«Con esa novela, me he perdonado. He cerrado muchos capítulos.
Quizá ayude a algunos también a cerrar.»
La frontera lleva su nombre es el último libro –Editorial Grijalbo–,de la periodista y escritora Elena Moreno Scheredre. Un libro que habla de las golondrinas que cruzaban a Francia para coser alpargatas… y de muchas otras cosas. Tuve la suerte de poder mantener una charla muy amena con la autora. Mil gracias por su amabilidad y por escribir esta historia.
Elena.- Estoy muy contenta, porque tengo la sensación de que estoy obteniendo los réditos de mi esfuerzo, que muchas veces, en la escritura es muy difícil. He puesto mucho empeño en que lo puedan leer todos, hombres y mujeres, porque la historia es como un personaje más, aunque no es una novela histórica. Está la historia y está el amor.
Maudy.- ¿Cómo surge esta gran historia? El relato nos traslada a unos lugares maravillosos, a una época dura y a unas vivencias difíciles; sus protagonistas son mujeres; mujeres que amaron y fueron amadas, pero que perdieron a sus hombres…
E.- Llegó a mí un poco por azar. Alguien me comentó que había habido una emigración en la zona pirenaica, de mujeres a las que llamaban las golondrinas, que iban a Francia a coser alpargatas y, como soy periodista dije, qué raro que yo no sepa nada de esto… Empecé a buscar y no había nada, porque son mujeres silenciadas por la historia. En el S. XX, prácticamente no existieron, ni para los cronistas de la historia ni para nada; era una emigración estacional, iban de octubre a mayo, por eso les llamaban las golondrinas. Además de eso, por lo que me dio un vuelco el corazón, es que ellas no podían cambiar francos a pesetas o reales… iban para comprar cosas para hacer su ajuar. Tanta pelea que tenemos las mujeres… que a veces el grito apaga la realidad, que a veces las consignas no llegan a nuestra alma…Me dije, qué oportunidad de poder hablar del silencio de la historia, y me puse a ello…
M.- Es una novela que ha exigido una labor previa importante. ¿Qué datos le ha costado más encontrar? Porque parece que apenas había estudios sociológicos que documentaran la emigración de las golondrinas a Francia. ¿Cómo ha conseguido llegar a ello?
E.- No hay nada, nada. No ha sido fácil, la verdad. Por internet di con un hombre maravilloso, historiador, Fernando Hualde, original de Isaba, y que su abuela había sido golondrina. Va recogiendo cosas y costumbres que se van perdiendo. Di también con el nieto de un almadiero que se apellida Ayerra, y por eso lleva el apellido una de mis golondrinas. Es un cameo. Él lleva un boletín en Burgui de todas las costumbres, los nombres de las alpargateras… Con esfuerzo, ha ido recogiendo fotografías de todo, para que no se perdiera. Lo que pasa que yo he puesto el alma de mujer. El alma de mujer la he puesto yo.
M.- Se nota, lo transmite. En la novela, ¿qué es lo que más pesa: la historia, el homenaje o la denuncia?
E.- Pues yo diría que hay un equilibrio entre todo eso. Yo siempre digo que hay cuatro Esperanzas -un nombre metafórico-, cuatro personajes; la primera libre de esas cuatro Esperanzas es como mi hija, treinta y seis años, global, habla idiomas, va por el mundo, no tiene miedo… Ella es la líder, la que puede contar, la que nos facilita la entrada al narrador y, las otras Esperanzas, son los personajes; luego está la historia que también actúa como un personaje y luego está el silencio. El silencio de abuela, bisabuela, madre, hasta que la hija sea libre. Ya libre puede abrir el frasco de las esencias.
M.- Ha escrito un libro lleno de amor, de dolor y de renuncias. ¿Cómo se conjuga todo eso?
E.– Pues yo creo que es la historia de muchas de nosotros. La vida nos conforma así, con éxitos, con fracasos, con amor, con desamor…Con renuncias, y también con cosas que nos abren puertas y nos hacen ver un mundo maravilloso. He resucitado personajes de la historia también ignorados, como esa enfermera que está en los campos de concentración o como aquella pintora que vino de los EE.UU. para hacer caras a los que se habían quedado desfigurados en la Primera Guerra Mundial. Hago mis pequeños homenajes.
M.- Sus protagonistas eran hijas de la necesidad. ¿Merecía la pena jugarse la vida cruzando los Pirineos para conseguir una vajilla de Limoges?
E.- La necesidad que interpretamos hoy no es la necesidad misma de ayer. Es un ambiente rural y había siempre de comer, es un valle rico; el Valle del Roncal -que si no lo conoces vete a verlo porque es fascinante- desde Burgui hasta los Pirineos, y la zona donde está el campo de Gurs que, parece mentira, que tendríamos que ir todos a verlo. Los bosques dan frutos, la caza, la pesca… pero lo que no tenían eran cosas de ciudad y sí aislamiento. Por eso compraban esos objetos. A mí me impresionó mucho que, en Burgui, en casi todas las casas hay un juego de café que ha estado en una vitrina, en una alacena de esas desde hace un siglo y que ahora los nietos muchas veces los llevan a la Almoneda, sin saber el coste tremendo de sus abuelas y sus bisabuelas… Está todo en esta novela.
M.- Por eso no solo está la denuncia, sino también el homenaje.
E.- Sí, el homenaje. Las mujeres somos valientes y nonos llevamos mal entre nosotras, aunque siempre han dicho lo contrario. Yo no hubiera llegado hasta aquí sin la solidaridad de mis compañeras, y las golondrinas tampoco. Ellas no hubieran sobrevivido.
