Veo en YouTube un vídeo titulado Edmundo Paz y Los días de la peste; su nueva novela. Tu primera intervención es: «Comencé a buscar libros que hablaran de cárceles.» Siento que una parte de tu discurso ha sido cortado. ¿Por qué ese interés hacia las cárceles?
Hace unos diez años pasé un verano en un pueblo californiano de 8.000 habitantes. Lo único interesante de ese pueblo era la cárcel de máxima seguridad que albergaba. Esa cárcel se metió en mi inconsciente, porque poco después comenzó a aparecer en mi escritura. Está en algunas escenas de mi novela Norte. En otra novela, Iris, hay un militar psicópata, Reynolds, hijo del Gobernador de una cárcel. Quise imaginar su infancia, y ahí se inició el proyecto de Los días de la peste. Pero esta vez ya no me interesaba el espacio de la cárcel norteamericana, sino uno con una topografía más latinoamericana. Narrativamente, siempre me han interesado los espacios aparentemente cerrados, el microcosmos que sirve para narrar algo más amplio: el colegio en Río Fugitivo, el Palacio Presidencial en Palacio Quemado, el Perímetro en Iris, y así sucesivamente... Esos espacios cerrados tienen, obviamente, una alta carga metafórica y me permiten jugar con la idea del límite: me concentro en narrar el adentro, pero sé que todo está repercutiendo siempre en el afuera.
«Encontré una crónica de un inglés sobre su experiencia en la cárcel de San Pedro en La Paz y me encantó.», continúas en el citado vídeo. ¿Qué libro es el de este inglés? ¿Podríamos encontrarlo a la venta? ¿Merece la pena leerlo? ¿Es literario?
El libro es Marching Powder, lo escribió Rusty Young y está en venta, aunque creo que no ha sido traducido al español. No es literario; es un relato impactante de la vida en esta cárcel en la que los presos pueden vivir con sus parejas y sus hijos, una crónica detallada escrita por el abogado de Thomas McFadden tomando la voz de McFadden. Muy recomendable. Por ahí leí que la productora de Brad Pitt compró los derechos para desarrollarlo como película.
En el citado vídeo, comentas que no quisiste visitar la cárcel de San Pedro mientras escribías tu novela. ¿Lo has hecho después o lo piensas hacer?
He estado en otras cárceles latinoamericanas con sus leyes idiosincráticas, como la de la Picota en Bogotá, más grande y terrible que la de San Pedro. En principio no quería ir a San Pedro por una suerte de cábala, quizás algo de temor a que ahogara mi imaginación, la forma en que estaba inventando mi Casona. Ahora que la novela está escrita visitaré San Pedro si se presenta una oportunidad.
En Los días de la peste manejas la presencia de unas treinta voces narrativas. ¿En algún momento consideraste la posibilidad de que la estructura de la novela fuese otra, con un solo punto de vista, por ejemplo? ¿Cómo fue trabajar con tantas voces diferentes?
La novela tiene que decir algo en su misma forma del mundo que está siendo narrado. La cárcel se me presentó desde el principio como un espacio de hacinamiento, donde proliferan las voces, donde los locos y los cuerdos están hablando todo el tiempo. Esa proliferación de voces narrativas fue mi forma de contar la cárcel desde su misma estructura narrativa. De hecho, en sus primeras versiones había más voces; tuve que sacrificar algunas ‒alrededor de 150 páginas‒ para darle cierta unidad a la novela. Tratar de encontrar un lenguaje, un vocabulario para cada voz –el Gobernador, la niña Lya, el loco de las bolsas‒ fue lo que más disfruté y sufrí de este proyecto. De hecho, más que el tema, ese era el desafío central: una novela es su lenguaje, su forma, sus voces.
Los días de la peste es una novela intensa, muy verosímil a la hora de aproximarse al material narrado, el interior de una cárcel caótica y despiadada. ¿Consideraste en algún momento que lo narrado pudiera sobrepasar la capacidad de aguante, o de espanto, de un lector melindroso o, simplemente, no te interesa la reacción o el rechazo de un libro como éste por parte del lector descrito?
Claro que me interesa la reacción de los lectores. Pero me interesa más ser fiel a ciertas pulsiones oscuras que aparecen cuando escribo. Trato de seguirles la pista y ver hasta dónde me llevan. Ojalá que a un lugar incómodo.
¿Podríamos leer Los días de la peste como una metáfora de la situación social y política de algunos países o regiones de Latinoamérica?
Es inevitable, pero espero que eso no agote sus lecturas. Me interesa seguir explorando cómo se conecta la religiosidad popular con la violencia, pero creo que ese es un tema que excede a Latinoamérica, de hecho creo que es uno de los temas centrales del momento histórico que vivimos. También me interesa explorar cómo se crea o destruye una comunidad, cómo circula el poder en una sociedad, cómo es que el ser humano puede concebirse como un virus letal en competencia con los virus que nos rodean, cómo trabaja la ley en nuestro inconsciente…
En más de una entrevista, he leído que consideras la literatura de Mario Vargas Llosa como una de las más influyentes para tu escritura. La cárcel de Los días de la peste me ha hecho pensar en la idea de universo cerrado de la escuela militar de La ciudad y los perros, y tu análisis de religiones paganas me ha recordado a lo leído en Lituma en los Andes. ¿Sigue estando presente Mario Vargas Llosa en tu literatura?
