Sobre la cama, reposas tu tibio cuerpo enredándolo con tus brazos, como salvándote de la desnudez.
En eso, tus cabellos son acariciados por un viento intrépido que quiere llamarte la atención, y que tu atención se pierda en él.
Rueda por tus mejillas tratando de que te involucres en una fantasía imposible.
De pronto, despiertas.
Tus ojos de mar intentaban regresar a la realidad con dificultad, forzados por una brisa que era ya muy persistente.
Con una mirada piadosa, tratabas de encontrar la explicación a tu despertar hasta que, lo consigues.
Cierras la ventana y ese romance no deseado se termina.
Aun cansada, cubres tu piel con las sabanas y te transportas de nuevo a los sueños, destrozando el tiempo.
Ya de día, los cristales de tu habitación no pueden detener la imponente luz de sol que, agresiva, se filtra alcanzándote.
La mañana te obligaba a despertar, acariciando tu cuerpo con un calor de verano.
débilmente sin levantarte, notaste como tus labios tenían sed, pero no buscaban agua precisamente. Necesitaban la suave humedad de otros labios enamorados, labios que se pierdan en los tuyos sin ninguna intención de regresar.
Estabas de nuevo en la realidad y buscabas a tu amor salvaje. Intrépidos impulsos te llevan a él, te guían, y en la mística selva de unas sábanas atormentadas lo encuentras, lo arrebatas con fuerza y mientras el cielo se rompe en silencio, los besos se desgarran en labios sedientos.
En un momento de descuido, dejaste que sus manos te posean, desafiando las más íntimas pasiones ahora desencadenadas en tu mente.
Jadeando, le quitaste el poder sujetando sus brazos y, despiadada, retornas al control de la situación como en un comienzo.
Libre e insaciable, te fundes con el ignorando todo.
No hay espacio para nada más, no hay lagrimas ni dolor. Todo lo ajeno agoniza en un olvido que parece interminable.
No piensas soltarlo hasta que no gobierne el placer en esa habitación.