M.- Es la única manera de salvarte del dolor, cuando tienes alguien a tu lado que te dedique una sonrisa, que te agarre la mano, que te diga que vales para algo… sin eso ni se puede vivir ni se puede crecer. Entonces, ¿qué hacen las mujeres cuando no aceptan el destino que les toca? Porque ellas lo tenían muy programado.
E.- Pues, normalmente, cometen errores que a veces se les perdona y otras no. Es la parte del amor el cobijo, la que de repente hace saltar las rejas. Mis Esperanzas no se enamoran de hombres cualquiera, no es un amor de estos maravillosos.
M.- No, es más profundo y mucho más auténtico. Su novela es también un canto a la familia, a la añoranza del padre ausente. ¿Era suficiente para crecer la fortaleza de una Esperanza?
E.– Sí era suficiente esa fortaleza, porque siempre había alrededor gente apoyándola… una patrona generosa, una amiga. Siempre tenemos a alguien que nos ayuda en el camino. Sin embargo, los personajes a lo mejor no expresan mucho cariño con sus hijas. Pensaban que el amor iba a fragilizarlas y, lo que querían, es que salieran adelante. Todavía se estila. Nos hace más temerosas, además. Hay que dar muchos besos a los hijos.
M.- ¿Cree que se conoce suficientemente la pesadilla que vivieron las personas retenidas en los campos de refugiados franceses? ¿Y su colaboración con los alemanes para enviar judíos a la muerte?
E.- No, no se conoce. Las guerras siempre dejan páginas ocultas, y esas páginas ocultas son las emociones de los ciudadanos… También dejará Ucrania unas páginas ocultas, muchas, todas las guerras las dejan. Aquí todavía lo andamos arrastrando, enfrentamiento de izquierdas, derechas… es una pesadilla.
M.- Hay que cerrar las puertas, pero cerrarlas bien.
E.- Y si hay que levantar, y si hay que abrir, hay que hacerlo. España es uno de los países con menos documentación desde la República. Adolecemos de archivos, no tenemos… siempre ha habido una desidia importante con este tema. Y sigue habiéndola. Lo mismo ocurre con los campos de refugiados; esa es la página oculta de los franceses. Aquí tuvimos el Campo de Miranda que fue tremebundo, el Parador en León… todos esos fueron campos de internamiento. Hubo muchos en España, y la gente no lo sabe. Una anécdota, vinieron un matrimonio alemán a hacer turismo y en León reservaron en el Parador, el que fue el Hospital de San Marcos; allí, cuando se enteraron de que había sido un campo de internamiento, en plena noche, se fueron y pusieron una denuncia; dijeron que esa información tenía que constar. Y nadie sabe. Hay que leer, porque lo que nos contaron tampoco ha sido mucha verdad. He tenido mucho tiento al escribir por qué nos ha costado tan caro ser neutrales, por qué todo…
M.– Es muy elegante al escribir sobre esos temas porque no daña a nadie, incluso cuando habla de ETA, sucesos muy cercanos todavía.
E.- Si, yo los he vivido; ha sido algo muy pegado a mí; afectó a mi vida periodística, afectó a mis hijos, afectó a todo. Y de eso tampoco se ha hablado; sí de las víctimas reales, pero también había muchas víctimas civiles que estábamos ahí. Periodistas, profesores, escritores… muchísimos. Eso ya lo escribirán nuestros hijos…
M.- La belleza de sus descripciones transporta a unos bosques maravillosos que hacen olvidar la pobreza, la privación. Es una novela muy sensitiva. Es imposible transmitir tanta belleza si no se conoce el lugar, si no lo ama.
E.– Lo conocía de pasada; Navarra es preciosa y toda la zona de Pirineos es espectacular, todos los valles son maravillosos; cuando pudimos salir -escribí durante el confinamiento-,fui allí y conocí a esas personas que me han ayudado tanto de Burgui y creo que a raíz de mi novela se están planteando hacer un recorrido por donde andaban las golondrinas… ¡Los siete pueblos del Roncal son una pasada!
M.- Es una novela testimonio; los gueules cassées y tantos ángeles que ayudaban a otras personas, a escapar de la muerte, del horror de la guerra. ¿Cuándo seremos capaces de cerrar nuestras heridas?
E.- Cada uno colabora para cerrarlas. Algunos las cierran bien, otros las cierran mal. Yo, con esa novela, me he perdonado. He cerrado muchos capítulos. Quizás ayude a algunos también a cerrar. Yo tenía la herencia de mis padres y una abuela que vino de Francia -a la que le dedico el libro-.Espero que también ayude a mis hijos a entender muchas cosas.
M.- ¿La historia es un patrimonio indestructible que hay que tener en cuenta? ¿Aunque sea duro?
E.- Efectivamente. Si. Hay que afrontar. Tú no puedes tener una ventana al mar y mirarla de costado. Yo lo que he hecho, en realidad, es levantar un acta emocional del siglo XX.
M.- ¿Se puede ajustar el mundo a la medida de un abrazo?
E.– ¡Totalmente! El abrazo lo ajusta todo, hasta la artrosis, por eso hay que abrazar a las personas mayores. El abrazo, a mí, por lo menos, me ajusta muy bien todo. Me sienta fenomenal. Los abrazos son para el alma lo mismo que las manos de osteópata.
M.- ¡Si! yo necesito los abrazos para vivir, no puedo estar sin contacto y sin un abrazo… Por eso, me tranquiliza que ¿los pecados de amor no conducen al infierno?
E.- ¡¡¡No, nunca, jamás!!! ¡Jamás!
(Foto cedida por Joseba Urretaviz)
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