Entre líneas

Por David Porcel
A los primeros maestros,
¿Qué me llevaría a escribir aquellas palabras con trece o catorce años? ¿A desperezarme del sofá y teclear aquellas letras borrosas de la máquina de escribir de mi padre? ¿A irrumpir la placidez del sueño y aventurarme a juegos más serios? El caso es que no tendría más de trece o catorce años cuando vi El séptimo sello, de Ingmar Bergman. La vi no para buscar respuestas -¿qué podría buscar un niño de trece o catorce años?-, sino seducido por aquellos extraños personajes que trataban con la muerte o a quienes se les aparecían Vírgenes en medio de días claros. 

                                           Notas sobre El séptimo sello

A la luz de lo escrito, debí entrever la tensión que aúna el amor como fuente de verdad y el odio como origen de imposibilidad. Esta idea, sin duda, ha recorrido nuestra tradición desde que Empédocles asentara aquello de que el Amor es fuente de concordia y su ausencia (Odio) de división y discordia.
Ello se hace manifiesto en el volumen de los mortales
        miembros;
pues a veces por Amistad se aúnan todos
los miembros que conforman algún cuerpo, en la cima de la
        vida floreciente,
otras por el contrario, desgarrados por malévolas Discordias,
vagan errantes, cada uno por su lado, por la rompiente de
        la vida.
Empédocles de AcraganteAcerca de la naturaleza