«No se puede ser historiador sin estar muy familiarizado con la literatura universal»
Recuerdo perfectamente la primera que conocí a José Antonio Molina. No fue en una de sus clases y tampoco por boca de otros alumnos. Poco después de matricularme en la carrera de Historia, y en pleno agosto, me hallaba buscando información sobre algunos de los profesores con los que me cruzaría durante las diferentes asignaturas. Decía Sun Tzu que es mejor conocer a tu enemigo si quieres partir con ventaja en la batalla, sin embargo, lo que encontré fue realmente un buen amigo y una de esas personas que puedes considerar un maestro (uno de esos que, encima, te soltaba una frase de Yoda cuando menos te lo esperabas). Como decía, me encontraba buscando información concretamente sobre aquellos profesores que iban a formarnos en Historia Antigua, ya que era una de las etapas que más inquietudes me producía por entonces. Curiosamente el primer nombre que me encontré fue el de un tal José Antonio Molina Gómez. Un rápido vistazo a Google me llevó a la que, sin duda, es la página de referencia de todo alumno: patatabrava.com. Hoy en día la página ha perdido mucha información pero sin duda me llamó mucho la atención algunas de las frases que pude leer, lo que aumentó muchísimo mi curiosidad, ya que rompía un poco la idea que yo tenía de lo que debía ser un profesor de Historia. Indagando un poco más pude dar con el blog literario que José Antonio llevaba por entonces, titulado Trazos en la arena, y cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que a los pocos días ya lo había devorado por completo junto con otro dedicado en exclusiva a la Historia. Ese día supe que ese profesor tenía algo especial, tenía chispa. Agosto pasó rápido, como pasan todas las etapas buenas de la vida, y enseguida llegó la primera clase de Historia Antigua. Creo que no exagero demasiado si digo que todos los alumnos nos quedamos igual de asombrados cuando terminó con su característica cuestión final: «¿alguna pregunta, insulto, agresión...?». Muchos nos quedamos enamorados de la Historia Antigua a partir de ese día y, lo que es más sorprendente, de la bibliografía que había detrás. También descubrimos que habíamos leído muy poco, visto muy poco cine y, en definitiva, que éramos poco menos que inocentes a su lado. Con el tiempo pasó de ser un gran profesor a convertirse en un maestro y referente y, finalmente, un buen amigo ya que también era uno de esos profesores que siempre estaba dispuesto a echarte una mano y a ayudarte con cualquier duda. Hoy tenemos el privilegio de entrevistar a José Antonio Molina Gómez, profesor de la Universidad de Murcia y perteneciente al departamento de Departamento de Prehistoria, Arqueología, Historia Antigua, Historia Medieval y Ciencias y Técnicas Historiográficas (sí, todos los alumnos siempre hemos pensado que este departamento abarcaba demasiado pero eh, qué sería del mundo sin ambición).
Esa es la sonrisa de un hombre que está a punto de poner la nota a tu examen de Metodología e Historiografía.
Mi relación con la historia es una historia de amor muy antigua que comenzó en mi infancia, cuando los ojos se iban detrás de ilustraciones de libros y biografías de grandes personalidades, en aquella época preferentemente reyes, guerreros y sabios. Así cayeron en mis manos biografías en parte trasladadas al cómic de Napoleón, Aníbal o Leonardo da Vinci. Posiblemente hubiera podido estudiar literatura, que me atraía y atrae desde siempre. No hay documento histórico mejor que Don Quijote.Las razones por las que me inclinaba a la historia contemporánea tienen que ver con la enorme huella que dejaron en mí los acontecimientos posteriores a la Caída del Muro en 1989. En aquella época, con apenas diecisiete años, vi todo un mundo desmoronarse primero durante las revoluciones del Este, para caer en una vorágine de guerras en Armenia, Azerbayán, Repúblicas Bálticas y, por supuesto, las guerras balcánicas. Yo necesitaba entender ese mundo, y comencé a recopilar casi a diario noticias, entrevistas y mapas de los periódicos. Durante mucho tiempo conservé aquel dossier con el que hubiera podido elaborar un temario de oposición.Mi llegada a la universidad no colmó ese anhelo porque en ningún caso percibí interés por abordar un proceso que no había terminado, probablemente nadie estaba aún preparado para ello. En cambio, las clases de Historia Antigua, que entonces dirigía Antonino González Blanco, prestaban mucha atención a aspectos historiográficos, y yo de alguna manera percibía que el estudio de los grandes historiadores y su época me daría una perspectiva, y sobre todo una metodología, que haría ver las cosas casi como Jano bifronte, y en ese momento era lo que necesitaba. Pese a lo cual jamás perdí el interés por la Historia Contemporánea, ni por la actualísima historia de nuestro tiempo.Soy un voraz lector de prensa nacional y extranjera, leo con interés libros de memorias, testimonios, diarios y crónicas periodísticas. Entre mis intereses están los estremecedores testimonios de nuestro mundo escritos por Anna Politovskaya, Svetlana Aleksiévich, Asli Erdogan, por solo mencionar unas pocas personalidades. No me considero un historiador de la Antigüedad exclusivamente sino inclusivamente.
