Ensayo sobre la ceguera

Publicado el 08 septiembre 2010 por Jlmaldonado

Si hay un libro impactante, que deja colar con descaro entre sus líneas lo más crudo del ser humano tratando instintivamente de sobrevivir ya en el límite de su animalidad, ese es Ensayo sobre la ceguera. Desencantando a unos y cautivando a otros, el premio Nobel José Saramago en esta su obra más aplaudida, se vale de una terrible epidemia blanca, o como bien lo dice el texto, de “una ceguera blanca”, para destacar la vulnerabilidad humana cuando ve acortados sus sentidos.

Todo comienza cuando un hombre pierde la vista estando en su vehículo frente al semáforo, que justo cambia a verde cuando todo se le vuelve una extrema luminosidad que enceguece. Estalla el caos en la ciudad y la desesperación se apodera de todos aquellos que van sufriendo la terrible enfermedad. El gobierno no halla mayor solución que recluir “momentáneamente” a los ciegos en un lugar, que dentro de la descripción saramagueana, es más que espeluznante. En este terrible encierro comienzan las disputas entre bandos, saltando así la pérdida de la confianza a la hora de la repartición de los alimentos: “Tenía que ocurrir, el infierno prometido va a empezar”, dice la mujer del médico cuando aún no sabía el propio infierno que le tocaría vivir.

Sumado a las penurias de todos los afectados y por un quítame estas pajas, crueles militares asesinan a diestra y siniestra a cuantos ciegos les place. No obstante, el destino se encargará más temprano que tarde de hacerles padecer también la mortal ceguera blanca a los efectivos castrenses, al punto, que más de uno comienza a ver el suicidio como una salvación. La extraña epidemia, la cual poco a poco va in crescendo, es una clara alegoría del egoísmo y la avaricia de la sociedad llevada a su máxima expresión: “La ceguera también es esto, vivir en un mundo donde se ha acabado la esperanza”.

En medio de la anarquía reinante logran organizarse para salir del encierro y volver a la ciudad gracias a la única mujer que aún ve. Muerte, hambre y podredumbre se respira a cada paso. Ciegos desesperados y en completo estado de indigencia, deambulan por las calles añorando algo qué comer sin importarles ya el detritus corporal que les corroe la piel. Un perro se une al grupo de ciegos que pareciera llevar un rumbo establecido, cual si fuera una manada de animales guiada por su instinto olfativo, o como bien dice Saramago en voz de uno de los personajes: “como fantasmas, ser fantasmas debe ser algo así, tener la certeza de la que la vida existe, porque cuatro sentidos nos lo dicen, y no poder verla…cuando el cuerpo se nos desmanda en dolor y de angustias es cuando se ve el animal que somos”.

Me queda pendiente ver la adaptación al cine que se hizo del libro. Tan sólo vi los diez primeros minutos y todo iba bien hasta que la primera pareja en quedarse ciega resultó japonesa (condimento del director, supongo). En el libro no hay gentilicio de ningún tipo; el país es anónimo, o mejor aún, genérico, así como sus personajes sin nombres. Dejé de ver la película por razones propias a mi voluntad. No fue que me quedé ciego, Dios me libre.