Entre sus dedos

Publicado el 12 junio 2021 por Solotulosabes @soloturelatos

Apenas si puede verse un poquito del corredor de la casa del espejo, si se deja la … Y en efecto, el cristal del espejo se estaba disolviendo, deshaciéndose entre las manos de Alicia, como si fuera una bruma plateada y brillante. Un instante más y Alicia había pasado a través del cristal y saltaba

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Una pregunta se repetía en su cabeza mientras su dedos acariciaban a su gatita Kiti, que se había acurrucado entre sus piernas buscando sus caricias. Le habían enseñado que cada persona debía saber dominar su mente, tenerla  ocupada en pensamientos nobles y distracciones sanas, pero en la intimidad de su cuarto dudaba de lo que era noble y de las distracciones sanas.  

Entre el silencio y la tranquilidad de la habitación de su adolescencia, entre almohadas y recuerdos, seguía allí, apoyado en la pared, ese enorme espejo que retrató sus ilusiones y sus desesperanzas, sus victorias y derrotas, pero también sus vicios y placeres. 

Su dedo siguió el contorno de su reflejo. Y como antaño, esa extraña sensación de que el espejo la observaba, y que tras él, tal vez, se le ofrecía la oportunidad de llegar más allá, pero los espejos solo sirven para ver lo que hay de nuestro lado, solo los cristales permiten ver lo que hay del otro.

Su mano izquierda se coló por la blusa del pijama regalando caricias a sus pezones. Las tiras del pijama resbalaron por sus hombros, quedando desnuda frente al espejo, sus piernas empezaron a temblar de deseo, así que se arrodilló. Notaba ese calor que precedía al instante en el que fundiría con su reflejo.

Arrodillada y desnuda observo la firmeza de sus pechos, su sexo abierto asomando asomando entre sus muslos. No recordaba la última vez que se había visto reflejada de aquella forma tan lasciva. 

Con los dedos de su mano izquierda presionó con fuerza el pezón derecho, mientras que con la mano derecha buscó el calor de su clítoris, para acariciarlo con sus dedos previamente ungidos por la humedad de su vagina.

Entonces, como cuando era una niña, perdió el control, el pezón rosado parecía que estaba a punto de reventar, y las contracciones de sus muslos se hicieron evidentes. Salvaje y animal, puro sexo entre sus dedos, como nunca lo había sentido antes. 

Los recuerdos de la primera vez que descubrió el placer en solitario, y como fue construyendo su propio ritual e imaginario erótico. Aquella noche en la que aprendió a concentrarse en lo que su propio cuerpo iba sintiendo, a prestar más atención a las sensaciones, y cómo se iban intensificando hasta dejarse ir, respirar y solo sentir.

Una mezcla entre melancolía, nostalgia y deseo.

Un pequeño avance del tercer capítulo de C.