Siguiendo con tu trayectoria vital y de cara a inspirar a futuros estudiantes de Historia, ¿cuál fue la trayectoria que te hizo pasar de ser estudiante de Historia a profesor universitario?
Fue una cuestión de vocación: mi mayor deseo era entonces entender el mundo y veía en la sucesión de épocas, edades, procesos y devenires una lección valiosa que me permitiría tener una visión del mundo. Algo así solo podía hacerlo, pensaba yo, dentro de la universidad. La universidad me lo ha dado todo: libros, contactos, ideas y debates. Era mejor y más rápido aprender dentro de la universidad, de sus proyectos, de sus seminarios.
En ese sentido, y pese a algunas limitaciones, creo que llevé una vida académica plena.
Naturalmente, antes de venirme a dar cuenta de la rapidez con que pasaba el tiempo, me encontré con que mi hogar universitario se había convertido también en un camino trazado y que había adquirido un perfil académico muy marcado que en aquellos tiempos significaba casi la exclusión del mercado laboral, porque en aquel entonces la carrera académica lo era todo. Tuve la gran suerte de mezclarme en trabajos arqueológicos y hasta de archivo, con una fugaz presencia como autónomo. Eso me dio al menos algún contacto con empresas y mundo laboral relacionado con mi trabajo. Hoy en día las prácticas extracurriculares hacen imposible esos riesgos. Pero no me molestaba la vida universitaria y sentía, siento de hecho, una gran lealtad por la institución de la que solo se puede decir que ha hecho tanto por el bien común. No obstante, ser profesor universitario es para mí solo una parte de mi biografía, es verdad que antaño mi visión era más radical, acorde con cómo era el mundo a finales de los años noventa. Pero ahora me considero una suma de muchas cosas, y no sólo un profesor universitario.
En este mundo dominado por la inmediatez, la impaciencia, las denominadas “carreras con futuro”, ¿qué pueden aportarnos estudiar una carrera de humanidades?
Todo. Las carreras más técnicas y las denominadas carreras de ciencias son útiles y ennoblecen nuestra vida, pero las humanidades, que también utilizan una metodología científica, le dan además sentido a la existencia. La paideia, es decir, la alta cultura, es lo que verdaderamente nos ha elevado sobre el barro de la tierra. Creo tan profundamente en esta verdad como creo que necesito aire para respirar y luz para ver. Desprecio a quien utiliza la cultura como elemento para distinguirse de los demás o para marcar diferencias sociales o como mera herramienta acorde a un fin. El hecho cultural es total, debe ser estudiado, venerado, amado. Y es gratuito, es decir, válido por sí mismo.Las humanidades pueden, naturalmente, desaparecer, para ello basta que la mayoría dejen de considerarlas necesarias y pasen a ser útiles o simplemente procedimentales. Sería una gran desgracia que algo así ocurriera y probablemente habríamos llegado a un mundo inhabitable.
Uno de tus intereses principales es el periodo conocido como Tardoantigüedad, en el que Occidente sufrió un enorme cambio en pocos siglos con el colapso del mundo romano y la llegada de fuertes migraciones hasta llegar a lo que se conoce como Alta Edad Media, ¿a qué se debió el colapso de un imperio que parecía eterno? ¿Crees que Bizancio sigue siendo la evolución natural de Roma o podemos hablar de otra entidad diferente?
