Entrevista a Juan José Millás: "En mi caso además no escribo sabiendo adonde voy. "

Publicado el 09 junio 2012 por Lilik

Juan José Millás (Valencia, 1946) irrumpe con paso decidido entre el gentío de Gran Vía envuelto en una chupa de cuero color caramelo, cuello alto y unas gafas que se convierten en objeto fetiche de la fotógrafa. Las gafas son a un tiempo escudo tras el que se parapeta y arma para escudriñar la realidad que le rodea. Ejerce de modelo improvisado con estoica resignación y cuando le invitan a retirar la mirada del objetivo, la clava en el redactor. Te mira a los ojos y sientes cómo hurga en tu interior paseando su mirada inquietante y afilada. Finalizada la sesión fotográfica, Millás se descubre como un entrevistado diesel, de esos que se calientan a medida que avanzan las preguntas. Las gafas le hermanan con otro hiponcondríaco obsesivo como Woody Allen y lo si sumamos al pelo plateado y su ropa oscura obtenemos un inquietante parecido a Scorsese. Muy a lo Soprano. Después de derramar litros de admiración hacia renombrados escritores y arrobas de respeto por periodistas ilustres, el escritor vierte toneladas de indignación sobre las fechorías de políticos y banqueros. Gentes a las que delata el traje y la corbata. Como a Millás sus gafas. Unas gafas de destrucción masiva.
Llevo días planteándome si debo encararle en esta entrevista como escritor o como periodista.
Cuando un periodista se dirige a mí como escritor como si él no lo fuera, me quedo muy asombrado. Porque claro, el periodista, ¿con qué trabaja? Con la misma herramienta que yo, que es el lenguaje. ¿Qué recursos utiliza? Los mismos que yo, los que la retórica pone a nuestra disposición. De manera que… me cuesta mucho ver la frontera entre escritor y periodista. Sobre todo en los géneros en los que yo trabajo. En el reportaje, por ejemplo, es una frontera que está borrada. ¿La gente cómo leerá en el futuro —cómo lee ya— una obra maestra como el Relato de un Náufrago de García Márquez? ¿Como una novela corta o como un reportaje? Depende de lo que ponga arriba. Hay textos de Truman Capote que lees como reportajes o como cuento en función de que lo abordes en el periódico o en otro formato. Si pone cuento, lo interpretas como cuento. Y si pone reportaje, como reportaje. El ejemplo claro de esto es un texto magnífico llamado Un día de trabajo. Me cuesta ver esa frontera porque, además, cuando estoy haciendo periodismo, no tengo la sensación de estar haciendo algo menor a la literatura. Me la estoy jugando igual. Sé que el soporte al que va es distinto y que mi actitud psicológica es distinta porque no tienes la misma disposición cuando vas a escribir una novela o cuando escribes una columna o un reportaje. Pero finalmente son palabras.
No entiende, por tanto, el periodismo como una disciplina menor que la literatura.
Para nada. El periodismo no es un género menor a la literatura. Fíjate en la tradición americana. Ahí se ve muy claro que no lo es porque al ser un país muy joven, literatura y periodismo nacen juntos. Mark Twain escribió mucho en periódicos. El ejemplo de EEUU es fantástico porque permite observarlo como una maqueta. Vemos cómo la frontera de literatura y periodismo no existe. Y después tenemos ejemplos manifiestos en el siglo XX como es el Nuevo Periodismo, con la Canción del verdugo, de Norman Mailer, o una serie de reportajes de los que hay varias antologías y que son reportajes que hoy, 20 y 30 años después de que sucedieran los hechos, mantienen su vigencia sin que importune que haya caducado la actualidad del acontecimiento.
En España, ¿qué ejemplos destacaría?
En España no tenemos más que leer a Corpus Barga. ¿Corpus Barga en su trabajo periodístico tiene algo que envidiar a un escritor? ¿O Manuel Chaves Nogales y la biografía de… ? De Belmonte, que además se publicó por entregas en un periódico. Y así podía seguir citando casos. Por eso me extraña que muchos periodistas no se consideren escritores. ¿Tú cómo te ganas la vida? Escribiendo.
