Entrevista a Mauricio Beuchot Puente: "lo más globalizado es la pobreza"

Publicado el 23 enero 2012 por Lilik

Interesante entrevista que el diario Milenio le hizo al filósofo mexicano -quizás el más reconocido y leído a nivel mundial- Mauricio Beuchot Puente, a propósito de problemas contemporáneos que vive nuestra sociedad y país (México).
Filosofar ¿para qué?, se pregunta el pensador. En un primer impulso, para incidir en las condiciones políticas y económicas de México; en otro orden, para encontrar la fuente que le da sentido a la vida.
Mauricio Beuchot, autor de Interpretación y realidad en la filosofía actual
Mauricio Beuchot reflexiona sobre el quehacer filosófico, su urgente necesidad de recuperar espacios y de responsabilizarse con la historia. Además, defiende una fundamentación ontológica de los derechos humanos y considera a la fe como fuente necesaria de sentido.
Nacido en Torreón en 1950, investigador del Centro de Estudios Clásicos del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, ha publicado más de 250 ensayos filosóficos e históricos, es un prolífico traductor de pensadores novohispanos que escribían en latín, colaborador de varias revistas nacionales e internacionales y reconocido como uno de los filósofos iberoamericanos más importantes por su “hermenéutica analógica”. De entre sus obras destacan Filosofía y derechos humanos (1993), Interpretación y realidad en la filosofía actual (1996) y Tratado de hermenéutica analógica (1997).
 

• ¿Desde su perspectiva ético-política, qué diagnóstico hace sobre el momento histórico que estamos viviendo, nacional y globalmente?
Estamos en un momento de mucho riesgo porque vemos que lo más globalizado es la pobreza. Preocupa, cuando menos, por el impacto en la economía de Europa: ¡no imaginábamos nunca que hubiera problemas allá! Pero, sobre todo, eso repercute en nuestro país. Me inquieta el trasfondo —político y económico— que ha desatado la violencia. Si no hay oportunidades, si no hay opciones, la gente tiende a buscar salidas falsas en la violencia, el robo, la extorsión. Todo está interconectado. Tenemos que darnos cuenta de que la situación es muy compleja, que no se trata nada más de encarcelar a los violentos, sino de crear condiciones de posibilidad para que haya una paz que anhelamos.
• ¿Qué papel jugaría la filosofía en un contexto como éste? ¿Tiene algún tipo de incidencia?
Creo que sí. Justamente, lo hemos abordado el actual director del Instituto de Investigaciones Filosóficas, el doctor Guillermo Hurtado, y otros compañeros, entre ellos José Alfredo Torres. Hemos sacado algún trabajo sobre qué hacer para que la filosofía repercuta en la realidad, sobre todo política, del país. Si vemos con cuidado, comprobaremos que a principios del siglo XX la filosofía tuvo una enorme incidencia. Vasconcelos, por ejemplo, participó en la Revolución; Antonio Caso, aunque no tomó parte en la lucha armada, criticó a los positivistas de Porfirio Díaz. Incluso en Samuel Ramos se deja observar la filosofía de la cultura. Si del siglo XX quitamos, por ejemplo, a la corriente marxista y a los teóricos de la liberación, veremos que la filosofía se ha reducido a una mera cuestión académica, a la torre de marfil, a las investigaciones.
Debemos recuperar espacios. Ya nadie quiere hacer trabajo periodístico, por ejemplo. Tanto Vasconcelos como Caso publicaban en los periódicos; ni siquiera había revistas filosóficas especializadas. Claro, de esta globalización de la producción intelectual también tiene la culpa el hecho de que si no es en revistas cada vez más especializadas, que casi nadie lee, es decir, cada vez más encerradas en la torre de marfil, no publicamos.
• ¿Qué le parece la decisión del gobierno actual de eliminar las humanidades de la educación media superior?
Me parece lamentable. Yo estaba muy orgulloso de que en mi país se sintiera cada vez más el auge de las humanidades. Y pensé que esto iba por buen camino. La cuestión artística, la cuestión cultural, habían adquirido una presencia muy fuerte en México. Y de repente, se tomó esa medida no sólo incomprensible sino lamentable, porque suprime la posibilidad de que surjan vocaciones intelectuales y artísticas en el bachillerato. Quitando la presencia de las materias filosóficas, se está evitando que haya una orientación hacia las humanidades. Somos un reflejo de lo que ocurre en muchas partes. También he sabido que en España se han suprimido las materias de filosofía del bachillerato. En lugar de pensar en crear opciones de trabajo, empleos en la línea de las humanidades, se trata de evitarlos. Porque, de hecho, se ve a la filosofía como algo inútil; incluso amenazador y peligroso. ¿Para qué encauzar por ahí a los jóvenes si van a ejercer un pensamiento crítico?
• ¿Cómo juzga a los movimientos estudiantiles en, por ejemplo, Chile, Honduras y en nuestro país que exigen acceso a la educación y defienden la educación gratuita?