Aquí hay muchas cuestiones sin solución. “Bizancio” o más exactamente el imperio romano de Oriente, fue diferente desde el principio y, en muchos sentidos, muy poco romano. Por eso sobrevivió. Mejor dotado económicamente, con mayor tejido urbano y demográfico, pudo afrontar la llegada de los pueblos bárbaros con gran efectividad y soportar la embestida del mundo árabe mientras el imperio persa desaparecía y Occidente se las veía y se las deseaba para contener la invasión en Francia habiendo desparecido España del mapa. Bizancio siempre mostró en lo cultural elementos distintivos. Pese a los vínculos de unión, creo que debemos hablar de unidades diferentes.Por otra parte, las razones del colapso en occidente no son fáciles de explicar, Aunque si examinamos la cuestión desde el punto de vista político y militar resulta más fácil de temporalizar, si bien dejamos elementos sin aclarar. El imperio romano de occidente encontró muchas maneras de pervivir después de Rómulo Augústulo: la Iglesia, la lengua, el derecho. Si examináramos la cuestión como si fuéramos asiriólogos diríamos que el mundo de los reinos bárbaros tras la caída de Roma era un período neorromano como algunos han hablado de mundo neohitita. El colapso de Roma es solo una expresión formal que oculta un sinnúmero de matices. Y uno muy importante es la pervivencia más allá del colapso institucional.
Da la sensación de que el mundo conserva algunos de los mismos problemas de entonces: corrupción política, crisis económica y social, la llegada de enormes masas de población abocadas a abandonar sus lugares de origen por la guerra... Como dijo Mark Twain, “la historia no se repite, pero a veces rima”. En calidad de historiador, ¿crees que estamos viviendo un nuevo periodo de cambio drástico similar a aquel o por el contrario no tiene nada que ver? ¿Cuál es tu visión de la crisis actual o del mundo tal y como está configurado?
Es un debate interesante. Todas las épocas se pueden comparar y todas contienen elementos que podemos ver e intuir como familiares. La historia rima, efectivamente, en todas las épocas observamos analogías razonables que desde la prudencia más elemental son valiosas. El mundo de hoy no es una excepción. Hay erosión de las instituciones y movimientos de población, crisis de valores...Pero eso son precisamente constantes que encontraremos en muchas épocas. También en el mundo de Augusto, un déspota que inauguró un reinado de terror, podemos hablar de erosión de las instituciones, empleo del poder público para exterminar cualquier resistencia, guerras civiles a gran escala y endémicas desde la generación anterior. Sin embargo, alguien decidió que aquello era una época de esplendor y así sigue siendo para muchos. Nuestro mundo tiene otros problemas. Algunos jamás experimentados por nadie en la historia, como la mundialización, que multiplica los efectos de cualquier cambio social a una escala planetaria; el cambio climático, la desigualdad y la crisis social que favorece el auge de movimientos antidemocráticos a izquierda y derecha del sistema; así como una nueva dimensión de lo humano en la que entran no pocos elementos relacionados con el avance de la genética y la inteligencia artificial, y que marcarán nuestro mundo. Es probable que este mundo, el único que tenemos, se vuelva inhabitable para la mayoría, ya no es ciencia ficción, sino una amenaza muy real. Si llegamos a ese punto será ocioso plantearnos cuestiones como esta, solo quedará sobrevivir en una realidad lamentable e inhabitable. En muchos sentidos esa realidad que llamamos distópica, postapocalíptica, es la realidad en la que viven amplios sectores de la población, países enteros desde hace décadas.Los alumnos que hemos pasado por tus aulas sabemos que eres un gran entusiasta del uso del cine como medio educativo e incluso eres ya un locutor usual en Onda Regional de Murcia, donde analizas películas basadas en un contenido histórico o indagas en las raíces culturales de estas, ¿de dónde nació esa pasión por el cine y su uso en tus clases? ¿Puede realmente una película enseñar Historia?
Todo procede de la visión de los hechos culturales como hechos totales, interrelacionados y que no pueden entenderse por separado. Para mí la recepción es algo perfectamente histórico. No siempre ha sido fácil defenderlo y por supuesto ha tenido un precio, pero creo que hoy día ya nadie cuestiona el valor del cine, los cómics o los videojuegos para entender la realidad de los procesos históricos, los actuales para empezar, y por supuesto para entender nuestra comprensión del pasado, de la cultura y de la historia. Cómics del tipo Planeta de los Simios presentan innumerables aspectos desde los que entender la actual crisis de civilización. De igual manera los juegos de ordenador que permiten desarrollar imágenes civilizadoras para comprender nuestra forma de mirar hacia la propia tradición cultural. Eso no me convierte en un defensor de la gamificación, pero todo debe ser susceptible de ser considerado fuente primaria para un historiador.