Usted sostiene que “uno tiene que escribir sobre lo que no sabe, justamente, porque escribir de lo que sabe no tiene ningún interés”. No es precisamente conformista, ¿le gusta arriesgar?
Naturalmente. Como en cualquier arte, en la literatura la clave es arriesgar. La repetición conduce a un lugar común y no hay nada más estéril que un lugar común. De manera que tiendes a eso. Es un modo un poco retórico de decirlo, pero te tienes que jugar la vida en cada cosa que escribes.
Ese riesgo, a un hipocondríaco como usted, ¿no le produce incertidumbre?
Es una combinación muy curiosa porque es el máximo de placer y el máximo de pánico. Justo en el mismo momento, conviviendo en el mismo instante. En mi caso además no escribo sabiendo adonde voy. Cada escritor tiene su método. Esto funciona, al menos por lo que he observado, en los autores de best sellers. Ellos se hacen un esquema, saben lo que va en el primer capítulo, lo que va en el segundo y lo que va al final. Yo no sé nunca qué va a pasar en la página siguiente o en el capítulo siguiente, cómo va a terminar la novela. Escribo a partir de algo que me obsesiona y si me obsesiona sé que tiene algún significado para mí, por eso me obsesiona. En cierto modo la estructura de la novela es una indagación sobre mi obsesión.
Obsesiones que brotan de cosas inverosímiles, sucesos cotidianos.
De algo que escuchas en el metro o en la cafetería, que se queda como un runrún en la cabeza y empieza a crecer. Una larva que alguien ha puesto ahí y resulta que se convierte en mosca; ya no tienes una larva, sino una mosca dando vueltas por la bóveda craneal. Y llega un momento en el que digo: pues aquí tiene que haber algo, ¿no? Y te pones a escribir. Pero te pones a escribir como el náufrago cuyo barco acaba de hundirse en altamar en medio de la noche, sin saber dónde está la costa ni si es más sensato nadar en esta dirección o en esta otra. Tu olfato te dice que tienes que nadar en una dirección, a lo mejor tienes algún conocimiento del cielo y te guías por una estrella, o quizá sepas que por aquí pasa una ruta de barcos cargueros que tal vez te recojan. Así es como comienzo a trabajar. Mis novelas comienzan como un naufragio.
Escribe pues por instinto de supervivencia.
Naturalmente no concibo la vida sin escribir. No me imagino levantarme un día y no escribir. No puedo. Es un modo de supervivencia, efectivamente. En fin, en un grado… Para el escritor, escribir es tan importate como comer.
¿En qué momento se convierte en necesidad su afición?
Es que en la afición ya había necesidad. Creo que para escribir primero has tenido que ser lector, un gran lector. Y la necesidad de escribir es similar a la necesidad de leer. Un lector sabe que no puede pasar mucho tiempo sin abrir un libro. La diferencia entre un lector y un escritor no es tan grande. Es decir, el escritor parte siempre de un conflicto, si no hay conflicto no hay escritura. Pero el lector también. ¿Por qué hay gente que lee y gente que no? Porque los que leen tienen un conflicto al que no da respuesta nadie y buscan la respuesta en la novela. Son figuras parecidas. Para entender las necesidades de un escritor respecto a la escritura no hay más que pensar cuáles son las de un lector respecto a la lectura.
Faulkner solía decir que el trabajo que mejor compatibilizó con la escritura fue el de casero del burdel. Usted, sin llegar a eso, también buscó uno que le diera libertad para escribir.
Configuré mi vida en función del hecho de escribir. Tenía que ganarme la vida y me busqué un trabajo que me permitiera ganarme la vida, pero que me dejara tiempo libre para escribir. Entonces aposté por un trabajo de 8 a 3. Eso ocurre cuando decido que sí, que voy a escribir, y esa decisión llega como fruto de un proceso. No se produce de un día para otro. Empiezo a escribir mi primera novela con 22 años y a partir de ahí procuro mantener una disciplina, porque la escritura, sobre todo la novela, exige disciplina. No puedes escribir a golpes de inspiración. Tienes que ponerte todos los días a trabajar. A ver si hay suerte y esa inspiración llega. Y suele llegar si estás en ese estado de conciencia que se logra cuando llevas una hora trabajando.
