Entre Historias
Publicado el 07 octubre 2018 por Carlosgu82
Ana ha dejado volar sus complejos a cielo abierto. Ha hecho de su templo un lugar seguro para habitar. Ha desaparecido el oprobio de haber sido abandonada y con lujo de detalles ha dado a conocer al mundo la realidad de su infatigable sueño. Su rostro maduro se yergue frente a todos los presentes; que desnudan sus sonrisas acicaladamente blancas. Su cabellera mediana de visos plateados, se estremece sobre su paso ágil de novel anciana, con su cincuentena de años a cuesta y su remoto pasado pisando sus talones. Su intensa mirada de ojos ambarinos y escrutadores, recorre palmo a palmo el abovedado y amplio salón, sin anclarse en ninguna parte, en tanto que ella retoma impostergable su actitud de mujer segura y natural.
Escribió… Escribió. Incontables y añejas evidencias de poemas y relatos, navegaban inmarcesibles a través de su memoria; sobre veleros blancos de hojas arrugadas, bamboleandose incontenibles, mientras una leve sonrisa surcaba las metalizadas lineas rosa de sus turgentes labios. Se liberaba cómodamente de sus sofisticados anteojos azulados y a contraluz sus pupilas irradiaban el gozo de la meta alcanzada.
La ovación sostenida resonaba en sus simétricos oídos como un urgido chaparrón de gotas enfurecidas, mientras su pasado llegaba temprano a recordarle, aquellos desacoplados techos de zinc donde la lluvia fresca transitaba, hurgando entre los canales oxidados mas allá del tiempo y la distancia.
Cada detalle de su impoluto conjunto de lino blanco era admirado, meciéndose su figura moderadamente atlética sobre las repulidas escaleras de madera, que precedían al acerado y esférico escenario. Su tenue sonrisa se configuraba detrás del podium, para dar comienzo al afinado discurso, que con denodado esfuerzo había amalgamado entre tantos papeles rotos y palabras apuradas. El honor le había sido conferido sólo días atrás. La dama escritora… Guardada tanto tiempo en su mundo secreto, donde la fama había sido desterrada y echada al desierto como la llamada Agar… Con sus lisonjas efímeras en los brazos cobijadas de vanidad y pertenecientes a un efímero mundo que no llegó a conocer el ensayo de su vida.