11.30 de la mañana, llego tarde. Cojo aire y comienzo a correr. Tres... dos... Una calle, y ya estoy delante del portal. Unos segundos para recuperar la respiración y puedo subir al ascensor. Me miro en el espejo, me peino y doy el visto bueno. Abro la puerta y el incienso me envuelve y transporta a otro lugar. Espero. Sigo esperando. Diez minutos más y puedo pasar a la habitación. Dejo el bolso, me quito los zapatos, el vestido ¡Uf, llevo tanga! Me acuesto dándole la espalda y junto los muslos todo lo que puedo. Le oigo llegar. Me saluda, le saludo y, aunque no veo su cara, sé que sus ojos recorren mi cuerpo, aprieto más las piernas. ¡Qué vergüenza! Hoy no soy capaz de mantener una conversación, le dejo hacer en silencio.Acaricia mis hombros, quiere abrir mis alas para que las palabras fluyan en el papel y, sin embargo, yo solo puedo concentrar mi atención en sus manos, cuando éstas llegan al final de mi columna, y en sus palabras, que se interrumpen cuando llegan a ese punto. A un hilo de tela podríamos hacer realidad las tentaciones que hemos evitado día a día. Puede hacer lo que quiera, hoy es mi dueño. Imagino que sus dedos apartan esa pequeña barrera, mientras gotas de sudor se evaporan y empapan las paredes, y una fina niebla cubre la estancia. El deseo y el placer mandan. Suena el dong del final de la sesión y un profundo suspiro sale de nuestros labios y viaja por la consulta, estremeciendo a pacientes y "maestros", que comparten, con nosotros, un gran orgasmo tántrico. Me despido sin mirarle a los ojos, no me interesa conocerle, la realidad mataría a la fantasía. Él ya sabe que volveré.Texto: Ana Crespo Tudela
Audio: La Voz Silenciosa