¿Escribe para usted mismo?
Esto siempre se ha dicho. Uno en principio escribe para sí mismo porque a mí no me cabe pensar en qué querrá otro. También hay gente, principalmente autores de best sellers, a los que respeto muchísimo, que piensan más en los lectores. Pero en principio uno escribe por necesidades propias. Aunque claro, a uno le gusta publicar y que tenga buena acogida.
Después de sus tres primeros libros, muy celebrados por los críticos, se le etiqueta como escritor de culto. Sin embargo, la aparición de Papel mojado supone un punto de inflexión.
Todo es parte de un proceso. Yo empiezo a escribir y uno va buscando lo que llamamos “la propia voz”. Y lo que pasa es que en ese proceso hay momentos de articulación. Es verdad que Papel Mojado es una novela que surge de un encargo para una colección juvenil y que además tiene que ser policiaca, un género del que yo era buen lector. Todas esas circunstancias, y el pertenecer a una colección que está fuera de los circuitos de los críticos, provocan que me ponga a escribir esa novela sin ningún corsé. Y resulta que en ella doy con registros míos de los que no era consciente. Descubro que domino, y que me gusta, la paradoja, la ironía… Recursos que no había utilizado hasta entonces porque tenía una concepción más seria de la literatura. Aunque yo era un gran lector de gente como Chesterton, pero digamos que era una literatura más con barba. Y ahí, de repente, descubro un registro mío en el que me muevo a gusto y me interesa explorar. Siempre digo que fue un momento de articulación porque si yo no hubiera escrito esa novela, no habría escrito El desorden de tu nombre, un libro que abre mucho el espectro a mis lectores y en la que desarrollo lo que había experimentado en Papel Mojado.
¿Cuando finaliza una novela tiene algún tipo de intuición sobre cómo puede ser la acogida de la misma?
Nunca sé si va a tener éxito entre los lectores. Yo sigo mi proceso de articulación natural. Tengo 65 años y he vivido un proceso bastante gradual, sin grades vuelcos o dilemas en los que plantearme grandes cosas. He ido creciendo desde el punto de vista de los lectores. No hubo momentos determinantes o cosas exageradas que movieran el suelo bajo mis pies.
¿Le ha influido mucho Kafka?
Kafka es una lectura entre muchas. Antes y después de Kafka he leído a muchos. Yo cuando empecé a escribir era un lector enfermizo, para entonces mi bagaje lector era amplio. Kafka supone un hito importante, sí, pero no sólo Kafka. Cuando tienes una edad como la mía, es imposible decir aquí está Hemingway, aquí Kafka o aquí Mark Twain… Es imposible. Tú aportas tu subjetividad. Para mí el momento deslumbrante es cuando me encuentro con la gran novela del siglo XIX: Flaubert, Zola, Dostoievski, Tolstoi… Pero es absolutamente imposible definir las influencias porque se va amalgamando y es como el producto de una aleación. Una aleación se distingue porque es un material compuesto de otros varios que no puedes separar. Mis libros no son 100 gramos de Kafka, 250 de Tolstoi…
Usted acumula un buen número de premios, algunos muy renombrados en el panorama literario. ¿Influyen, condicionan, sirven?
A mí los premios me han servido. Cada uno ha cumplido una función distinta. El primero que gané fue con mi primera novela, el premio Sésamo, que se daba en unas cuevas de aquí cerca. Era un bar de existencialistas. Y gracias a que lo gané, me permitió publicar. Además como premio era agradable porque por su palmarés habían pasado Marsé, Goytisolo, Cabot… Era un premio de cuentos que luego se convirtió en novela corta. El premio Nadal se produce cuando ya escribo y publico, y tiene una cuestión de orden sentimental porque gran parte de la gente que admiraba había pasado por ese premio. Pero además lo que hace es poner el foco sobre mi novela durante un tiempo en un momento en que los libros duran poco en la mesa de novedades. Por otro lado, con cada premio he ampliado el número de lectores, lectores que se han quedado. Y esto es fundamentalmente culpa de los premios. Con cada uno he fidelizado lectores. No todos, porque con un premio como el Planeta, que tiene detrás una operación de marketing, parte de los lectores que se incorporan a leer El Mundo luego no se quedaron.
