Es una pregunta recurrente que aún resuena en nuestras conciencias. Nadie encuentra una respuesta, satisfactoriamente moral, sobre lo que sucedió durante la segunda guerra mundial en los campos de exterminio. No se trata de un tema excluyente de los horrores cometidos durante la trágica contienda, que fueron muchos y variados, desde los bombardeos sistemáticos de la población civil, las atrocidades cometidas por los japoneses, que incluyeron el canibalismo, hasta el lanzamiento de dos bombas atómicas, todo un muestrario de comportamiento salvaje y lucha primaria desprovisto de cualquier atisbo de humanidad. Quizás puede que nos conmueva algo más el exterminio racial, porque se produce en el seno de una sociedad aparentemente normalizada, que provocó en su ejecución la colaboración de un buen número de actores con papeles variados y matizados. Para que en un grupo humano, pueblo o nación transcurran estas tropelías de consecuencias devastadoras se necesitan tres tipos de comportamiento. Una parte de esa sociedad se mostrará dispuesta a la colaboración de forma ordenada y disciplinada. Habrá incluso quien esté dispuesto a llegar más allá de sus mínimas obligaciones. Parece que, en este tipo de situaciones extremas, surgen también individuos extremos, imbéciles morales que serán capaces de explotar toda su faceta de maldad al servicio de una causa, sujetos que afloran alrededor del horror y que se desarrollan con la impunidad de las circunstancias que les son favorables. Me imagino que, para este tipo de psicópatas, los campos de concentración debieron ser como una especie de parque de atracciones donde dar rienda suelta a sus más bajos instintos. Una situación de clara anomalía moral en el que todo está al revés. Otro sector de la población se mostrará reacia y combativa. Son los que se enfrentan a la injusticia que su capacidad intelectual y moral no puede aceptar. Ponen en riesgo sus vidas porque les resulta imposible comulgar con el terror. Después, en medio de ambos bandos, se sitúa la mayoría, los que no hacen nada, los que miran hacia otro lado, los que, tal y como se decía en la película "Vencedores o vencidos", se muestran ciegos, sordos y mudos. El miedo, la prudencia, la indiferencia les gobierna, en algunas veces de forma comprensible y, en otras tantas, injustificable a nivel global.
"La razón por la cual rescaté a los niños tiene su origen en mi hogar, en mi infancia. Fui educada en la creencia de que una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o su nacionalidad."
Irma Grese, la conocida " Perra de Belsen" junto a uno de sus amantes, Josef Kramer, apodado "La bestia de Belsen". En la foto faltaría otro hombre en su vida, el Ángel de la muerte, también conocido como Josef Mengele.
Y ahora llega el diablo. A Irma Grese se le intuía cierta perversión desde niña. A los quince años, y después del suicidio de su madre, abandonó la escuela, en la que no encontraba demasiada inspiración, e ingresó en la rama femenina de las Juventudes Hitlerianas. Su padre montó en cólera cuando la vio por primera vez ataviada con el uniforme reglamentario de su nueva filiación ideológica, echándola inmediatamente de su casa. Ella tomó las oportunas medidas y no cedió hasta que pudo ver a su padre en la cárcel, quien tampoco pudo evitar que en 1942 se incorporara a las filas de la SS y que, tan sólo un año después, entrara a formar parte como guardia femenina del campo de concentración de Auschwitz. Ese sería el inicio de una corta pero determinante carrera de Irma, que pasó a ejercer su particular disciplina en otros lugares de exterminio como Ravensbrück o Bergen-Belsen. Armada de botas, látigo y pistola comenzó con sus innumerables perversiones, una galería del horror difícil de soportar. Hacía que sus perros atacasen a las prisioneras y que las devoraran sin pestañear. Tenía la deferencia de convertir a las más jóvenes en sus amantes para después conducirlas a los hornos crematorios. Otras eran azotadas en sus pechos hasta descarnarlas. Para las embarazadas les tenía preparadas otra clase horror, les ataba las piernas juntas en el parto y observaba con especial saña su muerte. Siempre que se detallan estos comportamientos abyectos, sea en un texto, documental o película, uno tiene la sensación de irrealidad, como si tal espanto no fuera sino una pesadilla del subconsciente, de un mundo terriblemente onírico, no podemos creer que un ser humano pueda ser capaz de semejante enajenación de sus valores más elementales.
-Azotar los senos de las prisioneras “bien dotadas” para que se les infecten las heridas y ella se excite en la operación de extirpación sin anestesia.
-Tener aventuras bisexuales y, en los últimos tiempos, varios romances lésbicos con internas.
-Obligar a los internos a hacer flexiones por horas, dando latigazos al que paraba.
-Golpear sádicamente a los internos.
-Hacer formar durante horas a los internos, llevando piedras pesadas en sus cabezas.
-Ser una de las personas responsables, en Auschwitz, de seleccionar presos para las cámaras de gas.
-Haber sido responsable, durante su estancia en el Comando de Castigo, de al menos 30 muertes diarias.
Naturalmente negó todos los cargos, amparándose en el nauseabundo concepto del deber cumplido, disculpa utilizada por muchos criminales de guerra. El 13 de diciembre de 1945 fue ahorcada, siendo sus últimas palabras "Rápido". Estoy seguro que el verdugo no tardó en complacerla.
"No hay ningún nazi en Alemania, ¿no lo sabía usted, juez? Los esquimales invadieron Alemania y se apoderaron de ella. No fue culpa de los alemanes, no. Fueron esos malditos esquimales"(Richard Widmark en "Vencedores o vencidos")