¿Una bomba? No, pero igual de peligroso.
Tengo la costumbre casi religiosa de regalar libros. Lo hacía antes de empezar la carrera, y haberme recibido lo convirtió casi en una obligación. Las amistades confían en que un profesor de literatura les llevará en su cumpleaños un libro que a la vez sea complejo pero fácil de leer, intenso pero no agobiante, universal y particular (las personas, por alguna extraña razón, buscan mensajes ocultos que hablen de ellos en los libros: a una ex amiga le regalé Memoria de mis putas tristes, sin ninguna intención, pero nunca volvió a saludarme).
La cosa se complica cuando hay distancias de por medio y uno opta por pasar a la tarjeta de felicitación o al escueto e-mail, al recuerdo de la fecha como único presente. Probablemente esto cambie, para mí y para muchos, luego de leer este artículo en Hablando del asunto. ¡A saturar de literatura los camiones del correo!