Somos la generación puente. Los últimos que conocieron el mundo analógico sin filtros digitales. Los infelices. Los engañados. Los hijos de los primeros miembros de la generación X, o de los últimos boomers.
Se nos conoce como millennials, aunque yo no tenía ni idea de esto hasta hace poco. Parece ser que somos la generación del milenio; la generación de la que todo el mundo habla; los nuevos consumidores, los eternos niños con síndrome de Peter Pan, las expectativas que no llegaron a cumplirse incluso cuando nosotros mantuvimos nuestra parte del trato…
Lo leía justo ayer; recuperaba un artículo que encontré perdido en la red. Decía: “Nos educaron para un mundo que ya no existe”, en grandes letras negras. Y hay mucho de cierto en esas líneas, aunque también algo de rabia escondida, algo de rabia sobre lo que tenía que ser y no ha sido, como si hubiera un acuerdo tácito que incluyese todo lo que nos prometieron; una alianza inquebrantable firmada a sangre, fuego, sudor y lágrimas con nuestros padres.
Hoy, mi generación engloba a los pocos jóvenes de la historia que hemos sentido nostalgia de algo con menos de treinta años; somos los primeros en reconocer un cambio acelerado, y en no tener a qué agarrarnos. Somos los jóvenes ya no tan jóvenes; los condenados a fracasar frente a unas expectativas que no se corresponden a la realidad que nos ha tocado vivir y para la que se nos preparó.
Estas eran algunas de las ideas que se exponían en uno de esos artículos donde se reúnen a cuatro o cinco personas alrededor de una mesa y un periodista conduce con mayor o menor implicación las palabras que allí se pronuncian. Aunque no tengo la más remota idea, me imagino que se graba, se toman notas y se recortan los trazos más interesantes de esa experiencia con una introducción y, a veces, si no es un buen texto, también un cierre que intente corregir ese problema.
Hacia otro mundo más que ya no existe
En el artículo que te comento me gustó que me hablasen de Compañeros, de Jurassic Park o de las Spice Girls; recordar los Juegos Olímpicos de mi primera infancia, las manifestaciones con sabor a trágica adolescencia contra la Guerra de Irak, y las tardes de fútbol, los bocatas, las excursiones a la montaña con los amiguetes, y los fines de semana en la calle.
Oliver y Benji (Captain Tsubasa, 1983-1986).
La historia nos recordará también como a millennials, pero transportamos una gran brecha frente a los miembros de la década siguiente; somos los primeros en nada, y los últimos en unas cuantas cosas, y lo cierto es que la forma en la que se exponía me gustó.
Estudiarás por encima de todas las cosas
Somos la primera generación que tiene la seguridad de que estudiar y formarse no es sinónimo de un buen sueldo, ni de estabilidad económica o de vivir en una casa a cuatro vientos en la zona alta de tu ciudad. También somos de las primeras generaciones que cambia su ideal de vida; ¿pero qué fue, antes el huevo o la gallina? Preguntarse si las carreras universitarias con cada vez menos becas, con prácticas no remuneradas y con la inseguridad laboral asomando el hocico a la vuelta de la esquina son el problema del sistema o solo una mentira más que se une a aquello de que te ibas a comer el mundo con tu licenciatura.
No vivirás por encima de tus posibilidades
¿Tu primer piso pagado con 27 años? ¿Estrenar coche una vez por lustro? ¿Entrar con la cabeza bien alta en una hipoteca a 35 años? Las experiencias en las que nos reflejábamos, las experiencias de nuestros padres, nunca serán las nuestras. Ni por asomo. Una de las voces del texto decía: “…tenemos la suerte de que nuestro primer trabajo ya fuese una mierda”.
- Inside Job (C. Ferguson, 2010)
Una mierda lejos de la burbuja inmobiliaria, de las nóminas de cinco cifras, de un mundo de prestado. A fuerza de golpes, terminamos por descubrir que ya no había reglas fijas, ni en los estudios ni en el trabajo, sin nadie que te lleve de la mano y te asegure que todo saldrá bien, con pocas certezas y muchas expectativas puestas en uno mismo; ¿pero no es acaso eso mucho mejor que dejar pasar tu vida entre cuatro paredes?
No crecerás
Independizarse. Estudiar y trabajar. Vivir con lo puesto, de prestado, con cien euros de margen en el saldo de tu cuenta corriente. O vivir con los padres. Culpando al mundo de cómo nos engañó al estudiar esa ingeniería de la que no queríamos saber nada en su momento. Con trabajos que requieren una décima parte de tu formación. Con sueldos que te obligan a esbozar una sonrisa amarga al escuchar la palabra mileurista…
Hoy, podemos ser Peter Pan, retrasar la madurez, porque todo acompaña: el salto digital, las promesas incumplidas, el entorno en el que nos movemos; todo ello muy lejos de los pisos en propiedad, las segundas residencias, los hijos… Pero también podemos jugar la mano que nos ha tocado; comprender que no siempre hace falta ir de farol si, frente a ti, nadie tiene buenas cartas sobre la mesa.
No apoyarás a los partidos tradicionales
En los buenos tiempos, no desarrollas conciencia política, dicen estos chicos y chicas sobre los que estoy leyendo. Así que somos quienes somos porque nacimos en España, pues; porque José María Aznar se pasó por el forro lo que le pedían millones de ciudadanos, porque el PSOE y Zapatero nos mintieron siguiendo con el tema aquel de que no había crisis cuando todo explotaba; porque vivimos el 15-M, en Sol, en Plaza Cataluña, y en tantas otras ciudades, y quizá salimos corriendo e incluso recibimos cuatro hostias o un pelotazo de goma.
También somos aquellos que no quieren crecer, aquellos con demasiados miedos, y parece que con el temor suficiente para frenar un cambio real en la política de su país; personas que ya son miedos, y poco más; personas que observan, acorraladas, como su zona de confort se empequeñece día tras día.
Somos conscientes de que la idea de Europa en la que se sumergieron nuestros padres no era más que un ideal vetado a muchos, que los mercados cortan las alas a la política, y que la política tradicional ni escucha ni representa a nadie.
Por ahora, poco hacemos todavía.
No codiciarás un futuro
Sin casa. Sin curro. Sin pensión. Sin miedo. Ese era el eslogan del colectivo madrileño Juventud Sin Futuro. Pero también es una realidad que ya ha cristalizado. Los nacidos en los ochenta hemos generado ideales a una velocidad pasmosa; siempre por obligación.
Una vez se ha consolidado un nuevo panorama político y social, es momento de decidir qué hacer; ahora ya no hay excusas; no hay posibilidad de seguir diciéndonos a nosotros mismos: no lo sabíamos; tampoco de culpar a los que nos precedieron, de no dejarnos hacernos un hueco y ponernos algo más cómodos antes de que nos viésemos cara a cara con la siguiente generación —con los nativos digitales— bajo las mismas condiciones del mercado.
Ahora toca decidir cómo afrontamos el resto de nuestras vidas, sin el trabajo con el que soñábamos, o peleando por él, sin seguridad económica, sin Estado del Bienestar, con escasas probabilidades de cobrar una pensión de aquí a treinta o cuarenta años…
Un mundo de incertezas que se abrió paso a toda velocidad y nos cogió por sorpresa; casi una década después, es tarea nuestra convertir la nada en un futuro con el que estar en paz cuando llegue el momento. Quizá nos lo dieron todo, y ahora, poco hay que no nos parezca nada.
Enlaces relacionados:
Nacidos en el 85: “Nos educaron para un mundo que ya no existe”, por Álvaro Rigal en El Confidencial