Hay voces de la música popular que trascienden los tiempos para estar siempre presentes en el recuerdo de la mayoría. Incluso los más jóvenes pueden intuir o saber que determinado nombre, remite a algún cantante que en su momento arrastró masas de seguidores. El referente musical en este sentido, está marcado por ciertos géneros que por variadas razones, forman parte de una herencia cultural latinoamericana en donde el colectivo, no deja de asirse a esos iconos representativos tanto por lo que evocan, como por lo que hacen sentir. Si de música se trata, la ranchera y el tango son dos grandes ejemplos en este sentido, y sobrarían los referentes para demostrar que ambos estilos o corrientes musicales, son pilares fundamentales dentro de nuestro mundo hispanohablante. Hablar de Carlos Gardel, Pedro Infante, entre tantos otros, sería un claro pleonasmo de este punto.
Otro elemento importante a lo largo de la novela tiene que ver con el aspecto religioso. Para nadie es un secreto la religiosidad y el fervor de los zulianos por la virgen de la Chiquinquirá, conocida también como La Chinita. Tal como dice el propio Felipe: “Recordé el pasaje que mamá había leído e imaginé a la Virgen sobre las aguas. Las lavanderas rescatarían la tabla “. Y ese aspecto espiritual, en donde el ser humano se encomienda a fuerzas mayores, está presente a lo largo del texto como un elemento que identifica al gentilicio venezolano, y particularmente, al marabino. Felipe reza, ora, le pide a los santos para que lo ayuden a salir del atolladero, tal como lo hace su madre procurándole protección divina. También su amiga Panchita, en Puerto Rico, le pide a la Virgen del Cobre y a su corte para que lo salvara, o como bien dijo “me conformaba si quedaba paralítico”. La suegra de Felipe, Jacinta, por su parte, jugaba con brujería para hacerle daño y con esta actividad se presentan los dos lados de la moneda religiosa: lo limpio y lo sucio; lo cristiano y lo pagano. Dice Felipe: “Las cosas no marchaban como antes. No me importaba si Marina tenía el pelo largo o corto. Hubo de obedecer a Jacinta; practicó conmigo la brujería de que siempre se ufanaba. Enfrenté sus afrentas en privado. Pero nunca pensé que en medio de mi dolor, debía vivir la furia de una mujer que siempre me odió”. Entre el oro y la carne, tiene además dentro de su construcción narrativa y ficcional, muy marcado el aspecto matriarcal. En base a éste se mueven algunos de los hilos que van determinando ciertas acciones que dan vida al texto. Felipe, más allá del fracaso con su esposa, apenas una niña entrando a la adolescencia con trece años; más allá del éxito que llegó pronto y sin aviso a la vida del cantante “negrito de El Empedrado que sólo tenía catorce años y cantaba como Lucho Gatica y Alfredo Sadel”, su mundo siempre giró en torno a su madre, a la que quiso satisfacer, hacerla feliz y procurarle una vida mejor. El otro yo distinto a esa buena madre, está encarnado en Jacinta, quien hizo de las suyas tanto de Felipe como con su propia hija Marina. Y valga decir que de manera sutil, la vuelta a la patria -esa inmensa madre que a todos pertenece-, también está allí en medio de la tragedia que vio regresar a un hijo sin vida desde la isla de Puerto Rico.Tal como comenté al principio, el bolero como género de música popular, ofrece un sin número de interpretaciones desde el punto de vista de los estudios culturales, y en este sentido, es poco sensato verlo disociado de la cantidad de aspectos que enriquecen sus letras y el contenido de éstas, que si bien es cierto su centro fundamental es el amor, y más concretamente el desamor y el despecho, también está el entorno que ofrece la sociedad para armar el corpus que lo rodea. Y si de musicalidad se refiere, entraríamos ya en un tema que por prolijo sería eterno abordar, sobre todo si consideramos que la mayoría de los compositores del género son verdaderos maestros de la música y la cultura latinoamericana, la misma que “jamás se podrá entender a través del divorcio entre lo culto y lo popular”[1], sino como todo lo contrario, como el resultado de una simbiosis que vino a enriquecer el acervo cultural de todos los que nacieron en el Caribe y Latinoamérica, borrando ese trillado borde que siempre ha pretendido remarcarse entre ambas posturas. Tal ha sido la presencia del bolero entonces como género, que el mismo “pasó a los cantantes norteamericanos Bing Crosby, Nat King Cole (el de “cachita cachita, cachita mía”, de Rafael Hernández), Edye Gorme, Frank Sinatra, “The voice”[2], lo cual no es poca cosa tratándose de la talla de estos artistas. Dicho esto, Entre el oro y la carne es un merecido homenaje a Felipe Pirela y al género musical que representó, el cual permanece aún en el tiempo: el bolero.
[1] Tedesco, Italo: El reflejo del hombre latinoamericano en la novela contemporánea. Síntesis de la Conferencia dictada en Panamá, en la recepción del Premio de Crítica Literaria Samuel Lewis Arango. Revista Lotería, Número 360, mayo-junio 1986. Página 214[2] Zavala, Iris: El bolero: historia de un amor. Editorial Alianza. Página 46