Como la propia estructura del libro sugiere, a través de tres apartados: el primero se refiere a las vinculaciones profundas, estructurales, entre la sociología y las artes y la literatura, puesto que —al igual que éstas— la sociología es una forma de conocimiento que construye discursos que no dejan de ser ficcionales y trágicos o cómicos. Es decir, que de lo que se ocupan es de un acercamiento ideal a la realidad y de una visión de la misma marcada por acentos más o menos pesimistas u optimistas. El segundo apartado tiene que ver con que las artes y la literatura —sus textos y sus imágenes— nos hablan de los procesos de cambio, esto es, de las permanencias o de las variaciones, así como de su utilización como propaganda del poder o como crítica al mismo y de la expresión de la vida como un proceso que finaliza en la muerte; de las artes y de la literatura, pues, la sociología puede obtener documentos sociales acerca de los procesos de cambio que afectan a las sociedades y a los individuos. El último apartado, el de la acción, está relacionado con la situación actual en lo que se refiere al acercamiento de la sociología a las artes y la literatura, estado determinado tanto por las recuperaciones como por los olvidos; en este sentido, el libro llama a la acción, es decir, a no llegar tarde a la escena del conocimiento, a tratar el mundo de las imágenes, de la literatura y de la música como textos sociológicos que pueden cumplir diversas funciones: pedagógicas, epistemológicas, metodológicas, heurísticas...
2. ¿Cómo plantear entonces la especificidad de la Sociología, como ciencia social, en el marco de esas relaciones sin diluirse?
En nuestra disciplina hoy se nos aparece bastante claro que su especificidad viene del hecho de la propia naturaleza humana, no comparable —por su complejidad y singularidad— con el mundo animal o vegetal. Por tanto, la sociología, siendo una ciencia como es, no puede ser pura —como, por ejemplo, la biología o las matemáticas—, sino una ciencia humana y, en lo humano —conviene recordarlo—, la cultura y el arte constituyen un componente fundamental para comprender e interpretar la naturaleza siempre esquiva del ser humano.
3. La sociedad actual en su complejidad y su producción cultural, ¿qué demanda a ese mundo de relaciones señaladas entre esas disciplinas para ser abordada como corresponde hoy?
Creo, sinceramente, que nuestra civilización está marcada por la inflación de imágenes, pero que en general somos bastante analfabetos a la hora de interpretarlas —sean éstas pictóricas, arquitectónicas o fotográficas—. Al respecto, me parece que el análisis de las imágenes puede constituir un instrumento muy interesante para acercarnos al mundo social. Algunos sociólogos clásicos como A. Weber —el hermano de M. Weber—, Pierre Bourdieu o N. Elias han sabido verlo con precisión y con suma intuición. Por otra parte, las artes y la literatura —en línea con las investigaciones de P. Bourdieu— se están convirtiendo en nuevas formas de distinción social, por lo que a través de ellas se nos desvelan nuevas maneras de desigualdad. Finalmente, en los comportamientos humanos —y también en los sociales—, los viejos y los nuevos temores, incertidumbres, riesgos y contingencias siguen descansando sobre el gran miedo de los individuos a fenecer. Por eso, el mundo ficcional que recrean el arte, la literatura y también la sociología parece, ante todo, que construye una segunda vida y que, con ella, de lo que trata es de permanecer y, en suma, de huir de la muerte. Solo que mientras que las artes antiguas y la sociología moderna parecían más volcados en las permanencias, en las estabilidades y, en definitiva, en una especie de eternidad, hoy por el contrario, todas ellas se ocupan más bien de lo efímero, de lo contingente y, a la postre, de intentar conseguir que sea inmortal el instante.