¿El premio Planeta estigmatiza a un escritor?
Lo primero que debo decir sobre el premio Planeta es que imposible encontrar un perfil del ganador. ¿Cuál es el perfil del ganador del Planeta? No lo hay. Vázquez Montalbán, Vargas Llosa, Álvaro Pombo… Es una operación sin igual en el mundo, desde luego en Europa, que hace que tu libro durante un tiempo esté y tenga presencia en todos lados. Al día siguiente de ganar el Planeta todos los medios, incluso enemigos, se ven obligados a hablar de él. Es una operación extrañísima, muy rara. Y permite a tu libro llegar a gente a la que que nunca habrías llegado. Tuve la fortuna de que al año siguiente gané el Nacional de Literatura con la misma novela y digamos que el estigma de comercialidad del Planeta quedó atenuado con este.
La novela ganadora del premio Planeta, El mundo, cruza la frontera desde el periodismo a la literatura, un denominador común de su obra.
Es un libro que reescribí con pánico. A mí me costó más la reescritura que la escritura. La escritura fue sencilla porque estaba escrito, por decirlo así, rápido y por encargo. Jamás había pensado en escribir una novela autobiográfica. Nació del encargo de un reportaje. Por eso le digo que está escrito casi al dictado. Cuando me pongo a reescribirlo lo convierto en la mitad porque quería que fuese una novela más intensa que extensa. Y claro, me encuentro que es una novela muy personal. Y a mí me ocurre que me abrazo a lo que me da pánico. Emprendo la huida hacia adelante. Y entonces, al ser un libro con unas características muy personales cuya difusión podría darte pudor, en lugar de publicarlo por los canales normales decido presentarlo al Planeta, sabiendo que si lo gano, tendría mucha más dimensión. Era X multiplicado por 100.
Masoquismo.
No sé si es masoquismo, es un modo de cobardía que consiste en ir hacia el lugar al que temes.
Habla de pudor autobiográfico, pero ese rasgo personalista es habitual en su obra.
Todos tienen cierta carga autobiográfica. El primero quizá el que más, pero no había tenido la difusión que tuve con el Planeta. También es cierto que yo, suelo decirlo, lo primero que recomiendo al escritor es despojarse del pudor. El pudor es un estorbo, algo que afortunadamente percibí en mi primera novela. Cuando fui a recoger el primer libro me avisaron de que había un ejemplar. Recuerdo que fui a la imprenta, que estaba en las afueras, cogí uno y me fui furtivamente porque estaba deseando quedarme a solas con el libro por la emoción de ver la portada, mi nombre… Toda la mitología que hoy ha desaparecido en gran parte por la autoedición. Entonces lo estaba observando, disfrutando de haberme convertido en lo que quería ser, escritor. De repente aquella emoción, aquel placer, quedó anulado al pensar que aquel libro lo iban a leer mis padres, mis amigos, mis hermanos… De repente deseé no haberlo escrito y no haberlo publicado. Pero se publicó y no pasó nada, no sé si porque mis padres no lo leyeron o porque no se enteraron. Me di cuenta que si hubiera tenido pudor no lo habría escrito.
En el año 90 desembarca usted formalmente en la prensa.
Llego tarde a la prensa y desde la novela, al contrario que muchos. Llego tarde porque me infundía demasiado respeto ya que pensaba que a lo más que se podía llegar en la vida es a firmar en la contraportada de un periódico. Había sido lector de periódicos desde pequeño. En casa estaban suscritos al Ya y leía a columnistas como Manuel Alcántara. Imaginar que escribiría en la prensa me suponía el mismo pánico que placer. Por eso tardé tanto. Pero empecé a escribir y comencé a hacer un tipo de columna rara, iba más a cosas de orden cotidiano. Y funcionó. Era un espacio en el que yo experimentaba mucho, curiosamente. Digo curiosamente porque parece que el periódico no sería el medio mejor para experimentar. Sin embargo a mí me han dejado, nunca me han dicho nada.
Como la columna funcionaba, con el paso de los años desembarca en su género favorito, el reportaje.
