Pero, a lo que íbamos: fiestas laicas y religiosas. La educación cívica nos mueve a celebrar el acuerdo por el que regulamos nuestra convivencia de manera pacífica en virtud de unas leyes o normas recogidas en un texto constitucional. Un 6 de diciembre de 1978, los españoles ratificaron en referéndum una Constitución que daba fin a la Transición y nos embarcaba a vivir en democracia, como los demás países de nuestro entorno, dejando en nuestras manos la posibilidad de elegir a nuestros gobernantes a partir de entonces. Desde aquella promulgación de la Carta Magna, ni el caudillismo ni los dictadores serían tolerados en nuestro país. La política debía atenerse al sistema democrático, gracias al cual cada cuatro años los ciudadanos con derecho al voto elegirían a sus representantes para que, de entre ellos, se nombrara un presidente de Gobierno. Y así seguimos haciéndolo desde hace 41 años. Por eso, la Constitución Española, después de un período de más de 40 años de vergonzante dictadura militar, supuso la bonanza cívica en España y el final de la última dictadura existente en Europa. Sobran, por tanto, los motivos para conmemorar la ratificación de la Constitución vía referéndum como hecho histórico que nos ha proporcionado un dilatado período de paz y prosperidad. También como fecha simbólica para hacer pedagogía sobre los principios que se consagran en el texto constitucional, cuales son la igualdad, la libertad y la democracia, y que configuran un Estado de Derecho, Social y Democrático. Es, sin duda, una conducta racional y colectiva en defensa de unos valores cívicos y pacíficos de convivencia.
Muchos cuestionan la festividad laica, algunos la religiosa. Para unos es algo inherente de la racionalidad del ser humano, para otros es muestra de la irracionalidad que todavía nos conduce por senderos de superstición. En su conjunto, no son más que manifestaciones de la diversidad social, la libertad de expresión y opinión y de la tolerancia que debe mantenerse en una sociedad plural y democrática. Aunque una nos afecte a todos -la Constitución- y otra sólo a los creyentes -la festividad religiosa-, lo importante es que ambas configuren los símbolos de una participación colectiva en paz y libertad. Días festivos que, aparte de ofrecernos una excusa para el ocio, sirven para cohesionar nuestra sociedad en función de sus tradiciones, cultura y logros cívicos de convivencia. Lo que no es poco.