Son movimientos muy significativos. Es necesario que la educación sea para todos. A los jóvenes debemos ofrecerles y brindarles la oportunidad de formarse. Así gana el país y gana la sociedad, pues habrá más personas capaces de deliberar, con pensamiento crítico y perspectivas. Eso era incluso lo que la Antigüedad entendía por “ciudadano”. No en balde los filósofos griegos y romanos insistían tanto en la retórica: el ciudadano era capaz de deliberar, y quien fuera capaz de deliberar era también susceptible de ser elegido o de elegir. En los países que usted menciona se quiere privar al pueblo de esa madurez, que sólo pueden alcanzar unos cuantos. En ese sentido debemos tomar muy en cuenta y defender el acceso a la educación.
• Las imágenes de la represión en Chile dieron la vuelta al mundo, así como las de Londres y España. Aquí mismo, la militarización y la respuesta del Estado a los movimientos sociales han provocado un aumento en la violación de los derechos humanos. ¿Cómo se justifican los derechos humanos desde su posición filosófica y qué consideraciones hace sobre su defensa?
Cada vez estoy más convencido de mantener una posición ontológica. No creo que la pura positivación fundamente los derechos humanos. Incluso los derechos humanos surgieron con una perspectiva iusnaturalista, hay que entenderlo y aceptarlo. Aun quienes eran muy iuspositivistas ahora son declaradamente iusnaturalistas o pertenecen a esta otra corriente —que los mismos positivistas consideraban como iusnaturalismo— que es la de los moral rights, los derechos humanos entendidos como derechos morales. Por supuesto que todos vemos como ideal que se positiven, pero muchos grandes filósofos del derecho, iusfilósofos, dieron el adiós al iuspositivismo. Están Bobbio o Atienza, más recientemente. Necesitamos una postura más ontológica; es más, nos conviene que algo no sea puramente histórico o cultural porque de otra manera tendremos que permitir usos y costumbres que van contra los derechos humanos de, por ejemplo, los niños y las mujeres. Hay algo arraigado; algunos le llaman la condición humana. No soy de esos naturalistas al estilo del siglo XVIII, que fueron los más duros. No, yo creo en una naturaleza que se da en la misma historia, pero hay algo que es más que pura historia.
• ¿Y qué pasa cuando el discurso de la defensa de los derechos humanos es utilizado por Estados Unidos para justificar la invasión a otros países?
Creo que se están apropiando de la representación de los derechos humanos. Primeramente, debe plantearse una especie de “autoridad moral”, como la llama Norberto Bobbio. Quien tiene los derechos humanos como ideal no tiene un ejército, no tiene una policía ni una fuerza coercitiva para hacerlos cumplir.
• Desde su singular posición iusnaturalista, usted plantea “la necesidad de evitar el exceso en el que puede incurrir el positivismo, a saber, el imponer una ley injusta”. En este sentido, pareciera que sostiene principios que están más allá de la legislación ordinaria. ¿Tal posición deja abierta la posibilidad y la justificación de la desobediencia civil?
Es un tema muy antiguo. Se suele aludir a Locke pero esto ya lo hicieron los integrantes de la Escuela de Salamanca: Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas. Retomaban, por supuesto, nociones anteriores a ellos; por ejemplo, la idea del derecho de Santo Tomás de Aquino: una ley injusta se auto-invalida, una ley injusta es una contradicción en los términos, es más, no debe obedecerse. Sería casi como ir en contra del ser humano. De no ser así, no tendríamos ningún recurso para inconformarnos. El único recurso que tenemos, como en alguna ocasión lo dijo el propio Norberto Bobbio, es algo universal, que está por encima del hecho particular y concreto de su positivación.
Ahora, volviendo un poco a la fundamentación. Yo adopto una posición iusnaturalista, pero abierta, que toma en cuenta la historia. Le llamo “iusnaturalismo analógico”. Tenemos que interpretar al ser humano, conocer lo más que podamos su naturaleza para poder plantearle una ética que le convenga —conforme a sus necesidades, sus aspiraciones— y, en consecuencia, también un derecho. Porque cada vez más se acepta que el derecho tiene que estar en conformidad con la ética. Ahí están los moral rights, ahí está la idea de Ronald Dorwkin: cada vez se busca más la conexión del derecho con la moral, que fue desconectado en la modernidad. Claro, la moral “estorba” para cualquier cosa, no nada más para el derecho; estorba para la política, para todo. Pero debemos cumplir la ética porque una vida sin ética no es vida. En tal aspecto me ha influido mucho la idea de mi querido amigo Enrique Dussel: no basta una iusfilosofía meramente positivista, ni tampoco una ética puramente formal, procedimental o de tipo kantiano. Tenemos que contar siempre con un contenido material. En su caso —y yo estoy muy de acuerdo—, son el respeto y la promoción de la vida.
A veces me preguntan por qué uso para los derechos humanos el término “naturaleza humana”, si puedo usar las “necesidades humanas” o la “dignidad humana”. Unas y otra me remiten a lo mismo, pues ¿de dónde surgen la dignidad humana sino de la naturaleza humana y a qué responden las necesidades humanas sino a la misma naturaleza humana?