Enlazando con tus clases, te preguntaré, como profesor universitario, ¿crees que hay una crisis también en la educación? ¿Vivimos en un sistema educativo que no se adecúa al mundo actual teniendo en cuenta que seguimos basándonos en el modelo prusiano del siglo XIX sin apenas cambios? ¿Qué cambios propondrías?
Muchos se quejan del escaso nivel de los alumnos actuales. Paradójicamente yo no lo veo problemático, porque los alumnos, sobre todo si son jóvenes, aprenden muy deprisa, independientemente de su formación previa. Yo personalmente creo que el sistema actual está agotándose, y que debemos tener unas carreras universitarias más flexibles que permitan la interdisciplinariedad y la transversalidad, con una mayor libertad del alumno a la hora de elegir las materias que considere más útiles en su formación. Estudios más globales son necesarios, así como un contacto directo, inmediato y prolongado con el mundo de la empresa y de los servicios. Es absolutamente intolerable que los alumnos de un centro de educación superior no tengan contacto con la empresa. Es sencillamente falso que las humanidades se orienten únicamente a la investigación y al mundo académico, son elevadísimos los sectores en los que un perfil humanista es demandado, y no podemos esperar que nuestros egresados se formen en ese mundo al salir de nuestras aulas. Transversalidad y empleabilidad. Esa es la consigna.
Pasemos a otra de tus pasiones, el mundo literario, y la pregunta es casi obligada, ¿cuáles son los libros de ficción y no ficción que todo historiador debería de tener en su biblioteca personal? Y, por supuesto, ¿cuáles han sido esos libros que te han marcado a lo largo de tu periplo personal?
No es nada fácil responder a una pregunta así. Yo diría que no se puede ser historiador sin estar muy familiarizado con la literatura universal, en primer lugar propondría obras como la Biblia, Homero por supuesto, Dante, Cervantes, Shakespeare, Dickens, Victor Hugo, Zola, Thomas Mann…. La lista sería inacabable. A mí personalmente, y esto solo quiere decir que es válido para mi caso particular, me influyeron de manera muy temprana Julio Verne y Walter Scott, con lo cual desarrollé desde la infancia un gusto por los escenarios no siempre europeos, la historia, la ciencia y la ciencia ficción. Durante los años decisivos de mi formación como historiador fui un lector desbocado de la gran literatura rusa, nunca tuve una época como aquella, jamás encontré autores tan útiles para el historiador como Tolstoi o Gogol. Tanto en mi juventud como en mi fase más formativa jamás dejé de amar la tradición épica y la literatura de cuentos de todas las naciones. Eso me acompaña hasta hoy. Creo que la última gran fiebre literaria (por ahora) fue mi conocimiento de la gran literatura alemana, especialmente la época de Goethe, con una obsesión y amor desmedidos por Hölderlin, con una visión del mundo helenístico como abanderado de la civilización. Finalmente entré en contacto con autores como Ernst Jünger, decisivo para mí en muchos aspectos, sobre todo su concepción de la técnica y la catástrofe. Si bien fue Thomas Mann, autor no poco preocupado por la historia, quien de verdad amé con devoción, un amor que no ha cesado. Debo decir que la fiebre por Thomas Mann y su concepción de la vida como obra de arte, su relación con la gran civilización y su visión de la música, la literatura y el arte como algo sobrehumano, no se han extinguido aún.
En el pasado una biblioteca era una posesión de un valor incalculable, ya que era uno de los pocos medios que nos daba realmente acceso al conocimiento, pero hoy en día todo el mundo puede buscar cualquier tipo de información desde un smartphone las veinticuatro horas del día. Probablemente tú, como investigador, notas mucho más este cambio a la hora de buscar información pero, ¿piensas que estamos saturados de información y eso nos ha hecho perder capacidad de concentración? ¿Cómo podemos discernir la aguja entre tanta paja?
