Como ya habreis vivido en cientos, incluso miles de ocasiones, el afan por enseñar a los niños a compartir no conoce límites.
Casi todos los padres y madres (entre los que me incluyo) en uno u otro momento hemos quitado a nuestro hijo un juguete de las manos y lo hemos puesto en manos de su "amiguito" (entendiendo por amiguito al primer niño que se sienta a su lado en la arena). Y aunque me consta que lo hacemos con la mejor de las intenciones, no estoy segura de hasta que punto actitudes como estas enseñan algo a nuestros hijos. Ni siquiera estoy segura de que tengamos que enseñarles según que cosas. Me explico:
Yo creo que compartir no debe de ser algo que hacemos por imitación, no debe ser algo mecánico y aprendido. Yo quiero que cuando David comparta lo haga porque realmente siente que quiere hacerlo, que sea un gesto que surge de un sentimiento y no de un aprendizaje.
Y esto es algo que no es nada fácil de poner en práctica, porque en el día a día, cuando no fuerzas a tu hijo a compartir parece que lo estes maleducando o que quieras que sea un egoista toda su vida, cuando no es así....
Creo que antes o después David compartirá, sin necesidad de intervención por mi parte. Pero jamás podrá hacerlo si le fuerzo a ello antes de que sea capaz siquiera de establecer relaciones o vínculos amistosos con otros niños. No tiene ningún sentido.
Una vez más creo que este es uno de esos aspectos de la vida de nuestros hijos en los que les tenemos que acompañar y apoyar, pero sin tratar de enseñar. Debemos confiar en sus buenos sentimientos, en su generosidad innata y estar seguros de que, si no metemos la pata forzando las cosas, llegará un día en que compartirán de manera espontánea.
De la misma manera que nosotros no nos sentimos a gusto compartiendo el contenido de nuestra cartera con un desconocido, nuestros hijos no se pueden sentir cómodos compartiendo sus objetos mas preciados (juguetes) con niños a quienes no conocen o con quienes aún no han podido establecer vínculo alguno debido a su corta edad.
Pero nuestros hijos crecerán y establecerán relaciones con los niños de su entorno. Tendrán amiguitos y, si hemos respetado sus tiempos y no les hemos impuesto nada antes de tiempo, descubrirán por si mismos lo maravilloso que es compartir.
Y tendremos la certeza de que lo hacen de corazón, porque les sale de dentro, porque se han convertido en personitas generosas y maravillosas y no nos quedaremos con la duda de si únicamente lo hacen para contentarnos a nosotros o por evitar riñas o castigos.
Como en tantas otras cosas, una vez más creo que lo mejor es esperar y confiar. Y tener muy claro que podemos enseñarles rutinas y costumbres, pero que jamás podremos enseñarles a sentir. Los sentimientos de nuestros hijos les pertenecen únicamente a ellos, son algo que no podemos ni debemos modelar.
Deberíamos favorecer que sean estos los que dirijan su vida, por encima de tantas otras cosas, en lugar de manipularlos diciendoles lo que tienen que sentir o cuando lo tiene que hacer.
Deberíamos confiar en ellos, en su bondad, en su generosidad y no creer que solo serán capaces de hacer las cosas bien o de tener buenos sentimientos si nosotros se los enseñamos.
Deberíamos tratar de aprender las magistrales lecciones de vida que nos dan a cada paso en lugar de tratar de enseñarles todo, como si ellos no supieran, como si no sintieran.
Nunca olvidemos que nuestros pequeños son nuestros mejores maestros.