Desde que el cachorro nació que de a poco le fueron regalando diferentes juguetes. Comenzaron por los muñecos, luego los sonajeros y así va surgiendo la variedad a medida que él crece.
Al principio yo y todos, se los ofrecíamos, se los mostrábamos, jugábamos por él. Luego comenzó la interacción cuando empezó a reirse, a fijar la vista en los objetos que se movían, cuando comenzó a manipular las cosas. Y aquí los juguetes fueron ganando su lugar. El cachorro los usaba. Inicialmente se los dábamos, o se los dejábamos cerca. Como se trataba de juguetes sencillos no había mayor problema, el cachorro lo tomaba con sus manos y ya salía el sonido (en el caso de los sonajeros, cascabeles y similares). Pero otros juguetes quedaban ahí, como que no se sabía para que servian. Muy probablemente estuvieran regalados a destiempo, pero en algunos casos este no era justamente el problema. El tema era que eran objetos con alguna complicación más, algo nuevo, y si nadie se tomaba el tiempo de sentarse con el cachorro y mostrarle su función, él los ignoraba.
A medida que crece, el desarrollo motriz, físico y sicológico va en aumento y los juguetes comienzan a ser cada vez un poquito mas complejos. Entonces, solamente ofrecerle el juguete nuevo no le genera mayor emoción que jugar con el envoltorio. Ahí fue cuando ví que podía enseñarle a jugar, dedicarle un tiempo para que él explore conmigo toda la potencialidad escondida en ese objeto colorido. Al principio jugaba yo sola, es cierto, pero de a poco se fue sumando hasta que jugó él solo. Ahora, ya no necesitamos demostrarle cómo funcionan o se usan las cosas, él explora... o sea, mira, toma, golpea, toca, aprieta, prueba, mete, saca, tapa, pone, apila y tantas otras cosas. Son pequeños ratos en los que se entretiene solo. A veces busca una mirada que lo acompañe, otras se basta con la pesencio y otras tantas puede estar solo sin problemas. ¿Aprendió a jugar? Ojalá que esté en ese camino.