La información no supone nada en realidad si no sabemos qué hacer con ella, y para eso hay que distinguirla de la formación. La gestión de la información está sobrevalorada, nos perdemos en pequeños detalles. Una biblioteca es algo que se puede hacer con pocos libros. Un lector no. Tenemos mucha información que manejamos sin verificar, lo vemos todos los días en la docencia. Ese es el problema, agravado por la tardía comprensión lectora a la que nos ha arrojado el triunfo general de la telefonía móvil y demás aparatos cuyo abuso ha limitado la capacidad del lenguaje. El día que reglamentemos el uso de la tecnología en mentes jóvenes aún por formar habremos dado un gran paso y ya no será un problema el exceso de información. Primero la formación, después la información. De nada me sirve saber cuántos millones de personas pasan hambre en el mundo si no sé lo que significa, y para saber lo que significa no me hace falta, precisamente, mucha información.
¿Cómo crees que afecta esto a la hora de dar clase si cualquier tipo de dato que dé el profesor está en nuestro móvil? Y por ende, ¿qué tipo de historia debe enseñar un profesor a sus alumnos: historia política, batallas... realmente, ¿cómo saber qué es lo importante y qué no lo es?
La respuesta anterior me sirve. Los cazadores de dato y anécdotas no son verdaderos historiadores. Buscan trivialidades: si quieren demostrar que no me sé fechas o nombres de memoria pueden hacerlo sin problemas, en Internet encontrarán información de sobra. Ahora bien, serán tan estúpidos como para pensar que las avionetas-rompenubes existen de verdad y están a sueldo de oscuros grupos de presión porque lo habrán leído en algún periódico. La indefinición entre verdad y mentira, tan propia de nuestros días, es más peligrosa que el cambio climático.Intento ofrecer algo útil al alumno y que al mismo tiempo me ayude a mí, una comunidad de interés, por así decirlo. Quiero ante todo que aprendan a ser independientes y que al término de la investigación ya no me necesiten. Un buen profesor es el escalón de una escalera, que debe ser pisado inevitablemente para que su alumno ascienda. Hay quien mira hacia atrás con agradecimiento y hay quien no, pero lo importante es que suban.
Pongamos la mirada un poco más lejos, ¿estamos cerca de una Tercera Guerra Mundial? Es curioso, porque da la sensación de que, en un contexto ligeramente diferente, estamos volviendo a cometer errores del pasado siglo, y me refiero a la llegada de una nueva crisis económica, el auge de la extrema derecha en lugares como Francia, EEUU y Brasil. En definitiva, ¿a dónde vamos?
El cómputo tradicional de las guerras mundiales no sirve hoy día. Es evidente que errores antiguos y otros modernos más graves nos afligen. Solo hay que fijarse en el drama de la inmigración. Para ello no hace falta hablar de una tercera o incluso cuarta guerra mundial. La situación es complicada y peligrosa, también hay esperanzas. Pero el auge de movimientos y personas como Trump no permite ser nada optimista. Hay que prepararse para discutir esa visión, para combatirla.Bajemos nuevamente la mirada y parémonos a echar un vistazo a algo más cercano, ¿cómo ves el panorama español y los años venideros?
El debate identitario lastrará la vida pública española. El auge del populismo primero de izquierdas y ahora de derechas puede hacer irrespirable la vida política en España. Las perspectivas no son buenas. Si se piensa en la situación económica y en la crisis de valores institucionales, es fácil comprender que viviremos en un panorama muy agitado, incluso violento.
No me gustaría despedirme sin antes preguntarte por tus tres libros favoritos (de cualquier tipo o género) y películas o series.
Es difícil, y quizá la respuesta varíe con el tiempo, pero mis tres libros favoritos son: La Ilíada, Guerra y Paz y La Montaña Mágica. En los tres casos se trata de obras epocales, con las que podemos contemplar la complejidad de una época. Entre las películas diría Centauros del Desierto, La Muerte en Venecia y 2001 Odisea del Espacio. En la primera y en la tercera alientan el espíritu de la tragedia griega y de la epopeya, en la segunda se dan cita las grandes preocupaciones del artista en torno a eros y thanatos.
Entrevista realizada por Juan José Martínez Fernández, graduado en Historia por la Universidad de Murcia. Puedes seguir su actividad a través de su cuenta de Twitter, o en su blog Entre dos tiempos:Twitter: @SrPurpuraBlog: Entre dos tiempos
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