¿Acaso saben las cremalleras cual es el lugar que unen y separan en el jersey? Algo así ocurre con la “Raya” de Portugal y España. No es fácil decir las razones que nos han puesto a uno u otro lado de la frontera que es un lapicero cuya señal de tenue línea borra el tiempo.
El Duero, a uno y otro lado, es piedra en sus laterales muros, es caricia en sus riberas, espejo en sus atardeceres de agua; pero siempre entrañable y cordial sobre las siluetas de los pueblos que se levantan allá arriba donde tiembla el sonido leve de su corriente lenta; allá arriba donde los castaños aspiran el aroma húmedo de su agua silenciosa.
El Puente de Requejo, también conocido como Puente Pino por estar cercano al pueblo del mismo nombre, levanta su único y magnífico ojo sobre el Duero. Por más ocasiones que lo atravesemos, siempre haremos una parada de admiración sobre su hermosura y sobre la profundidad de sus aguas.
Se extiende el Duero y sus fronteras entre milenios y leyendas. El Salto del Gitano subyace a muchos cuentos e historias. Ya en el siglo doce, el pastor Felipe enamorado de una zagala pastora de un vecino pueblo de Portugal pasaba las horas construyendo con maderas y piedras un paso sobre el río con que eliminar la frontera y así conseguir ir a su encuentro. Siglos más tarde, el célebre Gitano saltaba por esas piedras para superar a la otra orilla y conseguir escapar de la justicia.
Fuera ya de consejas y cuentos del tiempo allí se construyó el Puente de Requejo, conocido como Puente Pino, inaugurado el quince de septiembre de mil novecientos catorce. A su lado detenemos el coche, aunque sea la séptima vez que nos acercamos, para experimentar el vértigo de pasarlo a pie y contemplar la profundidad de las aguas del Duero.Por allí está el Salto del Castro y el Poblado del Salto del Castro, ruinas y desolación, construido con mucho mimo y buen gusto y abandonado a su desesperación, pocas décadas más tarde cuando los obreros que construyeron la presa terminaron su función. Allí quedan rodando nombres y sueños por el suelo ajado de cristales y mugre apiñada; allí cartillas viejas de las primeras letras de esfuerzos infantiles; allí sueños de vida común que se agostó apenas apuntaba la flor.
Continúa el Duero brillando esperanzas de oriente a poniente y en su búsqueda del mar pule la piedra al amanecer, tañe sombras tardías; su agua es llanto peregrino y es canción de pausa melancólica; es boca enamorada de la tierra y es corazón construido entre los relojes del tiempo y de la piedra. De las manos de las tierras Castellana y Portuguesa llegan las alondras a beber, surcan los milanos, respiran las águilas y ninguna pregunta por el lateral de su ribera; acá y allá aletean sus sueños de mañana cuando la tierra sea agua y flor en aromas reunidos, sin pasaporte y sin fronteras.Javier Agra.