“Entrelobos” nos narra los episodios más significativos de la vida de un personaje tan peculiar como Marcos Rodríguez Pantoja, que vivió buena parte de su infancia y primera juventud conforme a lo que literalmente señala el título del film, es decir, compartiendo espacio y prácticas vitales con las manadas de lobos que poblaban los parajes de Sierra Morena, una hermosa tierra de picos suaves y frondosos, que se convierte, junto a su variada fauna, en uno de los princ ipales personajes (y atractivos visuales) de la película de Olivares. Al director cordobés, un reputado y veterano documentalista, se le advierten con profusión y claridad tanto su querencia por el terruño paisano como su buena mano para el rodaje de escenas naturales, de modo que, por momentos, podemos revivir las sensaciones experimentadas ante los legendarios documentales de un Félix Rodríguez de la Fuente, tal es la vivacidad y empaque con que se reflejan en el celuloide paisajes y criaturas.
Pero “Entrelobos” es algo más, bastante más, que ese despliegue de hermosas postales paisajísticas (que también es): es una historia de dramatismo profundo, que no sólo refleja la peripecia personal de su protagonista, sino que, con tal pretexto, ofrece un retrato, aun con un claro carácter de esbozo, bastante preciso de su entorno social; el de un mundo de miseria, de economía de supervivencia y desigualdades profundas, tan profundas como para permitir que seres humanos plenamente capaces y normales puedan vivir en el límíte de la animalidad (en cuanto a condiciones materiales de vida), sin que nadie –con la única excepción de una partida de bandoleros que pulula por la sierra, perseguida tenazmante por capataces de las fincas y guardias civiles- se cuestione nada al respecto.
Y, al hilo de tal relato personal, nos regala un par de interpretaciones cuajadas de encanto y ternura: la del debutante Manuel Ángel Camacho, una agradable sorpresa, que, como ya sucediera con la también novel Nerea Camacho, en “Camino”, hace un par de años, impacta por la naturalidad de sus gestos y sonrisas, y asume sin el más mínimo desmayo la nada sencilla carga de llevar el mayor peso interpretatitvo del film; y la del inmenso Sancho Gracia, que compone un personaje nada fácil (su Atanasio es una especie de eremita, alejado de la civilización, que, bajo una fachada inexpresiva y embrutecida, esconde un profundo –y totalmente justificado- dolor vital) con la solvencia a la que, desde hace años, nos tiene acostumbrados. Dos trabajos de gran nivel y que se disfrutan con la intensidad a la que se hacen acreedores.
¿Qué le falta –o sobra-, pues, a “Entrelobos” para resultar una propuesta redonda? Son dos los apuntes fundamentales que se pueden señalar en su debe; por un lado, cabe apuntar un cierto desequilibrio en el trazado temporal de la historia, cuyo desenlace, tras un recorrido pausado y detenido por su arranque, se presenta, trasuna elipsis extensísima, como demasiado abrupto y precipitado –transmitiendo la impresión de que, para no alargar en demasía el metraje, se hace preciso cerrar el mismo a toda prisa-; y, por otro, hay cierto momentos en los que Gerardo Olivares, en su ánimo de enfatizar el dramatismo de las situaciones, carga en exceso las tintas, incurriendo en cierto deslizamiento sensiblero que, posiblemente, constituya una concesión comercial comprensible, pero nada positivo para el espectador menos dado a dejarse “embaucar” por mecanismos emocionales extremos (y algo tramposillos...).
En cualquier caso, son apuntes que no empañan en demasía una valoración general positiva, y que no impiden que “Entrelobos” se erija como una propuesta comercial que se deja ver con agrado y que encierra más aciertos que errores en su concepción y realización, más aún si se tiene en cuenta que no se trata de una cinta enmarcable enlos cánones de lo usual, especialmente por lo que se refiere a su ambientación; además de dejar bien claro que a Gerardo Olivares, la vieja máxima hitchcockiana relativa al trabajo con niños y animales parece no afectarle lo más mínimo. Probado queda...
* APUNTE DEL DÍA: hace un par de días revisé "La última seducción", de John Dahl (U.S.A., 1994); no la veía desde su estreno en salas comerciales. La peli "me flojeó" un poco, pero la presencia de Linda Fiorentino me siguió pareciendo apabullante. Algo más larguillo habrá que escribir al respecto...