Sergio Galarza (Lima, 1976) ha escrito los libros de cuentos Matacabros y La soledad de los aviones; además, en la editorial Candaya, ha publicado una trilogía de novelas sobre Madrid y la vida en las grandes ciudades contemporáneas, compuesta por los títulos Paseador de perros (2009, Premio Nuevo Talento FNAC), JFK (2012) y La librería quemada (2014). Ha colaborado en revistas como Etiqueta Negra, Letras libres o El estado mental.
Su última obra es Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre, una «novela autobiográfica, crónica, ensayo, homenaje, ajuste de cuentas, libro de autoayuda sin consejos» sobre lo que ha supuesto en su vida la presencia y muerte de su madre. El libro se ha publicado, hace unos meses, en Perú y Chile, y ahora en España lo publica Candaya.
Puedes leer la reseña que escribí sobre Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre pinchando AQUÍ.
Foto de Francesc Fernández
En Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre evocas los duros momentos en los que recibes la noticia de que tu madre está gravemente enferma. Esto ocurrió sobre 2009. Con posteridad a esa fecha has publicado libros como JFK o La librería quemada. ¿En qué momento consideraste que tenías que escribir un libro sobre tu madre?
Mi vieja muere en el 2011. Mi vida, en general, la pienso y la vivo como un libro, con la diferencia de que no la puedo editar. Cuando me entero de la gravedad del cáncer de mi vieja empiezo a sospechar que eso no acabará con su muerte. Y cuando me quedo con la agenda que usó el año de su visita a Madrid confirmo que allí había un libro que ella había dejado a medias, el relato de nuestra relación, que no es muy distinta a otras relaciones entre madres e hijos, acentuada en nuestro caso porque ella es la que cultiva mi vocación de escritor sin querer.
En novelas como Paseador de perros o La librería quemada haces un uso narrativo de tus propias vivencias, pero (considero) transformadas con el filtro de la ficción. En Una canción de Bob Dylan… no parece haber ningún filtro entre el «yo narrador» y el «yo autor». ¿Cómo ha resultado la experiencia de prescindir de esta disyuntiva?
Para mí ha sido un alivio prescindir de esa máscara de la ficción. Me gusta más la escritura en bruto, sin filtros.
¿Un libro como Una canción de Bob Dylan… se escribe de un tirón con las entrañas, se planifica, se reescribe, se corrige mucho?
Yo escribo rápido. Cuando me intereso por un tema leo toda clase de literatura sobre el mismo, desde narrativa hasta ensayo, eso me ayuda a tener claro qué libro quiero escribir. Pero no planifico, no pego posts en un corcho ni llevo un cuaderno como guía de qué va a pasar en cada capítulo. Me pongo a escribir mi historia como si me metiera en una mina, mi única luz es la intuición. A punto de terminar el libro hago un resumen de cada capítulo y busco unos días libres de quehaceres domésticos para poner fin. Lo siguiente es el trabajo lento y pesado de la corrección, que para mí es ahora un problema infinito. Mientras más leo y más aprendo vuelvo con mayor decepción a mis libros anteriores pensando que pudieron haber sido mejores. En el caso de este libro he podido editar más que con cualquiera gracias a que es la tercera edición en otro país, por eso me ha dejado tranquilo de momento. En unos meses viene una nueva edición en Colombia, así que la tranquilidad desaparecerá.
En Una canción de Bob Dylan… hablas de tus familiares con nombres y apellidos. ¿Has tenido problemas con alguno, bien porque no querían aparecer en tu libro o bien porque no has hablado de ellos o no tanto o no de forma tan positiva como hubieran querido?
Con mi viejo y con mis hermanos no he tenido ningún problema. No sé qué habrá pensado mi viejo. Un día lo vi hojeando el libro pero cuando lo sorprendí lo dejó en una mesa. A mis hermanos les ha gustado. El único que ha mostrado su molestia ha sido un nieto de mi abuelo. Yo crecí creyendo que mi abuelo había tenido otro matrimonio aparte de mi abuela, cuando en realidad había tenido dos familias más, o sea tres en total. No sé si mis hermanos lo sabían. El asunto es que nunca tuvimos trato con sus otros hijos, hablábamos de ellos para fastidiar a mi vieja, nada más.
Durante los últimos años, en España se ha editado más de una novela de duelo. Ahora mismo recuerdo La hora violeta de Sergio del Molino, Luz de noviembre por la tarde de Eduardo Laporte, El jardín de la memoria de Lea Vélez o Tiempo de vida de Marcos Giralt Torrente. ¿Has leído alguna de las novelas que cito u alguna otra que olvido con la misma temática? ¿Qué opinas de ellas? ¿Cuál te ha interesado más, en el caso de que las hayas leído?
Creo que he leído casi todo lo que se ha escrito sobre este tema, desde hace unos nueve años, cuando empecé con El año del pensamiento mágico, que ahora me pregunto cómo me pudo atrapar, pero gracias a éste empecé a leer sobre la experiencia de la muerte. Tiempo de vida y La hora violeta están entre los que más admiro. Sumaría Un mar de muerte de David Rieff y Yo maldigo el río del tiempo de Per Peterson por hablar de autores extranjeros también. Son libros que hojeo cada cierto tiempo porque transforman el dolor en una reflexión, huyen de las lamentaciones y logran que el lector se haga preguntas incómodas. Es lo que hacen los buenos libros, nos hacen sentir incómodos, porque la literatura no está para dar masajes a la autoestima como los likes de Facebook.
Una canción de Bob Dylan… se ha publicado, con muy poca diferencia de tiempo, en Perú, Chile y España. ¿Qué ha sido diferente en cada país?
