Pero lo terminé en dos días.
Este es de esos clásicos raros, que son, en sí, clásicos, pero que no forman parte de los que a une se le vienen a la cabeza al momento de nombrar títulos de ese género (como sí pasa con títulos de Shakespeare, Jane Austen o, incluso, George Orwell). No había leído nunca literatura portugesa, pero suponía que la brasilera tenía ciertas herencias de ella y uno de mis libros favoritos es Capitanes de la arena, de Jorge Amado, autr brasilero... así que me metí de lleno apenas sabiendo lo básico, como suelo hacer para spoilearme lo menos posible: de un momento para el otro, un hombre se queda ciego. Y así, muches.
Y así empieza el libro: un hombre que no tiene ningún tipo de antecedente de salud, esperando a que un semáforo se ponga en verde, se queda ciego. Pero no es una ceguera común, en la que te consume una negrura, un vacío sin fondo, sino una ceguera blanca, descrita como un mar lechoso, la imagen que te queda cuando mirás directamente al Sol.
Lo que me sorprendió de este libro es la forma en la que está escrita: se publicó ya hace 25 años, pero parece escrito, para describirlo de la forma más llana en la que puedo hablarle a nuestra generación y la que nos sigue, como si hubiera sido dictado por voz. Saramago parece haber dicho Alexa, atendeme acá, escribime esto, y Alexa abrió la app de notas para escribir el libro que su amo le dictaba: no tiene diálogos, porque están metidos dentro de los párrafos, hay muchas comas, muchos puntos seguidos, muchas cosas a lo que es difícil acostumbrarse al principio, pero que al final aceptás como si siempre hubieras leído de esa forma.
Fue un libro increíble para leer durante la cuarentena provocada por una pandemia, ya que es lo mismo por lo que pasan les protagonistas, acá por el coronavirus, allá por la ceguera blanca. El primer ciego y todes les que van cayendo víctimas de esta ¿epidemia, pandemia? son cuarentenades dentro de un hospital abandonado, separando por alas aquellas personas que ya están ciegas y aquellas que tuvieron contacto con gente con ceguera. Así, oficiales de, supongo, Gendarmería, les dejarán comida y elementos de limpieza tres veces al día, y controlarán que no salgan del perímetro delimitado para que no haya nuevos contagios.
Pero las cosas salen mal. No solo la convivencia saca lo mejor de algunas personas, sino que también saca lo peor... de les que conviven y de les militares.
No me impresionó para nada ciertos comentarios que se hacen sobre cómo un ladrón de autos, por ejemplo, un poco se merecía lo que le estaba pasando, o cómo un grupo de machos violadores quieren hacerse con el poder de no solo las provisiones sino también de las mujeres mientras dure la cuarentena, porque es algo que podemos ver en nuestra propia realidad, pandemia de por medio o no. Tampoco me impresionó algo que no considero spoiler, y es que el Gobierno no se hiciera cargo del todo de lo que pasaba ahí adentro, desde enfermedades o muertes, hasta de enviar la cantidad de comida suficiente para todes les que están allí adentro. El pretends to be shocked más absoluto del mundo es reaccionar a alguna cagada que se mande un gobierno, sin importar el partido que esté a cargo en ese momento.
Lo que sí, hay algo que tengo claro y que dije en Twitter, Goodreads y que lo defiendo a muerte: Saramago podría darle varias clases de escritura a Koushun Takami. Por si no lo recuerdan, o recién empezaron a seguir al blog, o cayeron de casualidad a leer esta reseña, hace unos años hice un ensayo de más de dieciocho mil caracteres hablando de cómo Battle Royale podrá ser muy famoso y un clásico de la literatura que tira al gore, pero está mal escrito.
Battle Royale comparte con este libro las escenas con mucha cantidad de personajes híper secundarios para nuestres protagonistas, en las que ni hace falta inventar un nombre, porque o van a morir, o van a aparecer un par de veces y no les vamos a ver nunca más, o están para meter algún comentario específico o hacer algo clave para la historia y listo, ya está, no les leemos más.
En ese libro, y cito mi reseña, "de upite conocemos un poco (y hasta ahí) de los tres más principales: Shuya, Shogo y Noriko. El resto son esterotipos súper vacíos que no aportan nada, o muy, muuuuuuy, muuuuuuuuy poquito a la historia". Se les da un nombre antes de morir, sin que haya construcción alguna, para que nos importe lo que va a pasar a continuación, que claramente no pasa.
En Ensayo sobre la ceguera, Saramago no le da un nombre a nadie, sino que les nombra por sus profesiones, descripciones o el lugar que tienen en la historia: el médico (oftalmólogo), el taxista, la mujer del médico, la de anteojos negros, el viejo con la venda en el ojo, el niño estrábico, el ladrón de autos, etcétera. Describe muchísimos personajes sin describirlos, hace que sintamos cosas por gente a la que una de nuestras protagonistas (la mujer del médico) describió apenas una vez y el resto del tiempo identificamos, a partir de los personajes, por la voz. POR LA VOZ. En un libro. Es fantástico.
No quiero hablar mucho más, porque considero que lo que haya para tratarse debería ser considerado spoiler y realmente me gustaría que las personas que tengan ganas se animen y lo lean. La crítica social que hace es dura y ciertas escenas son crueles, desde cómo las personas ciegan usan los pasillos del hospital como baño, ya que no saben cómo llegar, hasta una escena de violación múltiple muy fuerte que, en la actualidad, considero debería ser un trigger warning al principio del libro.
Por último, y ya refiriéndome a algo que generó en mí, digo lo siguiente: no podría vivir en un mundo en el que me quedara ciega. Podría perder cualquiera de los otros sentidos, pero la sensación de vacío, perdición y desamparo que te transmite este libro, lleno de gente ciega de un día para otro, no me gustaría experimentarlo jamás.