Entre trago y trago. Julián Ibáñez

Publicado el 26 febrero 2014 por Revista PrÓtesis @RevistaPROTESIS
La novela negra española comenzó así, aunque nos olvidemos con demasiada facilidad

Ibéñez, como pez en el agua

Lo primero que hay que decir es que es una buena novela, una de las que más me han gustado de este escritor. Dura, aguerrida y bestia.
Julián Ibáñez utiliza una técnica depurada, se asemeja a guardar un fardo en una caja pequeña, al principio no entra, empujas, estrujas y pasas por fin a dar patadas. Patada tras patada el fardo entra en la caja. No existen concesiones, ni una mirada cristalina y pueril a la realidad que nos rodea, el mundo que describe es bizarro, cruel, poderoso y un tanto cutre pero el escritor se desenvuelve en él como pez en el agua.
La acción la traslada a territorio conocido por el autor, Talavera de la Reina, un lugar especial, en todos los sentidos y que nos sitúa en una de esas ciudades que lo son por poco y que algunos considerarían pueblo grande, pero tiene sus polígonos, sus garitos, sus bares de copas y sus clubs de alterne. En uno de ellos trabaja el protagonista, Maza, un tipo peculiar, conocedor de su entorno y que vive en la fina línea que marca la legalidad de varios años a la sombra.

giley o siete y media, mucho mejor que el texas holdem


El protagonista es “gerente” de un club de carretera, pero no de los caros, es lugar cutre, de carretera regional o de lugar venido a menos, muy a menos. Recuerda algunas otras novelas del mismo autor colocadas en la Mancha, donde se respira el mismo aire cálido, el calor abrasador del verano, el polvo de los caminos, la sombra del abandono y del deterioro y ese tufillo a humanidad tan propio de los polígonos industriales.
El lenguaje empleado casa perfectamente bien con los personajes que circulan por la novela, son duros, curtidos e incluso cortantes. Los retratos que realiza Ibáñez, en tres pinceladas, nos muestran un rostro o una cara que podría exportarse a cualquier lugar del mundo con el sello “made in Spain”. Los hombres de la porra, guardias civiles, son antológicos, tan peligrosos o más que los delincuentes o incluso ellos aún más delincuentes que los así llamados. Sumémosle timbas ilegales, donde se juega al giley, al chivito o a juegos similares y que nos demuestra que no es necesario jugar al poker en una partida de cartas para ser moderno, el viejo giley o la siete y media pueden dar tanto juego o más que el texas holdem. 
El recorrido o el paisaje parece limitado pero Ibáñez lo amplia, no precisa sólo de una ciudad de tamaño medio como Talavera, usa la comarca e incluso la amplia, le da igual hacer una acción a un pueblo a sesenta kilómetros que a quince. Los personajes se trasladan sin cesar, se mueven tanto como en una gran ciudad con la salvedad de que se hace en un lugar más rural. Esa es una de las mejores facetas de la novela, el traslado de una acción negra a un lugar diferente, más inhóspito y despiadado, y que lo hace mucho más inconfundible
Una novela sumamente recomendable, entretenida, se lee casi de un tirón. Quién se acerque a ella que se olvide de blanduras, de policías que dialogan o tratan con cortesía a sus investigados, que se desentienda de labores negras como las que ahora llegan a nuestras librerías, que no haga caso a cantos de sirena que le dirán que la novela negra no es eso porque no es así. La novela negra, nacional, comenzó con esto y a veces olvidamos con demasiada facilidad esos comienzos. Es una novela fuerte, poderosa, no hace amigos y por lo que parece muchos enemigos, asustará, espantará e incluso nos hará mostrar un gesto contrariado pero es tan real como la vida misma, como esos clubs de carretera o como las mujeres que trabajan tras sus barras. 
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Sergio Torrijos