra un mal endémico en nuestros días: «todo el mundo, exactamente todo el mundo, se siente capaz de escribir una novela sin haber aprendido nunca ni siquiera los instrumentos más rudimentarios del oficio, y sucede también que el vertiginosos aumento de estos escribientes ha terminado por perjudicar gravemente a los lectores, sumidos hoy en día en una notable confusión. Sabe que «los españoles son de esa clase de gente que se cree que por repetir una y otra vez la misma cosa al final acaba siendo verdad». Porque no desconoce al auténtico escritor y experimenta en carne propia que «quien escribe con sentido del riesgo anda sobre un hilo y además de andar sobre él tiene que tejerse un hilo propio bajo sus pies». Es lúcido como pocos: «puedo decir tranquilamente que, entre la vida y los libros, me quedo con estos, que me ayudan a entenderla. La literatura me ha permitido siempre comprender la vida. Pero precisamente por eso me deja fuera de ella». Se conoce muy bien y no ignora lo que quiere: «fui construyéndome un estilo literario inconformista y excéntrico: un estilo vanguardista al principio y que con el tiempo se ha ido serenando. Un estilo contra el tedio familiar, el de la casa de mis padres, pero también contra el tedio aplastante del país en el que me había tocado nacer. Un estilo a la contra y un intento siempre de decir cosas distintas, con humor a ser posible, para romper con la falta de ironía del monólogo anticuado y único del patriarca». Y mantiene su nave bien sujeta, técnico en aguante y perito en soportar las tormentas exteriores: «Y continuar. No he hecho nada más en la vida que continuar. Terminaba un libro y empezaba otro, siempre continuando. Perderlo todo menos la soledad. Y tener aplomo y dignidad y no llorar, justificarme ante la muerte con una obra bien hecha».Cómo no sentirme hermanada en pensamiento con un ser que indica que «sin la literatura, la vida no tiene sentido», un ser que no se engaña ni considera que su apetencia sea la más recomendable, pues muy bien ha experimentado la paradoja de la literatura: «Precisamente porque la literatura nos permite comprender la vida, nos deja fuera de ella». Me siento reflejada cuando indica: «Busco el recogimiento, porque suele ser más interesante la literatura que la vida. No sé si es paradójico, pero me gusta muchísimo la vida porque, digan lo que digan, se parece a una gran novela».Creo que ha quedado clara mi admiración por Enrique Vila-Matas y sé que él se sonreiría con un escrito como el presente, por eso del «lujo de las citas, de las líneas ajenas que incluimos en nuestros propios textos» y porque «escribimos siempre después de otros». Como señala en Perder teorías: «La literatura es la creación más valiosa de la humanidad en su intento por entenderse a sí misma».Con él y con Pierre Michon refrendo que «me niego a convertir el milagro en profesión, el talento en carrera literaria. La literatura no es un oficio, es una enfermedad; uno no escribe para ganar dinero o caer bien a la gente, sino porque intenta curarse, porque está infectado, porque lo ha ganado la tristeza». Gracias, maestro.