Enterrar a los muertos es una consecuencia de la vergüenza. El hombre quiere resarcirse de sus transgresiones porque considera que está por encima de ellas. La muerte es el compendio de todos los males terrenos y el epítome de lo vergonzoso.
Por tanto, lo que distingue al hombre de la bestia es la vergüenza, esto es, la certeza de estar por encima de nuestro propio mal y por encima de la misma muerte.
Quien no crea en la inmortalidad es un desvergonzado, más bestia que hombre, o un idiota inconsecuente. Hasta los niños y los paganos creen en ella.
El primer hombre no es sino el primer animal capaz de sentir vergüenza. La vergüenza es el reverso de la visión de Dios.