De la maraña de candidatos demócratas sobresale, hasta ahora, el senador Sanders, que atrae el voto de los descontentos con las políticas de Trump, que son legión, como los hispanos, prácticamente el segundo segmento de población de EE UU, que se sienten víctimas de las restrictivas políticas sociales y migratorias de la actual Administración, y los jóvenes, quienes no comulgan con un mandatario que se orgullece de despreciar la diversidad, criticar la igualdad femenina, mofarse de la sostenibilidad medioambiental y de percibir la solidaridad como una debilidad, tanto en política como en los negocios y la convivencia, y no como un valor en sí misma o una virtud siempre recomendables. Su soberbia, rufianismo, falsedad y aprovechamiento del cargo para su interés particular y sus negocios son rasgos del inquilino de la Casa Blanca que no concuerdan con los valores de una generación que está acostumbrada al internacionalismo y las relaciones multiculturales, ámbitos en los que la confianza, el respeto, la sinceridad y la ecuanimidad son condiciones imprescindibles que evitan malinterpretaciones, roces y abusos.
Un miedo al senador que emerge de su propio partido y que se une al propalado por los republicanos, que lo atacan por ese punto débil que él mismo ofrece al considerarse “socialista”, un término que en EE UU equivale a comunista. De ahí que lo tachen de “rojo”. Pero Sanders no es, ni por asomo, lo que se entiende por socialista en Europa, sino simplemente un defensor de aquellas capas ciudadanas desfavorecidas que son orilladas por un sistema económico que deja en manos del mercado y la iniciativa privada la satisfacción de sus necesidades básicas, como la salud o la educación. Sanders, como mucho, es socialdemócrata, la corriente ideológica en la que se encuadran los que persiguen, sin “tocar” el sistema capitalista, construir una red de seguridad pública que proteja a los más débiles mediante ayudas sociales. Y para financiar esa red (Estado de Bienestar), promueven una fiscalidad progresiva, que obliga pagar más a los que más tienen, con objeto de que cada ciudadano contribuya en función de su capacidad económica. Sanders también apuesta por una educación pública gratuita, un salario mínimo más alto y más inversión pública en infraestructuras “verdes” o sostenibles, entre otras propuestas de su programa. Y, por lo que se ve, ello en EE UU es mentar a la bicha porque tales propuestas van en contra de la actual corriente neoliberal del capitalismo más descarnado, que excluye toda intervención y regulación por parte del Estado.
Y Trump explota, con sus habituales tuits despreciativos, esas “ocurrencias” de un adversario al que considera débil. Contra Sanders, como anteriormente contra Hillary o en la actualidad contra Biden, no precisa de la “ayuda” de potencias extranjeras que espíen a su favor cualquier asunto pudiera perjudicar a sus adversarios. Contra Sanders le bastan sus exabruptos.