• Quisiera que ahondara un poco más en el tema de la violencia.
En primer lugar es un tema candente y, por lo tanto, nos urge reflexionar sobre él. Los filósofos mexicanos, no únicamente los que hacen filosofía en México, sino filosofía mexicana —y ahí están Bartolomé de las Casas, Alonso de la Veracruz, Vasconcelos, Caso, Samuel Ramos— han hecho filosofía primordialmente sobre nuestros problemas. Nos vamos a caracterizar como filósofos latinoamericanos o como filósofos mexicanos por los problemas que privilegiamos. Está muy bien trabajar la lógica y la epistemología pero tenemos que decidir también si queremos —como decía antes— incidir en la sociedad mexicana, en sus problemas político-económicos que tienen un sustrato ético. Recordemos cuál era el papel del filósofo. Era una especie de consejero de la sociedad. Muchas veces nadie le hacía caso, pero actuaba como una suerte de brújula social. No se trata que seamos intelectuales orgánicos pero al filosofar tenemos una obligación con la sociedad. Miembros prominentes de la filosofía mexicana —como Leopoldo Zea o Luis Villoro— nos han dicho que tenemos que filosofar, hacer filosofía para nuestra sociedad. Nos han dicho, de manera más concreta, que no podemos hacer filosofía en México como si estuviéramos en Alemania, en Inglaterra, Francia o Estados Unidos. Necesitamos que repercuta porque es preciso devolverle a la sociedad todo lo que nos ha dado durante nuestro proceso de formación.
• En el 2004 Habermas y Ratzinger sostuvieron un diálogo sobre los fundamentos morales del Estado. Habermas sostuvo que “un ordenamiento liberal necesitaría siempre de la solidaridad de sus ciudadanos como fuente, y que esa fuente podría desaparecer completamente a causa de una secularización ‘descarrilada’ de la sociedad”. ¿Qué piensa usted al respecto, por qué habla Habermas de una “secularización descarrilada” y qué tiene que ver esto con una pérdida de la solidaridad?
En uno de nuestros congresos interamericanos de filosofía, en 2007, en Mazatlán, Habermas habló de la religión como fuente de sentido. Si no tenemos cuidado, si tiramos todo a la basura, estamos tirando, como dice el dicho, “el agua junto con el niño”. Hay que recuperar algo que nos dé sentido. Por supuesto, no confiaba en volver a la religión pero sí de encontrar algo en ella misma que nos diera ese sentido que nos daba antes la religiosidad. En ese mismo congreso Tugendhat hablaba de la mística. Yo jamás imaginé escuchar de eso en filosofía. Decía que distinguía la religión de la mística pero que ya no veía a la religión de manera tan negativa o separada de lo que nos tiene que dar sentido.
También trato de entender a mi amigo Gianni Vattimo cuando habla de secularización para despojar a la religión de la violencia y dotarla de más apertura, más caridad, como él mismo dice. No podemos vetar o bloquear la religiosidad porque, entonces, incurrimos en lo mismo que criticamos.
Toda la crítica que la posmodernidad ha hecho al racionalismo, al cientificismo, es, a mi modo de ver, demasiado dura. Pero eso, por lo menos, ha hecho recapacitar en el sentido de que no todo lo resolverá la razón. Hay áreas que no alcanza a cubrir. De tiempo en tiempo se nos caen los sistemas lógicos y filosóficos y seguimos necesitando o seguimos utilizando esa fuente de sentido que es la religiosidad. Yo la vería más bien en esa línea, no en la del poder o la fuerza, sino simplemente como fuerza de sentido, que a mí no me alcanza a dar la ciencia, ni la sola filosofía racional, que en algunas cuestiones se queda corta.
Hay un más allá. En muchos años que tengo de reflexionarlo, la vida me ha acercado más a una postura de aceptación del misterio. Necesito sentir. Yo estuve doce años en el Instituto de Investigaciones Filosóficas funcionando como filósofo analítico, criticando y racionalizando todo y me quedé con zonas vacías. Era una filosofía, la filosofía analítica, más bien centrada en la referencia, y, recordemos, en filosofía del lenguaje, además de referencia, hay sentido y el sentido es más importante, a veces, que la referencia. ¿De qué nos sirve justificar, demostrar referencialmente el mundo, si es un mundo vacío de sentido?
• ¿Entonces la fe todavía tiene algo que decirle al hombre?
La fe tiene aún mucho que decirle al hombre porque es fuente de sentido. Y precisamente lo que ahora nos falta es ese sentido que se requiere para vivir. Antes se probaba la validez de la fe por su carácter referencial, es decir, si podía pasar la prueba de la ciencia, de las condiciones de verificación empírica. Pero ahora no se va tanto a la referencia sino al sentido, si una fe es capaz de brindar sentido para vivir y en qué medida puede ayudar al ser humano a encontrar un camino en medio de la caída de los referentes.
Alicia Hopkins. Fuente: filosofiamexicana.wordpress.com