Con 26 libros a sus espaldas y una interminable lista de galardones (desde el Pulitzer hasta el de la MTV), John Ashbery (Rochester, 1927) es el gran mito de la poesía estadounidense. Autor de todo un clásico contemporáneo como Autorretrato en espejo convexo, un poema traducido al español por, entre otros, su amigo Javier Marías, la obra de Ashbery sigue creciendo. En Un país mundano (Lumen), su nuevo libro, el poeta retoma su, como dice él mismo, "improvisación onírica".
Su apartamento de Chelsea está confortablemente desordenado. La ventana del salón se abre a una impresionante vista de la ciudad, y el río queda recortado entre los edificios que se han levantado en los 25 años que han pasado desde que llegó aquí. "El nuevo de Gehry parece traslúcido por las noches", comenta tímido y atento. Entusiasmado.
Ashbery se graduó cum laude en Harvard. Dice que de joven quería ser pintor. Vivió una década en París, hasta 1965, donde trabajó como crítico de arte. Ahora reparte su tiempo entre este apartamento y una casa en Hudson. En Chelsea se concentra en la poesía. Apenas corrige. Si no le gusta un poema lo descarta. Sobre la mesa tiene la edición española de su libro junto a un nuevo volumen, Planispheres, que publica este mes en Estados Unidos.
Pregunta. ¿Qué une los poemas de Un país mundano?
Respuesta. No concibo mis libros como una unidad, es más bien una estructura acumulativa. Lo que los une es que los he escrito en un mismo periodo
P. ¿Siempre ha sido así?
R. Cuando empecé no escribía con la aspiración de ser leído. Nunca he sido muy sistemático.
P. Ha trabajado varias décadas como profesor.
R. Enseñaba un taller de literatura y de poesía. No era duro pero me creaba ansiedad, pensaba que no tenía nada que enseñar. Siempre sentía que no hacía lo que debía pero parece que los alumnos se divertían.
P. También trabajó muchos años como crítico y periodista. ¿Afectó eso a su poesía?
R. El periodismo me ayudó porque escribía para el público general y debía hablar de arte de manera que el lector hiciera su propio juicio. También me enseñó a prestar atención, y esto es una de las cosas que encuentro más difíciles. Y luego estaba el terrible momento de la entrega, la hora límite, algo aterrador. Aprendes a perder el pánico a la hoja en blanco. Pude superar las inhibiciones, la constante fuente de ansiedad que supone escribir y tener que preguntarte qué y cómo.
P. ¿Le sigue ocurriendo?
R. Siempre vacilas al escribir poesía.
P. ¿Ha cambiado su manera de hacerlo?
R. Al principio escribía a mano, pero en los setenta empecé a componer versos muy largos tipo los de Whitman y perdía el hilo de lo que escribía. Pensé que la máquina de escribir podría ayudarme y así fue. Me divierte escribir así, aunque cada vez es más difícil encontrar las cintas. La resistencia de las teclas es muy inspiradora.
P. ¿Siempre le gustó Whitman?
R. De joven no, pero tiene versos en los que parece que no hay artificio alguno y ése es el placer del gran arte.
P. Él cantó al nacimiento de América. ¿Carece de sentido algo así ahora?
R. Creo que la poesía es una herramienta para explicar lo que estoy sintiendo, para decir esto es lo que me acaba de pasar y esto es de lo que de verdad va la vida.
P. Su trabajo como crítico de arte, ¿ha influido en sus imágenes?
R. No creo ser un poeta muy visual. Muchas de las imágenes en las que me fijo son resultado de escuchar.
P. ¿El oído es la clave?
R. La lengua que me rodea, el habla de la calle... eso es lo que siento que es importante. Me resulta muy interesante y conmovedor ver cómo los americanos intentan comunicarse y fracasan. Creo que no hablan como otra gente, se atascan más y a veces no acaban las frases, las dejan en el aire para que otro complete sus pensamientos. Esto también ocurre en mis poemas.
P. La reinvención de la lengua en la calle es frenética en EE UU, con acrónimos y expresiones que se inventan a diario, se ponen de moda y se olvidan.
R. Somos la civilización de lo desechable. Hay un deseo inmenso por lo nuevo.
P. Escribe escuchando música contemporánea. ¿Es éste el ritmo que busca?
R. La dodecafonía impide que haya un tema predominante. La poesía me llega como la música, puedo escucharla antes de saber qué está diciendo. Como la música, la poesía sigue sus propias formas y te lleva a un sitio determinado, si es que no estás allí ya.