Eso ocurrió años después. Es un género fabuloso para un escritor, estupendo porque el reportaje y el cuento tienen muchas similitudes. Lo que sí he tenido es que organizarme el tiempo. Soy madrugador, me levanto a las seis, y si tengo una novela entre manos, entre las seis y las ocho u ocho y media me pongo con ella. No puedo dedicar más tiempo. Hay gente que puede dedicar seis u ocho horas, yo tengo que cambiar de actividad cada poco. Eso sí, haciendo siempre lo mismo, escribir. Después desayuno, me voy a dar un paseo largo, compro la prensa y ya el resto de la mañana a la columna, a un reportaje que tengo en marcha. O preparar una conferencia.
Los paseos en muchos escritores forman parte de su liturgia creativa. ¿A usted le retroalimentan?
Mis paseos forman parte del trabajo. Hay una mística del paseo que es difícil de trasladar a quien no lo haya experimentado. A mí, al cuarto de hora de estar caminando, la cabeza se me pone a funcionar y caminando he resuelto muchas dudas. Novelas que tenía atascadas, artículos que tenía a medias… Hay una suerte de iluminación. Encuentro el tono en el que debo escribir. De manera que el paseo, que empezó por prescripción médica, se ha convertido en prescripción literaria y psicológica. Es trabajo. El día que no paseo, no estoy bien.
¿Pasea o deambula?
Suelo ir a un parque cerca de casa y allí tengo dos o tres recorridos dependiendo del tiempo.
¿Cómo ha evolucionado la prensa desde sus años de lector a la del 90 en la que empezó a escribir en un periódico?
La prensa ha cambiado porque hemos vivido una dictadura y una transición. Pero sí teníamos periódicos bien hechos, con excelentes colaboraciones literarias o la revista Triunfo. El mercado de las revistas ha desaparecido porque lo han ocupado los suplementos. Se ha producido un cambio, pero sin embargo, la parte del periódico que más me interesa, la del columnismo y el reportaje, ya entonces era muy buena. Estaban Tiempo, Cambio e Interviú y teníamos columnistas buenísimos: Vázquez Montalbán, Haro Tecglen, Vicente Verdú… En esos dos territorios quizá ha sufrido más el reportaje porque ahora hay pocos medios, entre ellos por fortuna El País, que te permitan reportajes largos. Hay sitios donde un reportaje de seis folios les parece largo. Acabo de entregar uno sobre Japón de 48 folios. Es casi una novela corta. No me han dicho nada, ¡lo van a publicar! Esto sí se ha abandonado un poco, ya cada vez hay menos.
¿No es contradictorio que en el ámbito literario se haya convertido en un transgresor que experimenta el minimalismo con los articuentos, microrrelatos o los SMS’s mientras en el periodismo es un defensor del viejo género de los reportajes largos?
He sido siempre un escritor de medio recorrido. Experimento con SMS’s, microrrelatos… sin embargo no tengo Twitter. Y respecto al reportaje, tiene que tener el espacio que necesita. Los reportajes del Proyecto Sombra o Vidas al límte tienen una media de 25 folios. Ninguno como el de Japón, que se publicará a final de febrero. No puedes volver con 10 folios de un viaje a Japón.
¿Cómo afronta el reto de escribir una nueva novela?
Cada novela lleva dentro su propia poética, tiene su propia exigencia. Tienes que escribir pensando que estás haciendo una novela revolucionaria. Hay que ponerse modelos muy altos. Tienes que querer ser Tolstoi para llegar a ser Corín Tellado. Exagerando… Cuando la novela está acabada, el producto siempre está lejos. No pasa nada, el proceso de escritor lleva implícito el fracaso. Si no fracasase en cada novela, no escribiría la siguiente. Si escribiese una novela redonda, diría “ya he acertado”, y pararía. Entonces habría alcanzado el deseo, y alcanzar el deseo es morir.
¿Alguna novela ha cumplido las expectativas?
No, ninguna. Todas se han quedado muy lejos de las expectativas, pero eso es lo que te lleva a plantearte la siguiente. La decepción forma parte de esto.
