Hace años, para conseguir mi puesto, tuve que pasar por un proceso de selección. La primera fase conllevaba presentar una montaña de papeles: curriculum, justificantes de cursos, de congresos, artículos... Todo había de ir fotocopiado, compulsado y, lo peor de todo, al menos en mi caso, ¡ordenado! Hay quien guarda sus documentos clasificados y archivados. Mi situación es distinta: mi título de especialista estaba en el maletero de mi antiguo coche, que ya no era mío, y tuve que solicitar un duplicado, las hojas de asistencia a cursos y congresos andaban repartidas entre cajones, carpetas e, incluso, entre los apuntes de aquellos cursos. Lo de los artículos resultó relativamente más sencillo gracias a su escaso número y a mi amistad con la bibliotecaria; los más difíciles de conseguir se los pedí a los coautores que, a diferencia de mí, los guardaban en sus casas perfectamente archivados y etiquetados.
Cualquier persona sensata habría aprovechado la coyuntura para hacer una copia extra de todos aquellos papeles y así disponer de ellos en caso de necesidad. Me considero sensata en muchas situaciones, pero ésta concreta es una de las excepciones, que no la única. Eso de copiar y ordenar más de lo imprescindible no me atraía en absoluto, y no lo hice. Guardé los originales de nuevo aunque, sin que sepa muy bien cómo, porque apenas los saco, mis diplomas se las han ingeniado para desperdigarse de nuevo por todos los rincones de la casa. Sé que la mayoría están en la carpeta que House posee para ello. Por desgracia la carpeta no resulta accesible, está encajada a presión en un altillo, por lo que los papeles traspapelados permanecen traspapelados.
Superada la primera fase de baremación, venía la entrevista. El tribunal lo componían miembros de la gerencia, del departamento de personal, de los sindicatos y de la unidad de Cirugía. El consejo que recibí de los que ya habían pasado por ese trance fue: sé tú misma. Me cuesta ser otra cosa así que les hice caso. Mi entrevista fue de lo más sincera.
- ¿Por qué deseas este puesto?
- Porque valoro la estabilidad. Me gusta la frase del anuncio de coches: "la estabilidad cuesta una vida encontrarla y un segundo perderla", me parece muy inspirada.- No pude evitar la referencia, en ese momento es lo que se me cruzó por la cabeza.
- ¿Cómo te describirías?
- Soy idealista, un poco quijotesca incluso, es algo que me viene de familia. Soy más bien lanzada, con eso no quiero decir que sea temeraria, - corregí, -pero sí que, cuando algo va mal, intento tirar para delante y no quedarme bloqueada. - De esta afirmación me he acordado en unas cuantas ocasiones peliagudas en las que había que seguir sea como fuese.
- ¿Cual dirías que es tu mejor virtud?
- Mi abuela dice que soy muy dispuesta, claro que las abuelas suelen hablar bien de los nietos. - No les aclaré que mis abuelas no tenían fama de morderse la lengua a la hora de callarse lo que no le gustaba.
- ¿Y tu peor defecto?
Esa era fácil.
- Soy cabezota. - No podía mentirles, era tan evidente que de eso se darían cuenta enseguida.
- ¿Qué crees que puedes aportar?
Ahí hablé un poco de mi experiencia y los que consideraba mis puntos fuertes. Mejor pecar de exceso de seguridad que causar el efecto contrario por andarme con falsa modestia.
- ¿Te gusta leer?
Llevaba un libro en el bolsillo, en concreto The Magician, de Somerset-Maugham. La pregunta, del jefe de cirugía, estaba hecha con toda la intención de ayudarme. Se la agradecí. Si hablábamos de libros todo sería más fácil.
- Sí, mucho.
- ¿Cuáles son tus autores favoritos?
Un gran tema. Ahí me explayé y, tras la sesión literaria, el tribunal decidió no hacer más preguntas. En el hospital tengo fama de habladora, no sé si fue ese el momento en el que me gané la medalla.