Pensémoslo con prudencia. Los socialistas no debiéramos frotarnos las manos ante la victoria de Hollande. No debiéramos, en un ataque de orgullo ideológico, interpretar el viraje francés como un signo de la decadencia de las políticas liberales en Europa. El electorado europeo comparte una misma consigna: hay que castigar al que está dentro, con la esperanza incierta en que el otro lo haga mejor. Europa no puede recuperar de la noche a la mañana su confianza en la clase política, pero sí está en su mano provocar la alternancia de poder, ejercer su derecho al viejo, pero efectivo método del ensayo y el error. En lo referente a resultados electorales, la clase política tiende a construir hermenéuticas autocomplacientes, que intentan arrimar los datos a su hoguera, obviando la racionalidad plural y subjetiva del electorado, las emociones colectivas como detonante de las oscilaciones de confianza política. Así, es fácil adivinar que durante esta semana el PSOE intente ver en la victoria del Parti Socialiste un augurio prometedor, un sesgo de que la empatía popular empieza a pendular hacia la izquierda. Sin embargo, este enfoque solo tiene relevancia en el plano de futuribles escenarios electorales en España o a modo de propaganda gratuita que desgaste (más aún) al actual Ejecutivo. Fuera, en la calle, el ciudadano sigue estando cabreado y perplejo, más escéptico que ilusionado, más pendiente del precio de la gasolina o el pan que del color ideológico de la Moncloa. La crisis ha puesto en suspenso el trasunto ideológico, convirtiendo a cualquier candidato en un mero comodín que permita ir probando ejecutivos a la espera de que alguno de ellos deje de salirnos rana.La victoria de Hollande debemos interpretarla más en clave europea que nacional. Permite cambiar el clásico binomio -pro déficit cero- Sarkozy-Merkel por una posible dialéctica entre modelos económicos. Hollande se convierte, probablemente si desearlo, en símbolo de la renovación ideológica de la izquierda europea. Todos los socialistas tendrán puestos sus ojos en las primeras medidas adoptadas por el nuevo presidente francés, tanto dentro de casa como en el seno de la Unión. Pero esta es una responsabilidad moral que le queda grande a Hollande. El panorama ideológico europeo sigue siendo a día de hoy eminentemente conservador, y tendrá más que dificultades para virar las políticas internacionales hacia su prometido plan contra los excesos financieros y el absolutismo liberal del déficit cero. Europa es aún conservadora, y Hollande la pequeña aldea de Asterix frente al Imperio Romano (léase, catecismo liberal contra el intervencionismo estatal de los mercados). Hollande no podrá eludir las responsabilidades que le impone la agenda europea, tendrá un margen de maniobra escaso para frenar las políticas europeas en materia fiscal y financiera. No es previsible encontrar en el Ejecutivo de Hollande una cuarta vía hacia la izquierda. A lo sumo, una revitalización mediática e institucional, una excusa para estar esperanzados.Ramón Besonías Román