No me lo había planteado. Más bien veo similitudes, la principal es que son editoriales que arriesgan siempre por autores nuevos, lo digo por los otros que publican en su mayoría. Es más seguro y rentable traducir a un clásico, rescatar un libro valioso o comprar los derechos de un libro premiado en el extranjero, pero ellos se empeñan en buscar voces actuales. Diego Zúñiga, que es uno de los editores de Montacerdos, Claudia Ulloa, publicada por Estruendomudo y Mónica Ojeda, publicada por Candaya, acaban de ser elegidos como parte de Bogotá 39. Creo que esto dice bastante de su trabajo.
Siempre te lo he querido preguntar: en La librería quemada hacías una sátira sobre las relaciones laborales en una gran librería del centro de Madrid, muy parecida a la que tú trabajas en la realidad. ¿No temiste tener algún problema laboral por aquello? ¿Llegaste a sufrir algún percance tras publicar el libro con compañeros o jefes de tu empresa?
No, no pasó nada de lo que temí en algún momento. En la cadena para la que yo trabajo los que podrían haberse sentirse aludidos y hacer algo en mi contra no leen, sólo saben hacer hojas de Excel. Y a través de los años he confirmado que no importan tus conocimientos. Si no sabes hacer un Excel no ascenderás nunca. Son varios factores para ascender, pero éste es crucial.
En La librería quemada me pareció apreciar que habías renunciado a los modismos lingüísticos peruanos a favor de los españoles. En Una canción de Bob Dylan… vuelves a usar modismos peruanos. En tu muro de Facebook los peruanismos son muy frecuentes. ¿Qué relación literaria tienes con el vocabulario español propio de tu Perú natal?
Cuando empecé a publicar en España renuncié a los peruanismos. En general los latinoamericanos que publicamos en España escribimos en un español neutro. No deberíamos hacerlo. Yo he recuperado mi idioma, que es mi identidad, gracias a que he vuelto a escribir sobre Perú. Los peruanos vivimos hablando en doble sentido, sobre todo por el uso de la jerga, y trasladar eso a un libro es un reto.
En Una canción de Bob Dylan… muestras tu admiración por autores peruanos como Alfredo Bryce Echenique, Julio Ramón Ribeyro o César Vallejo. ¿Podrías hablarnos de tu particular canon literario peruano? ¿Nos quedamos con estos tres nombres o añadimos alguno más?
Sumo a Oswaldo Reynoso y a Cronwell Jara. Reynoso rescata la poesía callejera, es el primero en darle voz a las pandillas juveniles, aborda el machismo y cómo se vive el sexo en una sociedad opresiva. Jara cuenta en Montacerdos, su libro clásico, una historia brutal en lo que sería una chabola, y es la única vez que creo que se ha contado desde dentro. Aparte de narradores debo sumar a muchos poetas, la lista es tan larga que dejo tres: Martín Adán, Juan Gonzalo Rose y Luis Hernández.
¿Te parece pertinente pensar en literaturas nacionales, peruana, chilena, argentina…? ¿Qué relación tienes con la literatura hispanoamericana de fuera de Perú?
Yo creo que antes había algunos rasgos importantes que las diferenciaban, ahora no sé qué podría ser. De pronto en todos los países se escribe sobre la memoria familiar como forma de ver el pasado social, se escriben historias en poblaciones que no son ya la capital ni ciudades grandes sino pequeños lugares, la ciencia ficción y el terror se convierten en una forma nueva para abordar lo social. Y si hablamos de libros con una gran carga política todos van a parecerse porque el mundo en general está polarizado, hay una derecha ultraconservadora y cucufata y una izquierda irresponsable y poco consecuente. Responderé sobre Latinoamérica, no Hispanoamérica. No leo a todos los latinoamericanos que quisiera porque algunos no han llegado a España y dudo que lleguen. Un ejemplo: si bien Bogotá 39 sirve para conocer a autores de los que uno no se hubiera enterado en su vida, también invisibiliza a otros pero por culpa de los medios que ya no se dan el trabajo de mirar a otros escritores. En ese sentido la prensa está muerta, la mayoría de periodistas culturales funciona en piloto automático. Y por último, leo más a los latinoamericanos porque me gusta leer cuentos y aquí es un género que parece estancado en el modelo de taller.
¿A qué autores españoles admiras más?
Marcos Giralt, Ismael Grasa, Pérez Andujar, Sara Mesa, Sergio del Molino, Ángel Gracia. De alguno sólo he leído un libro, pero ese libro me parece suficiente. Ray Loriga es un autor que releí mucho cuando empecé a escribir, y tampoco me importa que publique más cosas. Por ejemplo, con Alan Sillitoe me basta y me sobra con sus dos libros más importantes. Tiene muchos más y puede que alguno sea tan bueno como esos, pero el impacto no sería el mismo. Yo buscaba guías literarios, ahora exijo libros que me hagan replantear mis ideas.
¿Cuáles son tus escritores favoritos entre los que no escriben en español?
Alan Sillitoe, Jack Kerouac, Jack London. Todos muertos. Entre los vivos Teju Cole, Wells Tower, Cartarescu, Carrère.
¿Estás escribiendo ahora mismo una nueva obra? ¿Puedes hablarnos de ella?
Estoy con el guión de un cómic sobre la privatización de las empresas estatales en Perú, un hecho que provocó una ola de despidos brutal. Me interesa porque la privatización no sólo significó un cambio en la gestión económica sino un cambio en lo social. Para empezar, se acabó con los sindicatos y se empezó a trabajar los sábados. También he terminado una nueva novela sobre la radicalización política en Perú a través de la historia de una amistad. Se supone que se publica este año.
Muchas gracias, Sergio.