Si en 1990 probó con los periódicos, en 2000 lo hizo con la radio.
Soy muy curioso y si me ofrecen algo nuevo, por cotillear, acepto. Lo de la radio pensé que iba a ser una aventura de tres meses y llevo once años. Pero la radio tiene mucho que ver con mi propia historia, porque mi generación ha sido oyente de radio. La radio tenía para mí cierto componente infantil. Me dieron la posibilidad de estar al otro lado y dije “pues voy a probar”. Y resulta que la cosa funciona.
Da la sensación que mucha culpa de su naturalidad radiofónica está producida por su complicidad con Genma Nierga.
Absolutamente sí. Hemos ido creando una complicidad sin proponerlo, de forma natural. Cuando estamos juntos en el mismo estudio, con una mirada suya sé qué quiere. Y al revés. Pero es que incluso estando yo en Madrid y ella en Barcelona, nuestros silencios… Sé cuándo tengo que entrar y cuándo callarme. Se ha creado una complicidad magnífica que no es buscada, no es artificiosa.
¿Y la experiencia televisiva?
Eso tiene que ver con que en mi generación es raro quien no ha querido ser director de cine, porque nosotros nos hemos pasado la vida metidos en sesiones continuas. Y de repente me dieron la oportunidad de ponerme delante de la cámara y dirigirla desde allí. ¿Cómo digo que no? Estas cosas que hago para C+ son superagradables porque es hacer cine para una TV, además en la que lo que te piden es que seas raro. C+ no mira la audiencia. Tienes que hacer rarezas y eso se me da bien.
Como estudioso del lenguaje quería preguntarle por esta nueva etapa de la desinformación, que ha sucedido a la del insulto, que consiste en la creación de eufemismos para rodear a la realidad: “Crecimiento negativo”, “guerra preventiva”, “desaceleración del empleo”, “opciones preferentes de la banca”.
Son parte de la fiesta de la confusión en la que se miente al ciudadano. Es la cosa más nefasta que ha ocurrido en los últimos años, la estafa que se está llevando a cabo desde la política a los ciudadanos. Es comparable a la estafa de los bancos a los ciudadanos, que antes tenían una relación sagrada. Ahora ya te engaña hasta el director de la sucursal así que el siguiente día cuando te llama, te tientas la cartera. Aquí citaría como momento clave el 10 de mayo de 2010. El día que Zapatero viene de América diciendo todo lo contrario de lo que estaba diciendo hasta entonces. Además transmitiendo el poder a Rajoy, con quien hablaba más que con Rubalcaba, y haciendo operaciones con él a espaldas de su vicepresidente, como reformar la Constitución a traición en 24 horas. Haciendo cosas como congelar las pensiones, que era calderilla, el único sentido que tenía era decir “mira quién manda”. Se convierte en el muñeco del ventrílocuo, que son los poderes económicos. Y este hombre que venía con el discurso de “los poderosos votan todos los días y yo estoy aquí para que el hombre normal vote también todos los días porque sólo vota cada cuatro años”, se carga toda su trayectoria.
Esa desafección de la gente con Zapatero fue hábilmente rentabilizada por Rajoy.
Pero resulta que gana las elecciones un partido que a la semana de ganar dice lo contrario a lo que estaba diciendo en campaña. La relación se ha roto y se está rompiendo con todas las instituciones. Se está rompiendo con los bancos, que te engañan; se está rompiendo con los políticos, que mienten continuamente y además te invitan a que el modo de relación con la realidad sea la mentira. Y eso cala de tal manera que cuando te indignas por tal cosa, otro te dice “no seas ingenuo”. ¡No, no, yo quiero ser ingenuo! ¿Cómo es posible que todos entremos en la complicidad de que las reformas fuertes las van a hacer después de las elecciones de Andalucía para no perder votos? ¡Eso es inaceptable! Es un momento de ruptura entre el ciudadano y las instituciones que nos representan y en las que confiamos como en la banca, que está en manos privadas y debería ser en parte nacionalizada porque la banca es la espina dorsal del Estado. Si la banca se va al carajo, se va al carajo el Estado. Esa espina dorsal nos está fallando y le estamos inyectando desde el Estado cantidades enormes de dinero pagadas con los impuestos. La desconfianza del ciudadano hacia la instituciones es gravísima.