Creo que no, al menos no como influencia consciente. La ciudad y los perros fue un modelo explícito para Río fugitivo, es una novela que hace mucho que no he vuelto a leer, pero fue, junto a Ficciones, el libro que más me marcó durante la adolescencia, de modo que no descarto que ciertas estructuras se hayan quedado en mí para siempre. En todo caso, creo que en mi forma de trabajar hoy me marcan más las influencias específicas para cada proyecto que aquellas otras más generales. Por ejemplo, para Los días de la peste me ayudaron mucho Daniel Defoe y Albert Camus.
Sé que otra de tus influencias es José Donoso. ¿Entre Mario Vargas Llosa y él con cuál nos quedamos?
Vargas Llosa fue más decisivo para mí en general, pero hace poco releí El obsceno pájaro de la noche y sentí que hoy podía aprender cosas de Donoso para las cuales no estaba preparado cuando lo leí por primera vez en los años universitarios. Me atrae su oscuridad, su forma de hacer literatura de horror a partir de la decadencia de las viejas familias patricias de Chile. Creo que hay algo de él en los recovecos de La Casona en Los días de la peste.
En novelas como Iris y en un libro de cuentos como Las visiones te adentras en el género de la ciencia ficción. ¿De dónde viene tu interés por este tipo de literatura? ¿Quiénes son tus autores de ciencia-ficción favoritos?
Leí mucha ciencia ficción, horror y policial en mi adolescencia. Río Fugitivo es en parte un homenaje al policial. Los géneros populares, al estar muy codificados, te pueden enseñar a narrar; yo trato de usarlos más como punto de partida que como punto de llegada, quiero ver cómo darles una vuelta, trascender sus fórmulas y por último descartarlas. La ciencia ficción me interesa por su forma de percibir el mundo, porque te da pie al desborde imaginativo mientras tienes a la vez un ancla en la tierra. Me gustan mucho James Tiptree, Ursula K. Le Guin, Ballard, Dick, Bradbury, Rafael Pinedo, Oesterheld, Lem, los hermanos Strugatski… De los más nuevos, Paulo Bacigalupi, Lavie Thidar, Guillem López, Hao Jingfang, Ramiro Sanchiz, la mezcla de géneros de China Mieville y Alberto Chimal (podría seguir…)
Edmundo Paz Soldán, Liliana Colanzi, Maximiliano Barrientos, Rodrigo Hasbún, Giovanna Rivero, Christian Vera… son los autores bolivianos (que recuerdo ahora) que han aparecido en los últimos años en España. ¿Se está produciendo un «boom» en la literatura boliviana o realmente lo que ha cambiado es el interés de las editoriales españoles por los autores de allá?
La caja de resonancia de la literatura boliviana es muy pequeña y eso ha hecho que algunos autores verdaderamente grandes como Jaime Saenz no hayan trascendido como debieran. En los últimos años la circulación de los textos se ha ampliado gracias a las redes, los PDFs, etc, y de eso se ha beneficiado nuestra literatura. Más allá de esos cambios estructurales, también es cierto que se está produciendo una renovación fascinante a través de un grupo muy potente de escritores. Solo hay que verlo en Albúmina, con el que Giovanna Rivero ganó el concurso de cuento de esta revista.
¿Qué libros clásicos de la literatura boliviana debería leer un lector español interesado en la literatura de Latinoamérica?
Para no abrumarlo con una larga lista, yo diría que del siglo XX lea la poesía de Jaime Saenz (cualquiera de sus libros), los cuentos de Augusto Céspedes (Sangre de mestizos) y la prosa poética de Hilda Mundy (Pirotecnia). Podría seguir con las Crónicas de Arzáns para el período colonial, y con el aliento historiográfico de Gabriel René Moreno y la poesía de Jaimes Freyre (Castalia Bárbara) para el siglo XIX.
Has firmado un contrato de edición con Malpaso para que, además de que aparezca con ellos tu nueva novela, se relancen cinco anteriores. ¿Está pactado ya el orden de lanzamiento de los libros ya publicados? ¿Con qué plazos de diferencia van a salir al mercado? ¿Cuáles serán los primeros?
Por lo pronto el primer libro que saldrá será mi novela Los vivos y los muertos. Lo demás todavía no ha sido decidido. La idea es que salgan dos libros al año.
¿Estás escribiendo ahora algún nuevo libro? ¿Puedes hablarnos de él?
Sí, una novela corta ambientada en un pueblo fronterizo de la región amazónica. Tiene que ver con los intentos de un grupo de científicos por “domesticar” una planta medicinal indígena –un poderoso alucinógeno‒ para poder comercializarla.
Muchas gracias, Edmundo.