Enseñanza invisible

Por David Porcel

Decía Borges que él no enseñaba literatura sino pasión por la literatura, y que era eso lo que verdaderamente hacía que los alumnos descubrieran los libros. Abrir un libro no es descubrirlo. Descubrirlo es abrirte a él. Y abrirte a él significa abandonarte al riesgo y al abismo, como quien sale de su hogar y decide acampar a la intemperie. Acampemos a la intemperie, para respirar de manera distinta. ¿Pero qué aires son los que ahora podemos respirar? Desde luego, oxigenados, higienizados, libres de impurezas que puedan mancillar nuestros pulmones, cada vez más frágiles. Y el asunto es que, alumnos y profesores, nos tenemos que armar de respiradores artificiales para inhalar estos nuevos aires.

Por ello, este breve recordatorio, del maestro George Steiner:

“Enseñar con seriedad es poner las manos en lo que tiene de más vital un ser humano. Es buscar acceso a la carne viva, a lo más íntimo de la integridad de un niño o de un adulto. Un Maestro invade, interrumpe, puede arrasar con el fin de limpiar y reconstruir. Una enseñanza deficiente, una rutina pedagógica, un estilo de instrucción que, conscientemente o no, sea cínico en sus metas meramente utilitarias, son destructivas. Arrancan de raíz la esperanza. La mala enseñanza es, casi literalmente, asesina y, metafóricamente, un pecado. Disminuye al alumno, reduce a la gris inanidad el motivo que se presenta. Instila en la sensibilidad del niño o del adulto el más corrosivo de los ácidos, el aburrimiento, el gas metano del hastío. Millones de personas han matado las matemáticas, la poesía, el pensamiento lógico con una enseñanza muerta y la vengativa mediocridad, acaso subconsciente, de unos pedagogos frustrados. Las estampas de Molière son implacables. La antienseñanza, estadísticamente, está cerca de ser la norma. Los buenos profesores, los que prenden fuego en las almas nacientes de sus alumnos, son tal vez más escasos que los artistas virtuosos o sabios.” (Lecciones de los maestros)