¿Qué espera del gobierno de Rajoy?
De Rajoy no me preocupan las expectativas, lo que me preocupa es que ha mentido. Y ha mentido sabiendo lo que hacía, una suerte de prevaricación. Lo importante en todas las decisiones de orden económico que tome, es la dimensión política. Ha llegado al poder mintiendo y ha mentido sin otro objeto que llegar al poder. Y esa es la dimensión que me importa de Rajoy. Si no me preocupo por ello, resulta que al final nos acostumbraremos y nos parecerá normal. No podemos creer que es normal.
Los medios tampoco ayudan. Vivimos tiempos tumultuosos y la prensa vive atrincherada a un lado o al otro.
Sí, es el gran reproche que se debe hacer a los medios. Pero no es de ahora, viene de antes. Ahora puedes leer una noticia en un periódico y luego leerla en otro, y tiene un sentido totalmente opuesto. Esto es un desastre y hace que uno para estar bien informado tenga que leer varios periódicos o Internet.
En abril de 2009 deslizó cierta sensación de hartazgo social, anticipando lo que luego sería el 15M. ¿Insiste en esa sensación de que algo se acaba?
Hay una sensación grande de que algo está tocando a su fin. Fukushima es el final de algo, o el principio, porque el final de algo es el principio también. Hay cierta sensación de agotamiento en todo. Tú ves películas excelentes que te gustan mucho, pero que luego son muy convencionales formalmente. Novelas que te gustan y que se ajustan a lo que hay. La sensación es de agotamiento en todos los órdenes; social, político y artístico. Y eso se ha traducido en movimientos como el 15M.
¿Qué lectura hace del movimiento?
Es un ejemplo significativo de que algo se ha agotado, de que un modo de relación vertical con el mundo está finiquitada. Hace falta otro modo que es más horizontal. Es muy curioso que el movimiento del 15-M, que ya tiene encima una trayectoria, siga sin líderes. Y sin embargo, sigue funcionando, aunque parezca imposible que lo aceptemos culturalmente porque cuando surge un movimiento enseguida surge un rostro. Esto tiene mucho que ver con internet quizá, porque es una relación más horizontal.
¿Internet ha cambiado el modelo de sociedad informativa y sus fuentes de abastecimiento?
La cuestión es no confundir la información con el conocimiento. Porque en Internet a lo que puedes acceder normalmente es a datos. Pero para que los datos se transformen en conocimiento se tienen que articular. Esa dicotomía información-conocimiento se puede cambiar por datos-información. La información se da cuando los datos se acumulan y se ponen al servicio del raciocinio. Hay un texto muy interesante de un antiguo premio Príncipe de Asturias que decía que la sociedad de la información no es necesariamente la sociedad del conocimiento. Y estoy absolutamente de acuerdo con él.
¿El gran enemigo actual de la información no es la opinión, por la que vive contaminada?
Los medios serios siempre han diferenciado opinión de información. Es verdad que la información y la opinión están cada vez más confundidas. Hay titulares de primera página que son editoriales de opinión. Eso es innegable. Pero esto deber ir generando el activismo del lector, que no debe ser un lector pasivo, inerme. Eso debe ir educándole y que sepa que está sucediendo; los diarios no viven en un mundo aislado, ni son ajenos a influencias. Los periódicos son correa de transmisión de determinados intereses, no son vírgenes.
Asocie a lo primero que se le ocurra los títulos de cada uno de sus libros: Papel Mojado.
Los programa electorales.
La Soledad era esto.
Rajoy dentro de 15 días
Tonto, muerto, bastardo e invisible.
Prefiero no ser tan cruel…
No mires debajo de la cama.
Podría ser un poco la metáfora del mundo actual, donde solamente se cuida lo que se ve por fuera.
Hay algo que no es como me dicen.
De nuevo los programas electorales.
Lo que sé de los hombrecillos.
Hay muchos, dependería de la situación.
El mundo.
Pasapalabra…
Números pares, impares e idiotas.
La contabilidad de la cajas. Mejor la de la banca.

Fuente: Jot Down