Turín, melancolía, locura, muerte. Turín, fiesta, excesos, erotismo. Turín, pasado, presente, futuro solo quizá. Los contrastes dan forma a Entre mujeres solas (1949), una de las últimas (y más logradas) novelas del escritor piamontés Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908 – Turín, 1950), una voz clave de la literatura italiana del siglo XX. La obra se publicó como parte del volumen El bello verano, galardonado con el Premio Strega, que comprendía tres libros independientes, escritos en épocas distintas, que tenían en común la localización en el Piamonte y la concepción simbólica del verano, bien como la época en la que transcurre la historia, bien como un anhelo, una espera. La producción de Pavese constituye un exponente del neorrealismo italiano, que se caracteriza por mostrar la realidad social de las clases menos favorecidas en la Italia de posguerra, empleando un estilo accesible para muchos lectores, con un desarrollo lineal. En Pavese, además, destaca su condición de inadaptado, su relación incómoda con el entorno, que en Entre mujeres solas se hace muy evidente.La novela está narrada en primera persona por Clelia, una modista turinesa de origen humilde que ha prosperado en Roma. Es soltera, no tiene hijos ni ataduras familiares; una mujer que renunció a su vida personal en favor de su carrera, en parte motivada por las palabras de su madre, una herencia simbólica con respecto a los hombres («Madre mascullaba siempre que un hombre, un marido, era un asunto triste, que los hombres no son malos sino estúpidos, y hete aquí que yo también la había seguido», p. 73). Una protagonista femenina, como en El bello verano, si bien en esta ocasión se trata de una mujer curtida, de vuelta de todo, y no una joven que se inicia en el mundo de los adultos. Mujer, también, como las que aparecen, retratadas desde el punto de vista de un narrador masculino, en De tu tierra (1941) y La luna y las hogueras (1950). Todas encarnan una violencia silenciada, son mujeres envueltas en un halo de sensualidad, pero también de malestar profundo, en buena medida por la educación de la época, que no contribuía a que se hicieran dueñas de sí mismas y, por el contrario, reforzaban su pasividad («Estas chicas siempre han estado con la madre, han visto el mundo por un agujero», p. 18). Esta concepción de las mujeres recuerda un poco a la de su colega y amiga Natalia Ginzburg (Pavese más trágico y nostálgico, eso sí).
Cesare Pavese